Enclavada entre la Sierra de Guadalupe y el cerro del Chiquihuite, al norte de la ciudad de México, se encuentra un valle que alberga miles de historias y tradiciones antiguas; un nombre que al pronunciarse causa diversos efectos, así es Cuautepec, o cerro de las águilas, en antiguo náhuatl.
Esta enorme comunidad de más de un millón cien mil personas, de acuerdo con cifras del INEGI de 2010, se divide en Barrio Bajo y Barrio Alto, colinda con los municipios mexiquenses de Ecatepec, Coacalco, Tultitlán y Tlalnepantla. Es un lugar enigmático destacado por su cercanía a los cerros y por tener una de las iglesias más bonitas y se comenzó a poblar hace unos 250 años. Antes de la conquista española en esta región había una especie de colegio militar azteca, en donde preparaban a los guerreros jaguares.
La gente llegaba a este valle porque se respiraba una inmensa tranquilidad, la naturaleza era su principal atracción, “aunque las rutas eran pocas para ir al centro de la ciudad, eran rápidas”, dice el señor Octavio Fragoso, quien lleva más de 65 años de vivir en Cuautepec. Su sonrisa y las carcajadas al hablar de lo vivido demuestran el orgullo que le da haber crecido en medio de los cerros.
El cerro del Chiquihuite fue la principal atracción, había algunos ojos de agua y manantiales. Ahora es conocido como “el cerro de las antenas”, donde se alojan las plantas de transmisión de diez canales de televisión y 11 estaciones de radio.
“Cuando era niño mi papá nos llevaba a escalar cada una de sus partes, llevábamos comida como si no fuéramos a regresar en días, pero lo cierto es que era demasiado cansado; lo que más nos gustaba hacer era mojarnos en los charcos de agua”, señala don Octavio. Aún se hacen esos días de campo, pero ya no parecen tan fantásticos como antes, las excursiones son a la Sierra de Guadalupe porque el Chiquihuite se encuentra cercado por la seguridad que debe haber en las transmisoras.
En la Sierra de Guadalupe actualmente se encuentran cerradas algunas entradas porque las remodelan para hacer un centro recreativo, con ciclopista, canchas de futbol y básquetbol y cabañas.
El ingreso al cine nacional
Cuautepec puede presumir que es cuna de arquitectura, como la parroquia Preciosa Sangre de Cristo, una de las más bonitas de delegación. En 1760 los Franciscanos llegaron a evangelizar el lugar y comenzaron la construcción del templo barroco. Ahí se rodaron varias escenas de películas importantes en la época de oro del cine local: Los tres huastecos y La oveja negra, en las que actuó Pedro Infante.
La fachada sigue igual como se aprecia en los filmes: con cinco nichos en forma de concha, sus inconfundibles columnas salomónicas labradas y el resto de los detalles de cantera se encuentran muy bien conservados. Estar en el atrio da la sensación de que el tiempo se detuvo y que se camina al lado del ídolo de Guamúchil.
A un lado de la iglesia había un rio, se cuenta que en él el compositor Juventino Rosas vio a una hermosa mujer lavando y se enamoró de ella; este pequeño encuentro le sirvió de inspiración para hacer su vals Sobre las olas. Actualmente ahí se halla una barranca en el que las personas prefieren tirar basura.
Sin las tradiciones Cuautepec no sería lo mismo. Después de Iztapalapa es el segundo lugar más visitado en Viernes Santo. La crucifixión se realiza en los viveros del barrio alto, miles presencian el acto en que se hace un recorrido de tres kilómetros. Además, la feria para conmemorar a la virgen del Carmen es parada obligada, “desde niño iba con mis papás y ahora que soy padre llevo a mis hijos, la emoción de subirse a los juegos, de comer los múltiples platillos que hay, comprar artesanías y sobre todo ver las sonrisas de mis hijos, son los motivos por los que cada año bajo y seguiré bajando hasta que ya no se pueda”, dice por su parte Carlos Fragoso, de 47 años, tercera de cuatro generaciones que ha habitado la colonia.
Como en todo el país las personas actualmente sólo se fijan en la inseguridad, uno de los defectos de Cuautepec; se los olvida que también es un lugar rico en tradiciones y cultura, donde aún parece pueblo y en cualquier fin de semana se puede ir a escalar o caminar para, desde lo alto, dominar el panorama citadino de esta gran urbe y sentirse el rey del mundo.