Por Kenia Chávez
@Ainek_Nairobi
En el fondo se escucha música ranchera, la pantalla en sepia proyecta al México de 1940, una triste nación que aún conserva los estragos de una convulsión revolucionaria; los agricultores comienzan a cambiar azadones y canastas por overoles y herramientas. De lo agrícola a lo industrial, de lo rural a lo urbano.
Una familia numerosa que a pesar de no ser adinerada vivía con dignidad en Guadalajara, un padre y una madre que esperaban un bebé y tenían ya once hijos más. Carmen, la hermana mayor era la encargada de cuidarlos, pero entre tantos niños no faltaba el rebelde que se salía del guacal, relata Antonieta rompiendo la comodidad de los viejos recuerdos.
“Era 1946, tenía catorce años y quedé embarazada. Unos tres meses antes conocí a un muchacho, un escuinclillo que ayudaba en los ferrocarriles, me prometió que me daría el cielo, el mar y las estrellas”, hay un pequeño silencio, en sus ojos puede notarse un destello de vergüenza y enojo. “Entonces pasó. Cuando le dije se encolerizó y dijo que era mi culpa, no supe qué hacer, me pidió que nunca lo volviera a buscar y yo pensé que se le pasaría y que haría lo debido, que días después iría a pedir mi mano, nos casaríamos y seríamos una familia como Dios manda, nunca lo volví a saber de él, se escapó…”
De pronto los ojos de la mujer se llenan de sombras del pasado, pero prosigue con dignidad: “decirle a mis padres fue lo más difícil del mundo, mi madre lloró como nunca y mi padre estuvo a punto de propinarme una paliza, ¡Había humillado a la familia! ¡Yo ya no era una señorita decente! ¿Qué diría la gente? ¿Una mujer que tiene un hijo fuera del matrimonio? Dios bendito, ¿por qué nos has castigado de esta forma? Mi pobre padre, que en paz descanse, salió con escopeta en mano a buscar a ese desgraciado, pero fue inútil.
“Me mandaron a casa de mi tía, que estaba en la Ciudad de México, fue lo más vergonzoso y horrible del mundo; mi madre, en pos de mi buena reputación, le mandó a mi tía cartas diciendo que yo estaba devastada, que a días de haberme casado mi esposo había muerto. Me compraron hasta un vestido de novia sencillo y me lo enviaron en el equipaje para que mis tías lo vieran y no desconfiaran”, hace una ligera pausa, conteniendo un poco el llanto, “ésa fue la última vez que vi a mi papá, nunca más quiso dirigirme la palabra, ni si quiera antes de su muerte”.
La voz matrimonio deriva de los vocablos latinos matris y munium, que significa carga o gravamen para la madre, expresa que la mujer es quien lleva el mayor peso tanto antes como después del parto.
En las antiguas sociedades como Babilonia, Asiria, Persia, China y en India esta institución era obligatoria para aumentar continuamente la población debido a sus condiciones bélicas; los hombres tenían derecho a practicar la poligamia, mientras que las mujeres contaban con muy pocos privilegios y mantenían un rol de sumisión absoluta. Situaciones como el aborto y el adulterio eran causa de muertes brutales como el empalamiento o la lapidación.
En Israel –cultura de donde derivan los ideales occidentales que nos rigen actualmente– los preceptos en cuanto a la familia y al matrimonio estaban plasmados en la Biblia; por ejemplo, para ellos el celibato era mal visto y por lo tanto el casamiento era obligatorio después de los veinte años; por otro lado, el aborto o cualquier medio para controlar la natalidad se conceptuaban como abominaciones paganas.
Es gracias al cristianismo que se dignifica al matrimonio como una institución, gracias a esta doctrina religiosa se instaura formalmente la monogamia basada en la fidelidad y se prohíben las relaciones incestuosas así como los matrimonios arreglados.
La evolución social
Actualmente ser madre no implica necesariamente estar casada; de acuerdo con datos del Instituto Nacional de las Mujeres, basados en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2010, en México hay 29 millones de mujeres que son madres, de las cuales 7.8 millones no tienen cónyuge, es decir 27 por ciento. Este sector poblacional es llamado “madres solas” y comprenden a las mujeres con hijos que, según su estado conyugal, son solteras, viudas, divorciadas o separadas de su pareja.
Hasta 2010, las madres solas ocupadas en el mercado laboral sumaban 4.1 millones y representan 51.8 por ciento del total de las madres solas. El porcentaje más alto de madres solas que trabajaban hasta esa fecha corresponde a las solteras (39.4), seguidas por las separadas (27.6), después las viudas (21.2) y por último las mujeres divorciadas (11.7 por ciento).
Afortunadamente para las mujeres de ahora los estigmas de la antigüedad han ido en decremento, al grado que a nivel nacional se ofrecen distintos programas para ayudar a las jefas de familia para obtener auxilio económico, la obtención de vivienda, el mejoramiento de la alimentación, asistencia psicológica, en el sector de salubridad, cultural, legislativo e incluso el apoyo en la interrupción legal del embarazo.
Los viejos estigmas acabaron en las zonas urbanas, pero en México existen áreas rurales donde salir de blanco, en una iglesia en domingo a mediodía es todavía cuestión de honor.
Imagen de: @vikusan