La primera reproducción fiel de un abrigo rocoso con pintura rupestre que se hace en México será la pieza estelar al lado de la colección de arte sacro más importante del noroeste del país, en la nueva versión museográfica del Museo de las Misiones Jesuíticas de Loreto, en Baja California Sur. La réplica abrirá al público este año.
Se trata de una reproducción a escala, a 85 por ciento del tamaño real, del abrigo con pintura rupestre que se encuentra en el sitio arqueológico Cuevas Pintas, cercano a Loreto, enterrado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 2016 para protegerlo de las alteraciones naturales que ha causado el cambio climático en el paraje de la Sierra La Giganta, donde se encuentra al nivel del arroyo Las Parras.
La restauradora Sandra Cruz, responsable del Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico Rupestre, de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) del INAH, dice que el caso del sitio Cuevas Pintas es significativo por el modo como institucionalmente —en términos de conservación— se pueden defender sitios que están siendo afectados por dicho fenómeno mundial, al tiempo que se buscan soluciones para que la sociedad no pierda el vínculo con el patrimonio que le da identidad.
La obra, cuya reproducción se podrá apreciar en el museo de Loreto, forma parte de la tradición de pintura rupestre de más de seis mil años en las sierras de la península de Baja California, y es apreciada en el mapa mundial del patrimonio cultural por la impronta humana expresada en diversos estilos pictóricos, pero con elementos simbólicos, conceptuales y rituales compartidos.
Un sistema de enterramiento controlado protege Cuevas Pintas
Cuevas Pintas es considerado uno de los lugares emblemáticos de la región de Loreto; muy apreciado por las comunidades cercanas que hasta hace seis años llegaban a convivir en familia, a la orilla de un pequeño oasis frente al abrigo con pintura, y admirado por el turismo como punto de visita obligada en el recorrido por las misiones del siglo XVI, en las poblaciones de Loreto y San Javier.
Sandra Cruz detalla que es un pequeño resguardo de 11 metros lineales por cinco metros de profundidad que, en un área de cinco metros de longitud por tres de altura, tiene distribuidas 25 pinturas con representaciones de cuadros, líneas verticales, paralelas y pintura dactilar (hecha con los dedos), así como una figura que parece ser el caparazón de una tortuga. Cada pintura no rebasa los 50 centímetros de alto. Fueron plasmadas en una paleta de blanco, negro, amarillo, ocre y rojo. Las hay de un solo color, bicromas y policromas. Corresponden al estilo denominado Sierra La Giganta, por el nombre donde se ubica el panel.
Dadas sus características excepcionales, en 1998, el INAH llevó a cabo trabajos de conservación y habilitó el sitio con cedulario y barandal para la visita pública; por el paraje corría el arroyo Las Parras, frente a las pinturas se formaban pozas y crecían palmeras que daban sombra a los paseantes.
Pero en octubre de 2012 comenzó la racha de huracanes y lluvias tropicales (en 2013, con “Odile”, se alcanzó la mayor cantidad de agua registrada en la historia de Loreto); año con año, los fenómenos hidrológicos han modificado de manera drástica el entorno: inició el desgaje del cerro: cayeron al arroyo rocas de grandes dimensiones mientras la corriente incrementada, arrastraba sedimentos y piedras. El paraje, de 20 metros de ancho de una ladera a otra, quedó totalmente sepultado, y el abrigo con pinturas —que originalmente estaba a nivel de piso— bajo tres metros de agua, sedimentos y rocas.
Luego de un intento fallido en 2014, debido a la presencia de una nueva tormenta que sepultó lo poco que se había retirado en aquella temporada de campo, en 2016, los trabajos de arqueología y restauración tuvieron éxito: se logró liberar el mural aún bajo una intensa lluvia tropical.
María de la Luz Gutiérrez, arqueóloga especializada en pintura rupestre y directora del Centro INAH Baja California Sur, explica que el trabajo implicó la remoción de 120 metros cúbicos de material, desde arenas hasta rocas de varias toneladas, de manera paulatina y cuidando distintas variables para no afectar las pinturas, ni provocar un derrumbe debido a la inestabilidad del cerro.
Fue un trabajo multidisciplinario y un proceso complejo y costoso: intervinieron especialistas en arqueología, restauración, geología e ingeniería. En tanto se retiraba gradualmente todo el escombro y sedimento, se reencausaba el arroyo para separarlo del frente rocoso; conforme quedaban descubiertas las pinturas, se iban controlando sus condiciones microambientales, a través de una cámara que evitó la evaporación rápida del agua, pues un secado repentino provocaría su deterioro. Asimismo, se colocó un andamiaje para evitar la exposición directa al sol y la posible caída de rocas.
Los trabajos estuvieron dirigidos por la arqueóloga Gutiérrez y la restauradora Cruz, quienes informan que la evaluación del estado de las pinturas resultó positiva, salvo algunas áreas con alteraciones provocadas porque ahí el nivel de materiales depositados fue fluctuante y modificó drásticamente las condiciones de humedad. El panel logró recuperarse totalmente con un tratamiento de conservación que consistió en la eliminación cuidadosa de los materiales depositados y adheridos a la superficie pictórica, su estabilización, adhesión de fragmentos desprendidos y limpieza.
