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Viernes, 26 Agosto 2016 13:12

Una noche de nostalgia con Rock en tu idioma sinfónico

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Corría la década de los ochenta y los especialistas musicales de entonces decían que el rock no podía cantarse en español, si no eran los viejos covers de aquel rocabilly cincuentero, hasta que un grupo de chavos —que hoy ya no lo son— de Hispanoamérica demostró la falsedad de tal afirmación. La fría noche de este 25 de agosto fue la segunda presentación de algunos pioneros que con nuevos arreglos rememoraron las tocadas en lugares desaparecidos como el Hip 70, el mítico Rocotitlán, el inolvidable Rockstock y al final en la etílica Diabla.

Las canas decoran el pelo de la mayoría de los asistentes, aunque hay los rucos-chavos que son felices con la pose de asistir a cualquier concierto, aunque no se sepan las canciones. Se ven bastones y aparatos ortopédicos al por mayor, además de la gente muy abrigada a la espera de colmarse de los viejos compases con los que se enamoraron, bailaron y emborracharon hace ya tres décadas.

Sabo Romo, bajista de Caifanes e impulsor del proyecto, tuvo la idea de rescatar esas viejas rolas, que en cualquier fiesta decente se escuchan aún; las pausas exageradas y las explicaciones para quienes no saben los orígenes rompieron el ritmo, pero no hicieron que la gente se enfriara ni dejara de corear cada canción publicadas en Comrock y Ariola. La primera parte fue como entonces: un eléctrico para entonar; sube Bon al escenario y se nota el paso de los años pero la voz permanece similar, así como la energía. El Kaz se distingue por estar pasado de peso, pero son pocos los que entre el público de esa edad están todavía en forma, así que es parte del mimetismo necesario, una de las mejores voces del rock en español nos lleva al viejo antro con la receta que mamá se vuelve loca.

Los gritos eufóricos van para el cumpleañero Marciano Cantero, a quien sus 57 veranos y los lentes de fondo de botella no le impiden brincar de gusto, el público femenino despierta y las hormonas estallan con Leonardo De Lozanne, “ese grupo de niños bonitos que abrían conciertos a Caifanes”, hurga Romo en la memoria. Cala, de Rostros Ocultos y Piro, quizás el más veterano pero no menos animado, complementan el cartel que los antros mencionados hubieran querido tener juntos un día en su reparto.

La camerata afina, entran las cuerdas, el viento y los metales. El coro de lo más profesional y los veteranos del sismo del 85, la generación del tránsito del Mundial y la decepción del despertar democrático mexicano despierta; ya no es lo mismo antrear todas las noches y a varios los nietos les preguntan si eso se bailaba. La vieja frase del pachuco de oro y el canto unísono se apodera del Auditorio Nacional, si me entierran que sea con una de tus fotografías. Sabo es entonado, la voz de Saúl no se extraña, aunque sea la acostumbrada para esa rola. Sube el ritmo y ya nadie se sienta, “la mejor rola del rock en español” y bebo de tu sangre para que en la edad madura muchos griten aún a ese amor fallido, algunas lágrimas se ven entre los asistentes de quienes echaron gallo con Los Amantes de Lola.

Papareo, papapareo, dicta el estribillo de Juegos de Amor, la rola romántica de Neón, se conmemora a La Maldita con Kumbala y las luces rojas dan vuelta al auditorio. Los migrantes digitales hacen Periscope y toman video, como sus hijos, mientras la luna llena de París con los aullidos de Denis, o el microbito vive calientito allá abajo del cuerpo de alguien. Sabo se da tiempo de presentar a casi todos, menos a los de la camerata; también menciona a Enrique Peña Nieto y una rechifla monumental se deja escuchar.

Los timbales suenan con Marielito y los que no sufren de reumas se ponen a bailar, pero el paroxismo llegó con el coro más conocido del rock en español, cuando ves al amor de entonces besarse con ocho, la clásica de cualquier boda no podía faltar, los violines suenan potentes y los instrumentos de viento adornan de manera fresca la canción. Ése es el final, no sólo de nuestro amor.

El posdata fue para Gustavo Ceratti y entonces esa generación que vivió en carne propia el terremoto, que tuvo que buscar sus propios sitios de diversión bajo el régimen más duro posrevolucionario azteca se da cuenta de que es tarde y entre bostezos sabe que el viernes tiene que trabajar temprano; “quizás cierren la puerta del asilo”, bromea Sabo, “pero nadie nos quita lo bailado”. Eso sí, añade, esas rolas eran para festejar y recordar las primeras parrandas, los primeros amores y todo rito inicial; “¡el primer divorcio!”, grita un espontáneo y el chiste es festejado, pues hay quienes ya van por la tercera vuelta del kilometraje, aunque las piernas parecen ya no responder. 

 

 

Imagen de: @Vikusan

Victor Manuel García Santiago

Periodista y catedrático UNAM. Amante del cine, música, escribir, leer y enseñar. Apasionado por los medios. Amo a mi familia y Bronco de Denver de Corazón. 

Twitter @Vikusan 

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