La alusión al pueblo, a través del discurso de este gobierno, ha sido una constante desde su comienzo. Que el pueblo no es tonto, dice el mandatario nacional, aunque minutos después pronuncie una mentira más; que el pueblo ya no es borrego, celebra al afirmar, pero pide que se le entregue a ciegas confianza y lealtad; que el pueblo es bueno y sabio, no se cansa de aseverar, siempre y cuando este le aplauda sin parar. Y es que es falso que el pueblo esté feliz, feliz, feliz. Por el contrario, está cansado y renuente a aceptar otra ocurrencia que el presidente llegue a realizar. Ahí está la baja participación de las y los ciudadanos durante la consulta popular, la rechifla durante un evento en su estado natal y el bloqueo realizado por quienes eran sus aliados que le impidió a su show mañanero poder arribar.
Renuente al diálogo, como suele pasar, Andrés Manuel se negó a escuchar. Sacando a relucir su talante autoritario, reviró que primero se le respetara y luego hablaba. Con una humildad distante, dijo que él no era rehén de nadie. Se equivoca. Pues si algo se ha podido constatar, en estos tres años que lleva de gobernar, es que el presidente, además de ir desnudo, es preso de las cadenas de la ignorancia que lo limitan, del rencor que le nubla la visión, del odio que le impide pensar mejor y de la venganza que lo ata para transformar a este país como prometió. Al final, lo que se evidenció, es la reducción de la investidura presidencial que se llega a vislumbrar cada vez que se baja del púlpito presidencial y sale de la comodidad de Palacio Nacional. Sin los muros que lo protegen, el pueblo lo intimida y lo empequeñece.
Próximo a su tercer informe de gobierno y cumpliendo más de mil días de su sexenio, el Ejecutivo Federal ha decidido acuñar la siguiente frase: hechos no palabras. Pero se necesita mucho cinismo y poca vergüenza para sostener semejante mentira. Porque una característica de esta administración es precisamente que habla mucho pero hace poco, que señala y condena a través de la palabra pero que se esconde cuando de actos se trata, que en el discurso es voraz pero en la realidad poco capaz. En campaña prometió crecer, no obstante la economía no ha podido recuperarse de lo mucho que llegó a caer; dijo que acabaría con la corrupción, aunque protege a sus hermanos Pio y Martín López Obrador; se consagró diciendo que la seguridad regresaría mediante abrazos, sin embargo no cesan los balazos; aseguró que primero irían los pobres, sin saber que se encargaría de generar 3.8 millones de nuevos pobres. Una rifa de un avión sin avión, un juicio contra un señor de apellido Lozoya que se encuentra archivado en un cajón, la celebración con bombo y platillo de una campaña de vacunación cuando las vacunas no habían llegado aún, la consulta para enjuiciar a expresidentes sin la palabra expresidentes ante los ojos de la población. Así, es un insulto escuchar que hechos y no palabras este gobierno se ha dedicado a realizar, pues no se han cansado de hacer uso de palabrerías que al final acaban por no ejecutar o les resulta demasiado complejo demostrar.
Las y los mexicanos serán testigos una vez más de otro informe en el que en lugar de llevar la cuenta de los logros que se enarbolarán, lo que habrá que contabilizar son las mentiras que se dirán. Ojalá pronto el pueblo deje de escuchar, como un acto de patriotismo, la sarta de mentiras que se llegan a enumeran en cada conferencia, informe o acto que Andrés Manuel llega a encabezar, y así como la semana pasada se deshicieron momentáneamente de aquel ejercicio en el que con mayor frecuencia se dice mucho y se rinde cuentas poco, en el 2024 ese mismo pueblo aproveche la oportunidad no solo de acabar con “La Mañanera” sino le de la estocada final a todo MORENA. Cada vez falta menos.