Pero la recurrencia del arrastre de rocas y sedimentos llevó a tomar una decisión difícil: aplicar por primera vez en un sitio rupestre, una técnica que la arqueología mexicana ha usado para estructuras prehispánicas, principalmente para proteger relieves y frisos en estado de fragilidad: el enterramiento controlado.
Por decisión colegiada, el mural fue enterrado. El enterramiento es un sistema de protección con ambiente monitoreado, explica Sandra Cruz. En el caso de Cuevas Pintas consistió en la colocación de una serie de capas de arenas muy finas (70 metros cúbicos), perfectamente seleccionadas en cuanto al tamaño y tipo de partícula microscópicamente, lavadas y cernidas, intercaladas con membranas de material geotextil, cubriendo aproximadamente tres metros de espesor que al final se reforzó y confinó con gaviones perimetrales, en tanto deje de caer material de las partes altas que pueda dañar la pintura y el paraje se estabilice.
“Un reto científico porque se trata de la conservación de un sitio en contexto inusual”, dice Sandra Cruz, quien en este caso aplicó su cúmulo de conocimientos de 20 años de experiencia en conservación de manifestaciones gráfico-rupestres: “Fue necesario analizar exhaustivamente las diferentes variables que pudieran impactar en el sitio; por un lado, factores ambientales: lluvias, viento, incidencia solar y de arrastre natural: verificar qué tanto material suelto permanecía en áreas circundantes aún con riesgo de llegar al pequeño valle donde está el sitio.
“Por el otro, un estudio tecnológico que evaluara las características del soporte pétreo y la capa pictórica para determinar qué tanta estabilidad podrían tener dentro de un contexto confinado; así como de mecánica de suelos y aspecto geológicos”. El estudio concentró arqueólogos del Centro INAH BCS, restauradores de la CNCPC, ingenieros civiles, arquitectos y constructores.
Al interior del sistema de protección se colocó un equipo de monitoreo de temperatura y humedad relativa, que da registros cada hora, cuya revisión periódica por parte de especialistas pueda asegurar que las condiciones ambientales permanezcan estables. El mural fue enterrado acompañado de una cápsula del tiempo que explica cómo está elaborado el sistema y su razón.
Primera réplica de un sitio rupestre mexicano basada en levantamiento 3D
Paralelamente al trabajo de rescate, los especialistas hicieron un registro exhaustivo del sitio con el objetivo de recuperar toda la información posible y buscar salidas de divulgación y, sobre todo, de socialización, de modo que la comunidad no pierda el vínculo con su patrimonio.
A partir del escaneo láser, la fotogrametría, el levantamiento 3D y el registro fotográfico de alta definición del sitio se ha podido elaborar una réplica fiel para ser mostrada en el Museo de las Misiones Jesuíticas, en Loreto: la primera reproducción en México de un sitio rupestre basada en un levantamiento tridimensional.
Sandra Cruz comenta que algunos museos del país, como el Nacional de Antropología, cuentan con aproximaciones de aspectos de manifestaciones rupestres: piezas museográficas basadas en fotografías. En este caso, es la primera réplica fiel de un sitio: se reproduce la realidad en términos volumétricos, así como las características de las pinturas, las alteraciones de la roca y de las imágenes y los rasgos básicos del abrigo, como sus grietas y diferentes tonalidades.
Para su elaboración se seleccionaron materiales que cubren las características y requerimientos de una pieza museable, sin ser un objeto museográfico de ambientación, sino un “documento” producido por una investigación, concebido como fuente de información arqueológica y cultural. Su producción, más que un proceso técnico o artístico ha sido de investigación científica, dice la restauradora.
La estructura se elaboró dividiendo la réplica en una retícula de cinco módulos (horizontales) y tres niveles de altura (verticales), integrando 15 módulos independientes que serán ensamblados dentro de un soporte sintético, reforzado con otro auxiliar de metal. Las placas de cada módulo se elaboraron con poliisocianurato (un material ligero pero rígido, duradero y que no es atacado por plagas), cortadas con equipo de CNC (instrumento que decodificó el registro en 3D y lo reprodujo sobre las placas, trazando y realizando los cortes). Los acabados son vinílicos y acrílicos de larga duración y de la más alta permanencia.
La réplica se hizo con la confluencia de especialistas y recursos de tres áreas del INAH: las coordinaciones nacionales de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC), y de Museos y Exposiciones, y el Centro INAH Baja California Sur. El trabajo directo lo realizan especialistas del Programa Nacional de Conservación de Patrimonio Gráfico Rupestre de la CNCPC, que han intervenido en todo el proceso; el equipo está apoyado por Domo Educativo, casa especializada en museografía y ambientaciones didácticas, donde se hizo el corte de placas, ensamblado y terminado.
La réplica tiene 4.13 metros de longitud por 2.18 de altura y 3.14 de profundidad. Formará parte de la Sala Grupos Peninsulares del Museo de las Misiones Jesuíticas, y se complementará con una aplicación en realidad virtual del entorno del panel que se podrá ver a través de un visor, así como con un video que narra el trabajo de rescate y conservación realizado en el sitio y un recorrido virtual. La reproducción estará acompañada de datos obtenidos a partir de investigación arqueológica en la reciente temporada de trabajos in situ.
Mientras se espera que el paraje se estabilice para volver a disfrutar el mural a la orilla del arroyo, la exhibición invitará a tomar conciencia del desequilibrio que ha generado el cambio climático y lo vulnerable que es nuestro patrimonio ante éste.
Con información de: INAH