La poesía es un arte que arranca suspiros. Desde la primaria nos enseñan a crear acrósticos, elementos de rima, sinalefas, métrica y otras herramientas básicas con la que todavía algunos maestros hacen que los niños creen sus propios textos, qué mejor que un sencillo pensamiento para la madre o para esa niña que nos hace clic en la cabeza cuando la vemos.
Los más aventados se saben algún poema y se lo adjudican cuando la interlocutora es inexperta: recuerdo que en una etapa de tortolismo recité a una chica la letra de Como yo te amo, de Manuel Alejandro y cantó Raphael: el resultado fue muy exitoso. Nunca desmentí el origen, una de las ventajas que da la edad.
Otra ocasión, en una junta en la que impartía estrategias para crear textos, leí un fragmento del maestro Sabines, Los amorosos. Después de la lectura me dirigí a mis interlocutoras, sólo mujeres, y les pregunté si sabían de quién era: me adjudicaron el honor, pero las desmentí. La intensidad de mi lectura les dio una falsa pista, argumentaron.
Creo que a todos nos gusta que nos lean una poesía o nos dediquen una canción de amor, aunque las de dolor en ciertas etapas también son bienvenidas, más por ellas; por eso Lucha Reyes prefería cantarlas como hombre: “por una mujer ladina/ perdí la tranquilidad/ ella me clavó una espina/ que no la puedo arrancar. Como no tenía concencia (sic)/ y era una mala mujer/ se piró con su querencia/ para nunca jamás volver.” Es de dolor, pero sin ofensa visible.
Ahora el llamado reguetón denigra a las mujeres al máximo y es todo un éxito, no por eso indica que a las chicas de hoy les gusta que las conquisten con esas palabrejas, aunque quizás para bailar sea diferente el concepto.
Esto viene a colación porque hace un par de semanas el grupo Café Tacuba declaró que ya no interpretará su emblemática canciones La ingrata, más por el hecho que pueda malinterpretarse la letra y algunos argumenten que induce a la violencia; si así fuera, tendríamos que retirar del catálogo casi todas de José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez y las que cantó Javier Solís.
A mi parecer es exagerado, pero cada quien hace con sus cosas lo que desee. Lo bueno fue que hace más de 20 años que se lanzó el disco, el más exitoso del rock mexicano, disfruté la rola y hasta bailé eslam sin que se adujera la ahora famosa violencia de género, que no sólo se da en canciones: muchas mujeres toleran el comportamiento obsesivo, compulsivo y machista de sus parejas y otras, desgraciadamente, pagan el precio de una cultura que aún se fomenta, sobre todo en el interior de nuestro país. Ojalá esa iniciativa del grupo sea un granito de arena para que esto acabe.
Pregunta para el diablo
¿Y en el Estado de México qué se hace para evitar la violencia contra ellas?
Imagen de: @Vikusan