Siempre he simpatizado con las buenas ideas del pensamiento político de izquierda. Sólo las buenas, no con todas ni con las extremas, como pelearse con los dueños del dinero, por ejemplo. Tuve oportunidad de conocer las mil y una formas en que se aplicó el marxismo al visitar personalmente lugares históricos y cercanos, como Cuba, o los más lejanos —el caso de China— para conocer directamente sin el famoso “dicen que”.
El pasado domingo, entre la lectura cotidiana de diarios hallé una nota en la que el otrora dirigente del PT, Gerardo Fernández Noroña, se negó a pagar el precio actual de la gasolina al llenar su tanque en un expendio. Bien por su idea, para él, porque si alguno llegamos a hacerlo definitivamente nos echan a la policía, algún golpeador o mínimo nos rayan el auto. Lo mejor es que el ex diputado usa una camioneta Volvo, según él de 2012, cuyo precio de reventa actual ronda los 400 mil pesos, sin contar que se puede cotizar en dólares.
No es envidia, cada quien compra lo que quiere y puede, claro que cuando se tienen puestos en el Congreso las posibilidades aumentan, no importa si eres de centro, de derecha, izquierda, de arriba o abajo. Sin embargo, cuando protestas por las políticas neoliberales, estás en contra de la libre empresa, pero buscas vivir y pasearte de lo mejor, entonces algo no concuerda.
Qué va de la camioneta Volvo de Fernández Noroña al humilde vocho de Pepe Mújica, ex presidente uruguayo y en algún momento líder guerrillero del Movimiento Nacional de Liberación Tupamaro, que en la década de los setenta del siglo pasado fue perseguido y cuya historia es digna de compararse con la de Nelson Mandela. Quizás Mújica sea el único izquierdista coherente, porque nadie del bloque soviético, chino, cubano o de los países de la vieja cortina de hierro dejó de darse la buena vida sólo por ser comunista, mientras el resto de la población sufrió las consecuencias del régimen.
Por lo pronto, la crisis en México nos pega a todos, por supuesto los que menos tienen son los más vulnerables, pero sus defensores sólo los usan para sus discursos, porque en los hechos no tienen la idea de cómo se vive en lugares tan pobres de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. En ese ámbito no se diferencian del gobierno federal, a que le gusta maquillar cifras, lanzar programas para mitigar la pobreza o usarlos en época electoral.
A todo eso, Enrique Peña Nieto está más solo que la última cucaracha en la cocina y su gabinete se esfuerza por convencernos que el gasolinazo era necesario. La popularidad medida y real marcaba una aceptación de 10 por ciento en diciembre, aunque en los medios se manejaba 20. Ahora también hay que creernos la mitad del cuento. Nadie en su sano juicio respalda las medidas.
Pregunta para el diablo
¿Qué tipo de izquierda podría gobernar México en 2018?
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