JUEGOS: Supongamos que usted tiene una hectárea de terreno -rural- y sabe que el metro se cotiza en 5 pesos, llega entonces un (suponemos) ingenuo comprador y le ofrece 20 pesos por metro cuadrado. Usted supone que el adquirente no conoce la cotización y vende, asumiendo que hizo un magnifico negocio. Usted no compartió la información que tenía y -aparentemente- ganó este juego, por supuesto no colaborativo.
Pero resulta que el -no tan ingenuo- comprador, tampoco colaborativo, sabía que a 50 metros de su terreno pasaría la nueva autopista a un nuevo aeropuerto. El metro cuesta ahora mil pesos el metro ¿quién ganó el juego? Por supuesto, él tampoco fue colaborativo, jamás le dio esa información.
En la galardonada cinta “Mente Brillante” (A Beautiful Mind, 2001), el extraordinario, actor australiano Russell Crowe representa, en una recreación de la vida real, al también reconocido físico matemático John Nash, premio Nóbel de Economía 1994, por su aportación al desarrollo de la hoy multiestudiada “Teoría de Juegos”.
Antecedido por el matemático John Von Neuman, uno de los padres de la bomba atómica, Nash le da un sentido más social a la economía y de paso sienta las bases para explicar porqué las teorías clásicas de Adam Smith y David Ricardo y de sus antecesores, William Petty y James Stewart, impecables a nivel matemático, conceptual o econométrico, fracasaban en el mundo real y polarizaban a la economía liberal, al no operar racionalmente las llamadas fuerzas del mercado.
De acuerdo a esta posición, el principio de Juan Bautista Say, de que “la oferta crea su propia demanda” debía de regular perfecta y automáticamente a los mercados.
Por la influencia del precio, se decía, la oferta y la demanda se igualaban por sí mismas y el mundo marcharía así perfectamente bien. En realidad, ha marchado bastante mal, las distorsiones en la práctica generaron monopolios, externalidades y concentración, muchas veces empapada de corrupción, y difícilmente se encontraban equilibrios y competencia perfecta.
En la parte doctrinaria surgió la lucha entre socialismo -y su derivación contemporánea, populismo- versus capitalismo y lo que muchos califican como neoliberalismo (nosotros le quitamos el “neo”); así, los partidarios de esta corriente trataban de explicar por qué en todo orden, la oferta y la demanda no se equilibraban por sí mismas.
Aunque lógica, la respuesta tardó más de un siglo en llegar. Fue un matemático, no un economista, como Von Neuman el que sentó las bases para tal explicación y fue un físico matemático, Nash, el que le dio el grado de sofisticación que culmina con otro premio Nóbel (2005), este sí a un economista, Robert Aumann. Los tres constituyen la columna vertebral de una explicación más cercana a lo social que a lo econométrico: la “Teoría de Juegos”.
EQUILIBRIO: Basada en la estadística, herramienta matemática que surge originalmente para establecer estrategias ganadoras en los juegos de azar y considerando incluso situaciones que se dan en los juegos infantiles, la Teoría de Juegos sustenta que, en el mundo real, tanto en las relaciones económicas como en las políticas y sociales, se presentan situaciones en que el resultado depende de las acciones de los agentes o jugadores, no en sí de las fuerzas del mercado. Preguntémosle al vendedor original de la hectárea del primer párrafo.
Aunque tiene un alto grado de sofisticación matemática, la teoría puede aplicarse no sólo a la economía, hoy es utilizada en la sociología, en la política, en la biología, en la psicología y es muy usada en las ciencias jurídicas, dando origen a las modernas concepciones sobre la conciliación y el arbitraje.
Básicamente, en la vida sostenemos dos clases de juegos, la primera acepta la comunicación entre los jugadores y se pueden negociar los resultados. Se trata de juegos cooperativos o con transferencia de utilidad. Así funciona, o debe de funcionar, por ejemplo, un equipo de fútbol.
En los juegos en los que no se transfiere utilidad o juegos no cooperativos, los jugadores no pueden tomar acuerdos previos, suelen ser bipersonales y provocan resultados suma cero, cuando el bien que gana un contendiente es igual al que pierde otro, o de suma no nula, cuando las ganancias de alguno de los jugadores aumentan o disminuyen en función de sus decisiones.
El eje de la teoría, lo define Nash, estriba en que, en todo juego, uno de los jugadores obtiene ventajas que rompen o impiden el equilibrio al tener una ventaja competitiva: él sabe algo que los demás ignoran. “Yo sé que el AIFA es un mal aeropuerto, pero quien nunca ha visto uno considera que es el mejor del mundo”.
