Andrés Manuel López Obrador se registró por tercera vez consecutiva como candidato a Presidente de la República.
Como nos tiene acostumbrados cada 6 años los últimos 18 años, Andrés Manuel López Obrador comenzó su lucha frontal por ocupar la silla presidencial, su peculiar forma de hacer política lo ha convertido en uno de los políticos más odiados, pero también más queridos.
En un ejercicio previo a lo que serán las campañas de 2018, el fin de semana vimos a tres actores que, todo indica, estarán en las boletas electorales del uno de julio fijar posiciones políticas que son punto de partida para el debate nacional.
El destape de José Antonio Meade como aspirante del PRI a la candidatura Presidencial ha puesto en marcha el reloj de arena en la sucesión sexenal de nuestro sistema político mexicano.
Ayer domingo fue intenso en Los Pinos, Palacio Nacional y la sede del PRI.
A partir del primer minuto de las seis de la tarde de ayer cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) publicó la convocatoria para la selección de su candidato a la Presidencia de la República, se puede formalizar la decisión meta constitucional de Enrique Peña Nieto, quien antes de que se anuncie oficialmente será el único que maneje el proceso sucesorio en su partido.
Lo que inicio como un clásico capitalino, un clásico joven. Concluyo con 2 expulsiones, un penal fallado y dos equipos al borde del desespero. Cometiendo atropellos, empobreciendo al juego, y generado una liguilla triste y mediocre. Esta es la travesía de un Cruz Azul y un América que se disputan los cuartos de final para acceder al título de liga, en el fútbol mexicano.
La irrupción de los ciudadanos sin partido ni militancia activa en la política mexicana puede en 2018 escribir una nueva página, en especial en la vida poblana.
La decisión de quien será el candidato por la gubernatura del estado de Puebla representando al partido del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) fue del único que la podía tomar: Andrés Manuel López Obrador.
Decir que no, solo por decirlo que no, es de “mala leche”. Decir que no a algo por una objeción de conciencia, es tener una razón no solo de fe, sino ética para decir no, a realizar un acto que va en contra de principios propios y de creencias personales.
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