Reportaje de: Xanthe Tovar y Sinuhé Garza @XantheTovar @SinuhGarza
Pequeños, mortales y tenebrosos, se venden como un manjar
Los pasillos del famoso mercado de San Juan, en el corazón de la Ciudad de México, guardan misterios que merecen conocerse, sobre todo si de comer se trata; para eso hay que buscar algo fuera de lo común, así que la principal atracción para quienes aman el riesgo o saborean la adrenalina como postre es ingerir lo que pocos se atreverían.
Degustar animales exóticos cocinados de diversas maneras es un reto, sobre todo el temido escorpión, ese animal sobre el que se tejen mitos y leyendas, pero que además abunda en casi todo nuestro país, aquí es un manjar para paladares exigentes por tan sólo 40 pesos el ejemplar.
En un pequeño y colorido local, donde además de diversos insectos que se pueden ver en un mueble, se distingue en la pizarra negra, rotulada con gises de colores, el nombre de los animales que integran este distinguido menú. Es el restaurante de comida exótica La Sorpresa y quienes aquí llegan buscan no sólo saciar el apetito sino ampliar su experiencia culinaria y qué más exigencia que probar el escorpión frito. Sus dueños y chefs son Aarón Soria y su madre Marta Marín, quienes atienden el pequeño restaurante desde hace cinco años.
Arón, de 26 años, se describe a sí mismo: “soy un carnicero, yo destazo los animales, es un deleite ver lo que te vas a comer y cómo lo preparas, hermano; puedes encontrar cocodrilo, armadillo, venado, iguana, pato, león o tigre.”
El menú se complementa con otros alimentos light igual de raros: escorpión tarántula, jumiles, chapulines, gusanos de maguey blanco y rojo, acociles y escamoles, que con gusto el cocinero muestra a sus clientes mientras comparte su experiencia con ellos.
Pedimos los escorpiones y mientras se preparan, Aarón nos explica que hay dos maneras de curarlos, en la primera se corta el aguijón y se saca la bolsa de pus, “lo fríes y te lo comes así, pero en esa yo no confío, carnal”, afirma con total seguridad. En la segunda se mete al escorpión en una cubeta con mezcal durante dos semanas, “¡pero no te lo tomes, ni se te ocurra!”, pues la bebida queda inservible, por lo que se tira, mientras el escorpión ya está listo para cocinarse: “se fríe y va para el plato, así es como te lo vamos a preparar, al mojo de ajo, pero si lo curas y no lo sabes preparar te sabe a puro mezcal”.
Nuestro mesero se vuelve guía; es amable y profundo, nos cuenta cuánto le gusta decirle a los clientes qué es lo que les sirve, “te lo vendo y te lo explico pa’que te la sepas y no te vean la cara”; demuestra su enojo hacia algunos negociantes, “luego por querer vender no explican bien los procedimientos de limpieza y puede ser dañino para la banda, imagina que se dañe alguien acá, es la bronca, carnal”, dice mientras su madre le avisa que el platillo está listo.
Llevan a la mesa dos platos blancos adornados con pedazos de manzana y naranja que rodean dos negros y tiesos escorpiones espolvoreados con chile y ajo. Arón nos sugiere primero comer el animal y luego un pedazo de fruta. Sin vacilar, lo probamos y con la primera mordida al cuerpo inerte del artrópodo cruje en la boca; se engullen inicialmente las patitas, luego sus tenazas y en tercer lugar su cara diminuta frita. Tiene un sabor a carne quemada, que con cada mordisco chasca en nuestro paladar, el sazón es singular de textura fibrosa que se deshace y al combinarlo con la fruta queda una sensación de frescura. De dos mordidas sólo queda la cola y de un último bocado la ingerimos, con agrado se percibe un sabor mucho más marcado, dulzón combinado con un poco de aceite.
El ceremonial de la caza
Para que llegue la materia prima hay un proceso: “en el pueblo, hay un viejito que se va en huaraches a buscar los escorpiones, alza la primera piedra y sale el más grande, lo agarra de la cola y se come el cuerpo crudo”, paralizados de la impresión preguntamos por qué, “comer el escorpión es un contraveneno. Después de alzar la piedra y comer el primer escorpión se les sopla para que salgan de la tierra, se meten en una cubeta que se inunda en mezcal para comenzar la curación.”
Él ya fue picado por un escorpión, “es imposible salvarse, andan por la tierra o se te suben en la ropa y de repente sientes el pinchazo”; sin acongojarse, revela el secreto para sobrevivir: “el alacrán que te pica lo pisas y te lo comes sin la cola, yo pensé que era broma hasta que me picó, tal cual, me lo comí y sólo me dio un poco de fiebre, pero estoy vivo, carnal”.
Además de comerse las colas de escorpiones pueden servir como droga: “para los que somos golosos te puedes fumar la cola y también te pone (te droga), era lo que hacían los aztecas”; explica e instruye cómo fumarla, a la vez que sale del local y regresa con una cola gorda, más grande y oscura, nos la pone en las manos y añade “mientras más negras más poderosas, ahí te la fumas, si eres atascado le pones un poco de marihuana a la pipa y sientes como si hubieses mascado peyote”.
Agrega que visitó Wirikuta con los huicholes para comer peyote, “pero ellos lo usan para otras cosas, para caminar y limpiar sus almas, es otra onda”.
Aarón es un tipo sencillo, cuidador de la ecología. Para finalizar, recalca que toda la comida es legal en su restaurante y aunque los permisos son muy caros le gusta su negocio y contarle a la gente sobre él mismo para concientizarla. Con una sonrisa se despide y sentencia: “quise cambiar el mundo, pero el único que cambió fui yo”.
