Desde su llegada al poder, el presidente en lugar de asumir su responsabilidad, ha preferido evitar reconocer su incapacidad culpando a otros de la realidad. Ante la violencia incesante, el recordatorio de que todo empezó cuando Calderón era gobernante; frente a los casos de corrupción que incluso involucran a sus familiares, la excusa de que es una herencia de los gobiernos neoliberales; delante del paupérrimo y decadente crecimiento económico, asevera que es por la pandemia aunque los malos resultados ya venían desde antes. No es por él, sino por La Conquista; no es por él, sino por Carlos Salinas; no es por él, sino por los niños golpistas. Con más excusas que mañaneras, Andrés Manuel aún no se da cuenta de que desde hace tres años le toca estar al frente y a la población responderle.
Tal fue el caso la semana pasada, cuando el Ejecutivo Nacional, en una de sus ocurrencias que suele pronunciar por la mañana, hizo responsable de la situación actual de inseguridad a los videojuegos que juegan los niños en su hogar. Porque en lugar de aceptar que su política de combate a la inseguridad no ha llegado a funcionar, que las reuniones por la mañana con miembros del gabinete sólo han servido para que los secretarios tomen café y puedan despertar, que la amenaza de acusar a los delincuentes con sus mamás nulo efecto llegó a causar o que la estrategia de “abrazos no balazos” más que una estrategia es una derrota frente al crimen organizado al cual prefiere no enfrentar, ha decidido erigirse un nuevo enemigo: el Nintendo.
De esta manera, México se ha convertido en el país de las balaceras recurrentes, las extorsiones cada vez más frecuentes y las mujeres asesinadas brutalmente. Ahí están Michoacán, Sonora, Jalisco y Zacatecas. Y es que al presidente le podrán dar risa las masacres y se podrá negar a entablar diálogo con las víctimas de la violencia imperante, pero la realidad es que en lo que va de su sexenio, lamentablemente, se han acumulado ya más de cien mil cadáveres producto de un gobierno faltante. Esto es, comparando los primeros tres años de cada sexenio, más del triple que con Felipe Calderón y casi el doble que con Enrique Peña Nieto.
Por ello, ojalá pronto López Obrador entienda que no es la UNAM o la comunidad científica o la oposición a la cual siempre critica las causantes de que su transformación no saliera como él quería, sino la falta de reconocimiento de que posee un diagnóstico bueno pero unas soluciones equivocadas, por decir lo menos. Señor presidente, el problema no es el Nintendo, el problema es que ni entiende. Por el bien de este país, ojalá pronto recapacite.
Opinión