En el viejo arrabal se peleaba por el hecho de ver quién era más valiente y quién se rajaba; ahí, el lanzamiento de piedras era la principal táctica, no importaba si pagaban justos por pecadores, pero incluso era calificado como cobardía atacar por la espalda o si varios le pegaban a uno. Esas historias quedaron atrás, salvo el de las pedradas, como las que ahora esquiva el presidente Enrique Peña Nieto. La historia del emperador Moctezuma parece repetirse.
Cierto es que sus declaraciones no ayudan en nada a superar el malestar social. Nuestro mal humor por las crisis económica y política, aunado a la inseguridad en la que vivimos, hace que los mexicanos no reparemos en ver quién la hizo; seguramente no estamos libres de pecado, pero no gobernamos el país ni fingimos que lo hacemos. Tampoco ayudan las huestes del PRI que lo apoyan en periódicos, redes sociales y mucho menos sus asesores, si es que tiene.
Aquello del malhumor se puede considerar una linda perla para botarnos de la risa, lo de Trump pareció que fue para decirnos lo que nos espera, pero en el colmo de las declaraciones nos subió a su autobús de mediocridad, falta de liderazgo y corta visión. “No hay sector o ámbito político que esté libre de corrupción, nadie puede aventar la primera piedra”. Y entonces la bola de nieve cayó de la cima.
En parte esa sentencia es cierta, aunque no para justificar la propia tolerancia hacia los cochupos que ha exhibido su gobierno, entre otros el conflicto de intereses de su familia y colaboradores; para no ir más lejos citemos el asunto de la casa blanca. Entonces, la vieja frase priísta de que la corrupción somos todos, nos obliga a creer que tenemos el gobierno que merecemos. Como líder, en caso de serlo, le corresponde poner el ejemplo y no dar pretextos, pareciera darse una interpretación de que no le queda de otra. A dos años se vislumbra que ya tiró la toalla.
Desde su candidatura se vio que no era muy afortunado en sus dichos y mucho menos preparado. Millones han criticado que sólo haya mencionado un libro, aunque seguramente la inmensa mayoría que lo vapuleó tampoco lee, pues México se distingue por tener una pobre industria editorial porque el mercado es escaso; no importa, el presidente del país debería ser un hombre muy preparado, más allá del promedio de sus gobernados, así que no aplica. La crítica carece de calidad moral para reprocharle su falta de lectura, pero no por eso está justificada la mediocridad.
La democracia tiene sus desventajas, pero ese mismo sistema indica que el poder y la decisión residen en el pueblo. Si el sábado pasado Roger Waters pidió su renuncia desde el Zócalo y miles lo secundaron ahí y en redes sociales, sería bueno considerarla. Sabemos que difícilmente eso ocurrirá. Será acaso que debemos resignarnos.
Pregunta para el diablo
¿La caballada para el 2018 sigue flaca?
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