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El sabor que enchina la piel: el escorpión pica menos en la boca
Pequeños, mortales y tenebrosos, se venden como un manjar
Xanthe Tovar y Sinuhé Garza
@XantheTovar y @SinuhGarza
Los pasillos del famoso mercado de San Juan, en el corazón de la Ciudad de México, guardan misterios que merecen conocerse, sobre todo si de comer se trata; para eso hay que buscar algo fuera de lo común, así que la principal atracción para quienes aman el riesgo o saborean la adrenalina como postre es ingerir lo que pocos se atreverían.
Degustar animales exóticos cocinados de diversas maneras es un reto, sobre todo el temido escorpión, ese animal sobre el que se tejen mitos y leyendas, pero que además abunda en casi todo nuestro país, aquí es un manjar para paladares exigentes por tan sólo 40 pesos el ejemplar.
En un pequeño y colorido local, donde además de diversos insectos que se pueden ver en un mueble, se distingue en la pizarra negra, rotulada con gises de colores, el nombre de los animales que integran este distinguido menú. Es el restaurante de comida exótica La Sorpresa y quienes aquí llegan buscan no sólo saciar el apetito sino ampliar su experiencia culinaria y qué más exigencia que probar el escorpión frito. Sus dueños y chefs son Aarón Soria y su madre Marta Marín, quienes atienden el pequeño restaurante desde hace cinco años.
Arón, de 26 años, se describe a sí mismo: “soy un carnicero, yo destazo los animales, es un deleite ver lo que te vas a comer y cómo lo preparas, hermano; puedes encontrar cocodrilo, armadillo, venado, iguana, pato, león o tigre.”
El menú se complementa con otros alimentos light igual de raros: escorpión tarántula, jumiles, chapulines, gusanos de maguey blanco y rojo, acociles y escamoles, que con gusto el cocinero muestra a sus clientes mientras comparte su experiencia con ellos.
Pedimos los escorpiones y mientras se preparan, Aarón nos explica que hay dos maneras de curarlos, en la primera se corta el aguijón y se saca la bolsa de pus, “lo fríes y te lo comes así, pero en esa yo no confío, carnal”, afirma con total seguridad. En la segunda se mete al escorpión en una cubeta con mezcal durante dos semanas, “¡pero no te lo tomes, ni se te ocurra!”, pues la bebida queda inservible, por lo que se tira, mientras el escorpión ya está listo para cocinarse: “se fríe y va para el plato, así es como te lo vamos a preparar, al mojo de ajo, pero si lo curas y no lo sabes preparar te sabe a puro mezcal”.
Nuestro mesero se vuelve guía; es amable y profundo, nos cuenta cuánto le gusta decirle a los clientes qué es lo que les sirve, “te lo vendo y te lo explico pa’que te la sepas y no te vean la cara”; demuestra su enojo hacia algunos negociantes, “luego por querer vender no explican bien los procedimientos de limpieza y puede ser dañino para la banda, imagina que se dañe alguien acá, es la bronca, carnal”, dice mientras su madre le avisa que el platillo está listo.
Llevan a la mesa dos platos blancos adornados con pedazos de manzana y naranja que rodean dos negros y tiesos escorpiones espolvoreados con chile y ajo. Arón nos sugiere primero comer el animal y luego un pedazo de fruta. Sin vacilar, lo probamos y con la primera mordida al cuerpo inerte del artrópodo cruje en la boca; se engullen inicialmente las patitas, luego sus tenazas y en tercer lugar su cara diminuta frita. Tiene un sabor a carne quemada, que con cada mordisco chasca en nuestro paladar, el sazón es singular de textura fibrosa que se deshace y al combinarlo con la fruta queda una sensación de frescura. De dos mordidas sólo queda la cola y de un último bocado la ingerimos, con agrado se percibe un sabor mucho más marcado, dulzón combinado con un poco de aceite.
El ceremonial de la caza
Para que llegue la materia prima hay un proceso: “en el pueblo, hay un viejito que se va en huaraches a buscar los escorpiones, alza la primera piedra y sale el más grande, lo agarra de la cola y se come el cuerpo crudo”, paralizados de la impresión preguntamos por qué, “comer el escorpión es un contraveneno. Después de alzar la piedra y comer el primer escorpión se les sopla para que salgan de la tierra, se meten en una cubeta que se inunda en mezcal para comenzar la curación.”
Él ya fue picado por un escorpión, “es imposible salvarse, andan por la tierra o se te suben en la ropa y de repente sientes el pinchazo”; sin acongojarse, revela el secreto para sobrevivir: “el alacrán que te pica lo pisas y te lo comes sin la cola, yo pensé que era broma hasta que me picó, tal cual, me lo comí y sólo me dio un poco de fiebre, pero estoy vivo, carnal”.
Además de comerse las colas de escorpiones pueden servir como droga: “para los que somos golosos te puedes fumar la cola y también te pone (te droga), era lo que hacían los aztecas”; explica e instruye cómo fumarla, a la vez que sale del local y regresa con una cola gorda, más grande y oscura, nos la pone en las manos y añade “mientras más negras más poderosas, ahí te la fumas, si eres atascado le pones un poco de marihuana a la pipa y sientes como si hubieses mascado peyote”.
Agrega que visitó Wirikuta con los huicholes para comer peyote, “pero ellos lo usan para otras cosas, para caminar y limpiar sus almas, es otra onda”.
Aarón es un tipo sencillo, cuidador de la ecología. Para finalizar, recalca que toda la comida es legal en su restaurante y aunque los permisos son muy caros le gusta su negocio y contarle a la gente sobre él mismo para concientizarla. Con una sonrisa se despide y sentencia: “quise cambiar el mundo, pero el único que cambió fui yo”.