La historia de la guerrilla latinoamericana está llena de anécdotas, leyendas y mitos. Es conocido que en nuestro país se entrenaron Fidel Castro y sus huestes para llegar a Cuba en el Granma a quitar el poder al dictador Fulgencio Batista. Relata José Luis González y González en su libro —el más vendido y leído de la industria editorial nacional— Lo negro de El Negro Durazo, que el ilustre jefe policiaco capitalino en tiempos de José López Portillo presumía de haber torturado a Castro y al mismísimo Che.
Esa afirmación pasa más como choro, pero lo que sí está comprobado es que durante el temible régimen priísta la temible Dirección Federal de Seguridad monitoreó las actividades de apariencia subversiva y a los refugiados sudamericanos; aunque no se tenga registro de guerrilleros uruguayos, uno pudo estar en México bajo el cobijo de la diplomacia cubana.
Alberto Gómez o Alfredo Red Silveira fue un nombre de batalla, el verdadero sólo sus viejos compañeros lo supieron, y eso nada más quienes lograron sobrevivir a la tortura y represión en el Uruguay intervenido con las tácticas de la CIA y que su enviado, Dan Mitrione, enalteció al más puro estilo medieval al inicio de los setenta; si es que vive, Gari debería tener entre 70 y 80 años.
Este guerrillero tupamaro vivió en carne propia los sinsabores de pertenecer a un movimiento de liberación que usó las tácticas extremistas de entonces en busca de un cambio en su país natal. Estuvo a salto de mata tras el famoso escape, junto con 105 guerrilleros, de la cárcel de Punta Carretas. Pasó a Chile, Argentina y Cuba, donde cavó la tumba de sus sueños socialistas al conocer personalmente las bondades del sistema que buscaba para Uruguay. En México terminó por sepultar sus ideales y dejó su más valioso legado: "una mina de hermosos ojos verdes".
El desaparecido diario El Heraldo de México fue el que escogió para detallar una parte de su testimonio, entre el 30 de julio y el 3 de agosto de 1979. Para el complemento de la historia la periodista Alba Medina investigó y reconstruyó, con una estupenda crónica, los lugares por los que caminó y vivió, la gente con la que Gari convivió y a la que entregaba sus informes.
Hoy, la UNAM gana una graduada de excelencia y sus bibliotecas se enriquecerán con este documento de lectura obligada para quien desee conocer la trayectoria y ocaso de un exiliado uruguayo, quien un día se dio cuenta que no valía la pena mandar al matadero a decenas de jóvenes sólo por una falsa ilusión, cuando las armas gobernantes los aniquilarían en un tris. Gari quizás ya no esté escondido, los tiempos han cambiado y el resto de su historia nos serviría para establecer que la maldad no radica nada más en un bando.
Pregunta para el diablo
¿En México cómo intervino la CIA?