Periodista y catedrático UNAM. Amante del cine, música, escribir, leer y enseñar. Apasionado por los medios. Amo a mi familia y Bronco de Denver de Corazón.
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Decía Richard Kapuscinski que el oficio de periodista no es para los cínicos, que debía haber un rastro de humanidad para contar historias sin sentirnos culpables. Parece ser que con la llegada de Donald Trump los reporteros tienen que volverse un poco hipócritas, lo contrario a lo que planteó el polaco. La manera de ejercer el periodismo en ese país es muy diferente a la que se realiza en México, incluso la profesión tiene garantías y somete a un escrutinio más simple como personas que nada más representar a una empresa de comunicación.
La poesía es un arte que arranca suspiros. Desde la primaria nos enseñan a crear acrósticos, elementos de rima, sinalefas, métrica y otras herramientas básicas con la que todavía algunos maestros hacen que los niños creen sus propios textos, qué mejor que un sencillo pensamiento para la madre o para esa niña que nos hace clic en la cabeza cuando la vemos.
Rojo, rojo. Roja histérica y abigarrada combinación carmesí que grita abiertamente “feliz día del amor y la amistad” por medio de calzones, globos, chocolates, tazas y chicheros que adornan la jornada y nos hacen sentir más calor que cuando la respuesta a una declaración amorosa resulta ser un “te quiero, pero no de la forma en la que tú me quieres”. Día clave que alimentará noviembre de miles de nuevos ciudadanos.
La historia de la guerrilla latinoamericana está llena de anécdotas, leyendas y mitos. Es conocido que en nuestro país se entrenaron Fidel Castro y sus huestes para llegar a Cuba en el Granma a quitar el poder al dictador Fulgencio Batista. Relata José Luis González y González en su libro —el más vendido y leído de la industria editorial nacional— Lo negro de El Negro Durazo, que el ilustre jefe policiaco capitalino en tiempos de José López Portillo presumía de haber torturado a Castro y al mismísimo Che.
Enclavada entre la Sierra de Guadalupe y el cerro del Chiquihuite, al norte de la ciudad de México, se encuentra un valle que alberga miles de historias y tradiciones antiguas; un nombre que al pronunciarse causa diversos efectos, así es Cuautepec, o cerro de las águilas, en antiguo náhuatl.
Siempre he simpatizado con las buenas ideas del pensamiento político de izquierda. Sólo las buenas, no con todas ni con las extremas, como pelearse con los dueños del dinero, por ejemplo. Tuve oportunidad de conocer las mil y una formas en que se aplicó el marxismo al visitar personalmente lugares históricos y cercanos, como Cuba, o los más lejanos —el caso de China— para conocer directamente sin el famoso “dicen que”.
En los años setenta del siglo pasado, la Liga Comunista 23 de Septiembre tuvo en vilo a una parte de México. En la parte más dura de los gobiernos priístas, militantes de dicha agrupación decidieron usar estrategias de golpe severo hacia los representantes del “voraz capitalismo” para financiar su movimiento; ejemplo de ello fue asaltar bancos y secuestrar empresarios, entre otras medidas extremas. Ese simple hecho le valió la antipatía popular, lo cual debería ser lo primero que un activista tendría que buscar.
Un viejo chiste, contado por cubanos, revelaba el secreto por el cual Fidel Castro era tan popular en Cuba: sus huestes se infiltraban en alguna manifestación multitudinaria y gritaban “¿quién nos quita la comida?”, la gente respondía “¡Fidel, Fidel!” ¿Quién nos da garrote? “¡Fidel, Fidel!”
Ya no se ve a las familias mexicanas unirse para un ritual los fines de semana, quizás sólo para algunos eventos deportivos como el Chivas-América. Los colados, gorrones, anexados, la vecina y el novio invitado a la fuerza, la abuela y hasta el sobrino de la tía del primo de tu amigo, dejaron de deleitarse con ir al cine, pero hace 30 años era la moda, ya que se asistía con frecuencia para ver Rambo, Volver al futuro y ET, El Extraterrestre. Esos enormes recintos del séptimo arte desaparecieron para dar lugar a complejos de muchas salas. “Ahí te va tu torta, Arturo, pásale su torta hija”, era común oírlo.
En el viejo arrabal se peleaba por el hecho de ver quién era más valiente y quién se rajaba; ahí, el lanzamiento de piedras era la principal táctica, no importaba si pagaban justos por pecadores, pero incluso era calificado como cobardía atacar por la espalda o si varios le pegaban a uno. Esas historias quedaron atrás, salvo el de las pedradas, como las que ahora esquiva el presidente Enrique Peña Nieto. La historia del emperador Moctezuma parece repetirse.
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