En 1987 México comenzó a figurar en la Lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) con la inscripción de seis bienes; a 30 años de distancia cabe evaluar logros, retos y desaciertos en la gestión de estos patrimonios de valor universal excepcional, que colocan a nuestro país como la nación latinoamericana con más reconocimientos en el listado.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se suma a esta conmemoración con un ciclo de mesas de análisis. La actividad dio inicio en la Dirección de Estudios Históricos, atendiendo cuatro casos: los centros históricos de Morelia y Querétaro, además de las Misiones Franciscanas de la Sierra Gorda y los Lugares de memoria y tradiciones vivas de los otomí-chichimecas de Tolimán: la Peña de Bernal, guardiana de un territorio sagrado. Ambos localizados también en el estado de Querétaro.
El antropólogo Diego Prieto Hernández, director general de INAH, hizo una revisión de estos últimos tres casos, en los cuales participó en la conformación de los respectivos expedientes técnicos, base para su inscripción. Del primero, el Centro Histórico de Querétaro, se tuvo una primera versión en tiempo récord: 3 meses, y de un año a otro, entre 1995 y 1996, se logró la inscripción del sitio en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Como quedó asentado, este bien cultural es un ejemplo magnífico de un asentamiento novohispano, en cuyo trazo se integran las calles serpenteantes de origen indígena con la rígida geometría española (traza ortogonal), simbolizando así su aspecto multiétnico.
A poco más de veinte años, algunas consecuencias han resultado favorables, y otras perniciosas, adujo el titular del INAH. Ciertamente cambió la percepción de la ciudadanía sobre el centro de la ciudad, no obstante que siempre existió una conciencia de su importancia y belleza. Incrementó su prestigio a partir de un eficaz discurso sobre el patrimonio, y el turismo pasó de ser una actividad marginal a una fuente de ingresos de primer orden. En 2008, Querétaro se colocó como el destino sin playa del país más visitado, con una ocupación hotelera de 70 por ciento.
Los dilemas de estos alcances: una urbe que se ha encarecido, más dispersa en términos poblacionales y, por tanto, con mayores problemas de movilidad, a lo que contribuye el uso desmedido del automóvil y la poca oferta de transporte público de calidad. Todo esto supone un desafío a la habitabilidad de su Centro Histórico, donde subsiste la terciarización (transformación de actividades económicas hacia el sector de servicios), el despoblamiento y la “elitización” del espacio público y privado.
“Respecto a la imagen urbana, y con ello no me refiero al Centro Histórico, se está creando una especie de entorno totalmente desregulado. El paisaje otrora tan horizontal de Querétaro se ve remontado, ya no por el cielo o los árboles, sino por edificios muy altos. La imagen de la ciudad se confunde dado que no hay regulación en términos de paisaje urbano, ni mecanismos de amortiguamiento visual”, expresó Diego Prieto.
Algo similar sucede en el Centro Histórico de Morelia, Michoacán, según expuso el arquitecto Jaime Hernández, quien en su momento formó parte del comité académico que veló por su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial. Este “desbalance” de alturas, dijo, es muy notorio en las inmediaciones del Acueducto donde se han levantado construcciones de dimensiones nada acordes con los edificios del perímetro de la Zona de Monumento Históricos.
“Las declaratorias no pueden resolver lo que es la vida dinámica y compleja de las Zonas de Monumentos Históricos, que son origen y destino de lo que hoy son megalópolis. Se tienen que generar instrumentos de protección, jurídicos, que no se conviertan en camisas de fuerza, en obstáculos, pero que también busquen la preservación de los Centros Históricos. Un equilibrio difícil de guardar”, interpuso el profesor e investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Al respecto, el director general del INAH, Diego Prieto, señaló que uno de los retos es tener una mirada más amplia para atender una problemática que requiere, entre otras cosas, limitar el interés privado sobre el bien público.
En una revisión crítica, el antropólogo comentó que en el caso de las Misiones Franciscanas de la Sierra Gorda de Querétaro, conjunto de monumentos inscrito en 2003 en la Lista del Patrimonio Mundial, ha faltado un mayor trabajo con las comunidades para buscar mecanismos que les permitan obtener beneficios, basados en su relación de identidad con este patrimonio.
Ejemplo contrario representan los Lugares de memoria y tradiciones vivas de los otomí-chichimecas de Tolimán, inscritos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO en 2009, donde hubo un trabajo muy cercano con las comunidades al pie de la Peña de Bernal. Sin embargo, muchos visitantes persisten por desconocimiento y falta de una logística turística, en visitar sólo “el tercer monolito más grande del mundo”, sin recorrer su cara norte, donde se encuentran estas poblaciones indígenas y, paradójicamente, la mejor vista hacia la Peña.
Diego Prieto concluyó que no hay que olvidar la importancia que tiene el patrimonio en el empoderamiento de una comunidad: “en Querétaro, con las consecuencias positivas y negativas, la apropiación del Centro Histórico antecedió a la declaratoria; en la Sierra Gorda este proceso fue menor, y en el caso de los Lugares de memoria y tradiciones vivas de los otomí-chichimecas, en el semi-desierto queretano, plantea retos más profundos: la superación de la desigualdad del país”.
Con información de: Inah.gob
Imagen de: inah.gob