No existe la competencia perfecta porque alguien tiene información que le permite sacar una ventaja. Tal ocurre, por ejemplo, cuando alguien le apuesta a un boxeador y sabe que el rival subirá a pelear con neumonía. O cuando alguien sabe que se va a adquirir una marca aparentemente sin valor y que va a tener un impulso importante de mercado, como la aparentemente devaluada “Mexicana de Aviación”.
Como mencionamos, la teoría funciona en la economía y en la política, hoy tan interdependientes y sin determinarse cual condiciona a cuál. La diferencia básica estriba en que, en la búsqueda de maximizar su bienestar, se es más cauto en la economía (un error hace perder dinero) que en la política (aquí pierden todos, pero “no se dan cuenta”). La gente se conduce menos racionalmente cuando lo que está en juego son ideas y no dinero. Sin embargo, el mercado político sabe, y sabe bien, de la Teoría de Juegos.
VENTAJA: Independientemente de la implicación matemática y quizá sin saberlo, es difícil que conozca la teoría quien reprobó matemáticas y economía hasta el cansancio y quien se llevó catorce años en concluir una carrera, el autodenominado “político” ha puesto en práctica su propio juego, en el que toma ventaja (desleal) sobre adversarios y partidarios.
Él sabe que el Tren Maya nunca será rentable (quizá nunca “será”), ni turístico, pero él sabe que tiene otro fin; en realidad -privilegio del poder- él sabe que la mayoría de la gente ignora el trasfondo político, ideológico y legal de casi todas sus decisiones.
Un juego más: la falacia de “nacionalizar el litio”, que originalmente, de acuerdo a la pisoteada Constitución, ya es de la nación, pero que no se va a poder explotar simple y sencillamente porque se requiere más de un millón de litros de agua para decantar una sola tonelada de litio, líquido que no existe en las áreas que contienen el blando metal. Sobran ejemplos de la aplicación política del uso de una ventaja desleal. Así, siempre habrá terceros culpables, el INE, la prensa, los “ricos” o “los de arriba”; al fin y al cabo, las instituciones, al final: “al diablo las instituciones”, la sopa ya estaba preparada.
Y aunque los juegos de la vida evitan la ventaja desleal a través del arbitraje, cuando el árbitro no cae en el garlito y señala que no hubo foul en el área y no hay penal, entonces descalifica o somete al árbitro, o simplemente, lo sustituye. ¿Alguien ha visto un estudio serio sobre el costo de decantación de litio y su beneficio real? Valdría la pena voltear hacia Chile, Argentina o Bolivia, ellos y sus ciudadanos lo saben.
Este juego no ha concluido, hoy no solo se disfraza la verdad, peor aún, se convierte en posverdad (mentira generalizada) a través de las redes sociales, por eso el engaño a propios y extraños, por eso la confusión que quien piensa que estamos -todavía- en un “Estado de Derecho”.
DE FONDO: Robert Aumann, Premio Nóbel de Economía al que nos referimos, sugiere, entre otras cosas, una reforma fiscal que disminuya los impuestos, incremente los incentivos e incremente el número de causantes, especialmente en economías como la de México, dónde el 57% -y creciendo- de la población económicamente activa, labora en la informalidad, en la economía subterránea y, lo más grave, en la delincuencia. Lógica pura que facilitaría e incrementaría la recaudación. Lo dijo un Premio Nóbel de gran orientación social, conste.
DE FORMA: El costo financiero de la deuda de México, los intereses y otros cargos que el gobierno debe pagar a los acreedores, se incrementó 27% entre enero y agosto de 2023 hasta los 662,719 millones de pesos. Eso a pesar de que el (mal) llamado “superpeso” ha permitido comprar dólares baratos. En realidad es el reflejo de un endeudamiento mayor y de una producción menor. Un juego más que se oculta.
DEFORME: El Tren Maya, de costo multiplicado e irrecuperable, sigue aumentando gastos “no previstos”, se encuentra en proceso de pasar del FONATUR a la SEDENA (¿se cambió el destino turístico por uno militar?), no tiene proyecto ejecutivo, ni plan maestro, pero se va a “inaugurar” a “forziori” en diciembre, esto no quiere decir que vaya a operar, desde luego, el juego continúa. Los grandes problemas persisten y se ahondan; para el que provoca todo esto, que “no viene de antes”, aunque sí incorporó a lo peorcito de “los de antes”, su ambición vale eso y más, la historia lo juzgará y… ¿lo absolverá?