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Jueves, 07 Julio 2016 15:14

Yo estoy bien, tú también. (Segunda de tres partes).

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Quien sea seguidora de la ideología relativista o progresista ha de ser patrocinadora de la llamada “tolerancia”. Y en verdad no se molestará cuando enfrente diferentes tipos de opiniones a la suya. Nunca deberá tratar de imponer sus convicciones personales a otras personas. Mas esto no sucede así en la realidad. Es solo retórica que usan grupos de ideología totalitaria que reprueban con toda clase de epítetos a quienes no comparten su visión de la vida. Lo que representa un grave problema. No permiten el poder medir o evaluar algo. Lo que sea. Porque al ser relativo, no tienen una base y menos una unidad absoluta para poder medir. Todo es movible, cambiante, relativo. Edifican en la arena. Lo que hoy es, mañana ya no.

La Moral, para que sea de beneficio colectivo ha de ser absoluta. Pero, ¿cómo medimos la moral? La semana anterior inicié el tema tratando de establecer el punto de partida para ello. Hoy continúo.

En los últimos años han sido diversas las peticiones que diferentes grupos de la sociedad han manifestado clamado que se eleven los estándares de moral. Para que tanto los sectores de gobierno como los de la iniciativa privada y la sociedad en general se conduzcan mediante códigos de ética. La Iglesia Católica ha pedido públicamente que los funcionarios del gobierno sean sometidos a cursos de ética y moral para elevar la calidad de sus decisiones y su desempeño. Por eso debemos preguntar: ¿Cómo medimos la moral? Aún más, ¿de acuerdo a la moral de quién ha de instruirse a las personas?

La cultura universal determina lo que está bien o lo que está mal. Lo que es bueno y lo que es malo. Pero en la actual cultura relativista o progresista, cualquier grupo ideológico dice qué es bueno y qué está bien hecho. Y puede ser lo mismo que otro grupo  desaprueba totalmente. Esa es la moral relativista o progresista. Incierta.

Es cierto que necesitamos educarnos con valores. Pero lo que las generaciones pasadas valoraban ayer, hoy ya no vale. No es valorado de la misma forma. La familia, los maestros, el matrimonio, el trabajo, la escuela, la iglesia, el hombre y la mujer, la vida misma. Las instituciones y los conceptos que la definen han cambiado y defienden otra vida. Una diferente. Lo mismo pasa con conceptos como la verdad, el amor, la paz, están devaluados o ideologizados. Son otra cosa.

Hemos estado viviendo en una diversidad empujada por el relativismo en la cultura. Y son décadas las que han transcurrido y han propiciado que vivamos en tal situación de abandono para que todo esto que nos sucedió como cultura, nos haya sucedido sin que la mayoría de las personas se hayan percatado de ello.

¿Cómo sucedió, en décadas?

En 1919, emerge la teoría de la Relatividad de Einstein, la que tiene que ver con la física y no con la conducta. De su teoría diría Albert, tiene que ver con la descomposición del plutonio y no con la descomposición de la maldad en el corazón del ser humano

Y el Progresismo se encarga de enmascarar la maldad a la que Albert Einstein se refirió. Haciéndonos creer que el progreso es sinónimo de mejoría. Así y hasta hoy creemos en esto y tratamos siempre de tener lo último o de cambiar lo que tenemos por lo nuevo. Porque es progresar. Cambiar. Y el cambio es bueno. Dicen.

1940, se declara que DIOS ha muerto, que no existe. Entonces los intelectuales de ese tiempo declaran que no hay prácticamente nada. La gente vive y muere y después nada. Se recuerda el axioma de los sandarnápalos y los epicúreos griegos. Famosos por vivir una vida llena de placeres, disoluta y aquello de: “comamos y bebamos, que mañana moriremos”.

1950, Rebeldes sin causa, revolución estulta.

De la que somos víctimas los llamados “beibi bumers”. Cuyo mejor ejemplo es William Clinton. Mejor conocido como Bill. Nos rebelamos a todo. No teníamos causa. Pero nos rebelábamos igualmente. Una estulticia conveniente.

1960, obscenidad que todo parece amalgamarse gracias a la ayuda de Herbert Marcuse. Filósofo de izquierda o progresista. Precursor de la obscenidad y de lo profano. “Prohibido prohibir”. Filosofía que explota con el movimiento “hippie”. Era la época del “amor y paz”. Cuando el “amor” se convierte en “sexo” y el concepto de familia y matrimonio se re-define Ahora se vive en la comuna. Ah, surge el movimiento de “Liberación Femenina”. Que dará vida, 20 años más adelante, a la Teoría de Género. La que está plagada de la doctrina de Marcuse y el dinero de los Rockefeller.

1970, “yo estoy bien, tú estás bien.” En esta década desaparecemos el “nosotros” y la ética situacional hace su arribo. Los “hippies” se sienten cómodos habiendo salido de la comuna para integrarse a las zonas urbanas y crear una contra-cultura que existe hasta nuestros días. El Presidente Bill Clinton fue el mejor exponente de esa contra-cultura y los valores sexuales de los 60’s. Del cambio que experimentamos los jóvenes de entonces. Pero sobre todo,  hasta dónde se ha llegado. Hasta sentarse en las oficinas del poder que antes criticaban.

1980, “entre más, mejor”. Es la década de la avaricia.

Hacer dinero a costa de lo que sea o de quien sea, parece ser la regla. Es aquí también que surge la primera reunión de feministas de Género en Beijín. 1985 se plantea el cambio en la Familia. La que ahora se compone no sólo de papá, mamá e hijos. Sino de personas que pueden ser del mismo sexo. Surge la androginia, la que en la actualidad ha derivado en 31 identidades diferentes de género. Todo un tema para otra ocasión.

1990

Esos “valores” dan origen a la generación “X”. La que vive en los 90. La que cree que no hay futuro, donde todo es aquí y ahora. Es la generación de la nada. Quienes han investigado a esta generación usan términos tan viles para describirla y no meras hipérboles: son quejumbrosos, cínicos, perplejos, iracundos, desafinados, tímidos, inquisitivos, la generación perdida.

Generación que representan jóvenes a los que a diario veíamos en las páginas de los periódicos y en los noticieros televisivos siendo los protagonistas de las luchas entre las pandillas. Que asaltan, matan, roban, violan.

A todo o anterior hay que agregar la actual generación La de los llamados “milenials”. Que nacieron juntamente con el cambio foxista que a México llegó y sirvió de nada. Estos jóvenes son los que actualmente están sorprendiendo por su innovación y su nueva moral la que ha cambiado y no se parece a nada de lo anterior. La que aparenta dirigirse al progreso. Al que nunca se llega por lo visto. Pero  que por estar tan en lo suyo, no se han dado cuenta que siguen un camino que ya se caminó hace miles de años. Es un camino que Robert Bork describe como; “el tortuoso camino hacia Gomorra”. Del que me encargaré en la siguiente y última entrega de esta serie. Estando ahí, El Meollo del Asunto.

Tuiter: @elmeoyodlasunto.

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Daniel Valles

Periodista @ELMEOYODLASUNTO

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