Liliana Rodríguez Reyes
Las esquinas se adornan con vivos rojos y peluches de todos tamaños. Desentonan las tarjetas y bolsas que decoloró el sol: “son mercancía vieja, pero tiene que salir.
Regalos de todos tamaños y colores son cargados por personas de todas edades, desde los pequeños de preescolar que sólo saben que tienen convivencia en la escuela y se emocionan por saber qué les van a regalar, hasta los de secundaria: muy arriesgados con letreros con increíbles faltas de ortografía, pero que guardan la esencia de un detalle para su primer amor.
El tianguis en la entrada de la estación del Metro Santa Martha Acatitla podría competir fácilmente con cualquier tienda departamental: calzones, chocolates, flores, paletas, globos decorados y hasta condones de sabores. El amor se siente en el aire, pero no rompe la cotidianidad de la vida, ni el sufrimiento de inocentes. En los pasillos del tren se arma un alboroto: “¡Poli, poli! ¡Hay un perrito en las vías!” Todos quisieran ser Elastic girl para que sus brazos alcancen al cachorro de pelo blanco que se ve gris por la mugre, pero sus intentos son en vano, pues el tren está a escasos metros.
El llanto del animal se confunde con el chirrido de las llantas del tren; todos se abrazan, pero por motivos diferentes. Se nota la tristeza entre los que abordan la limo naranja, pero se desvanece apenas llegan a otra estación y recuerdan que el día es para celebrar el amor entre humanos porque no hay espacio para amar a los animales ni ponerse a penar por ellos.
No hay nadie sin planes, todos van de prisa a encontrarse con sus Romeos y Dulcineas. Hoy los vagones del Metro huelen a perfume, a champú y a jabón. El aroma característico de la hora pico está ausente porque todos andan de gala; ojalá así de bien oliera todos los días y no sólo en San Valentín. Para unos todo es amor, pero para los amargados sin regalos, sólo estorban.
Tardes de color naranja, perfume de cartas lejanas
Ya más entrada la noche, cuando el cielo se pone naranja y empieza el momento ideal para el romance adulto, la ciudad se llena de parejas que se dan arrumacos, de los besitos en las mejillas hasta los que hacen fila afuera de los hoteles porque no hay habitaciones. Los grupos de amigos llenan los bares, pues muchos esperan encontrar algo más que ofertas en las cubetas de cerveza.
Y en un rinconcito de El Cantoral, pequeño lugar para conciertos de grupos que casi nadie conoce, se reúne un grupo de fanáticos que se sorprende al descubrir que “Daniel, me estás matando”, no sólo gusta a las chicas “únicas y diferentes”, sino también a personas más adultas.
“De aquí al hotel, ¿va?”, exclama algún valiente en la fila, pero es callado por quien le acompaña; su conversación se pierde gracias a los cantos desafinados de la fanaticada que intenta ponerse al corriente con la letra de algunas de las canciones más populares del grupo.
Al fin se abren las puertas y el recinto se llena en su totalidad; las luces se ponen rojas y azules, perfectas para la ocasión y no pasa mucho tiempo para que dé inicio el concierto más cursi de todos los tiempos.
Cantan al unísono el verso más dulce: “¿Qué se siente que me gustes tanto, amor? Que debo de aceptar que tengo miedo de tu encanto”. Salen los suspiros y las serenatas al oído para los que van acompañados; todos son víctimas del encanto del momento y hasta aquellos que fueron sin pareja buscan en los brazos de sus amigos un poquito del amor que desearían recibir de su crush.
Tan efímero como los primeros acordes de Hay cosas y Tenías que ser tú se va el concierto que derrite a los fanáticos que buscaban un pretexto para abrazar a su pareja por la espalda para acercarle todo lo que se permita. Otros bostezan porque la música no es de su estilo, pero “a los caprichos de mi morra nunca les digo que no”.
El Cantoral se queda vacío, sólo permanecen los que quieren conseguir una selfi para subirla a Instagram, pero los demás continúan con sus planes.
Los que hablaron del hotel fueron los primeros en desaparecer.
Te Fuiste a tiempo
Quedan los rastros de un 14 de febrero exitoso para la economía mexicana. Por las calles se ven montones de basura resultado de las envolturas de los obsequios y de las chucherías que disfrutaron los enamorados.
Los puestos de tacos tienen gran afluencia: “¡Cabrón, ya hueles a Venus!”, le grita el patrón al chalán que llegó tarde a su labor; su sonrisa estúpida lo delata, pero aún así se pone a trabajar para atender a las parejas que quieren culminar su día a la perfección.
Más entre el amor juvenil y maduro, resalta un anciano con tos que apenas puede hablar; no lleva acompañante, pero su mirada refleja la nostalgia de muchos que pasaron el día solo. Habla a todos y a la vez a nadie más que a sí mismo, pero captura la atención: “¿¡De qué sirve tanto amor!? Yo con dos coches, con mi casa y mi trabajo di todo por una mujer y ¿cómo me la pasé hoy? Solo, solo, como todos los años”.
El anciano nos recuerda que no todo dura para siempre, que los regalos se los lleva el viento, que el amor no dura… pero aun con toda la crueldad que carga escondida, San Valentín hizo de las suyas este año, como el pasado, el anterior seguramente en los años venideros.
Escrito por
Liliana Rodríguez Reyes