Innumerables personalidades han hecho una definición del deporte más popular del planeta: Eduardo Galeano, Juan Villoro y Günter Grass. Con sus palabras otros nos han llevado hasta el lugar del partido, como Fernando Marcos, Ángel Fernández y Fernando Luengas, pero los que nos han hecho amarlo han sido Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Maradona, Messi, Ronaldo y, afortunadamente, decenas de apellidos más.
Quizás el único lugar del mundo donde el futbol no es tan importante es con nuestros vecinos del norte, pero han contribuido al espectro con otros deportes no menos populares, al menos en México, como el basquetbol, el béisbol y el futbol americano. De ahí se agarran sus detractores para mencionar que como los gringos no están enajenados, el gobierno se aprovecha de la ocasional fama de la selección mexicana para endilgarnos alzas, oscuras transas o para darnos pan y circo.
Es cierto que cualquier fenómeno mediático es aprovechado para oscuros fines, aunque en defensa podemos afirmar que a muchos seres pensantes nos gusta el deporte de las patadas, más si es un torneo mundial o cuando se enfrentan equipos de alcurnia. Quizás si no fuera por esos momentos nuestras desgracias serían más sórdidas, más cuando nuestro equipo nacional suele cosechar más decepciones que alegrías.
Parto de ahí para recordar el bochornoso acontecimiento de Nochixtlán, el domingo 19 de junio, cuando la Policía Federal dispersó a balazos el bloqueo que simpatizantes de la CNTE mantienen desde entonces en la autopista a Oaxaca. La noche previa el seleccionado mexicano recibió una de las tundas más memorables, sólo siete goles de Chile; en el Mundial Argentina 78, Alemania metió seis, pero entonces éramos más realistas y no se sintió como desgracia.
Sé que algunos lectores me dirán que peco de ingenuo si mezclo el estado anímico de los acontecimientos sociales con el futbol, seguro no tienen que ver, afirmarán, pero sin hacer más que un análisis ligero, tras la final de este domingo en la Eurocopa 2016 −en que el anfitrión Francia no pudo descifrar la defensa portuguesa− surgieron algunos disturbios en la ciudad luz, cuando el evento, que duró un mes había, calmado las protestas por la nueva ley de pensiones en ese país. Si la frustración futbolera y el descontento social se juntan, son dinamita.
Hay otros casos para ejemplificar, como en Brasil hace dos años, antes de comenzar su Mundial; en Argentina y sus gobiernos militares, que calmaron al país tras la misteriosa obtención del campeonato. Desgraciadamente en México será difícil tener un equipo ganador, con la honrosa excepción de Londres 2012, y a esto le sumamos toda la carga de descontento acumulada por transas, corrupción e injusticia estamos con un caldo bastante espeso para detonar en cualquier momento. Lo que sí deberíamos desechar es la teoría conspiracionista de alienación futbolera para seguir pobres y conformistas, cuando hay países con más pasión y economías boyantes.
Pregunta para el diablo
¿Algún día se superará el “no era penal”?