El Meollo del Asunto por: Daniel Valles.
Qué ironía si hoy 19 de septiembre volviera a temblar en México, como tembló hacer 32 años, dije al iniciar el pasado martes 19.
¡Y que tiembla! ¡Y que es peor que entonces!
Estaba ya listo todo para llevar a cabo el acto memorial que cada año se realiza en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México. Estaba atento al mismo como cada año.
Se abre la puerta de Palacio Nacional y aparece la figura esbelta del presidente de México, Enrique Peña Nieto acompañado de los secretarios de Gobernación, Marina y el Ejército.
Marchan con gallardía hacia el centro de la plancha. Todo está dispuesto. A las 7:19 inicia.
La banda de guerra toca “Bandera”. Inicia el izamiento del lábaro patrio. Todos saludan. Se toca el himno nacional.
Es en ese momento cuando viene a mi mente el pensamiento siguiente: “que irónico sería que hoy temblara”. ¡Y tembló!
El día seguiría normal. Me encontraba hospedado en un hotel frente a la Alameda en la Ciudad de México. Había recibido a colegas periodistas de Perú y EUA y de algunos estados del país.
Al salir a la calle Juárez desde el hotel, lo primero que se ve es el memorial donde estuvo el Hotel Regis que se cayó hace 32 años.
Terminábamos el desayuno con los colegas periodistas para una reunión con pares mexicanos a la que convoqué. Queríamos salir antes de las 11 am del hotel porque a esa hora se llevaría a cabo un simulacro, como se hace cada año, para estar preparados por si volvía a temblar. ¡Y tembló!
Pedimos taxi. Al salir a buscar el Uber para ir a nuestros destinos estuvimos detenidos en el tráfico por 20 minutos que duró el simulacro. Fuimos “evacuados” y tuvimos que seguir todas las instrucciones que el personal del hotel nos daba.
Cuando se hace el ejercicio no se puede negar que en el ambiente flota un sentimiento de pánico, asombro, estupor por lo que sabemos puede pasar. Un sentimiento que puedo reconocer de inmediato porque apenas 10 días atrás había estado Chiapas. Donde el terremoto más fuerte en intensidad de los últimos 100 años sucedió e hicimos igual, evacuamos. Pero entonces no era un simulacro, era real.
El ejercicio se desarrolla con tranquilidad. Quienes fuman aprovechan para hacerlo, otros para echarse una torta, un refresco o para el “cotorreo”. Hasta que termina y todos vuelven a sus trabajos.
Quienes estamos en los vehículos aún tenemos que lidiar con el tráfico que ahora es más de lo normal, porque hemos estados detenidos y hay cientos de autos en las calles.
Nos encaminamos al aeropuerto a donde llegamos. Despido a mis colegas que regresan a sus respectivos países y me dirijo a realizar los protocolos para documentar. Entro a la sala de seguridad y me dirijo a la sala Centurión de América Express en la T2 para esperar la salida de mi vuelo. Me siento en mi mesa favorita, pido algo para degustar y en eso estaba cuando todo empezó. ¡Y Tembló!
El temblor, si está uno con los pies en la tierra, se empieza a sentir como una especie de hormigueo ascendente. Conforme el sismo aumenta de magnitud “le sube” a uno la sensación y deja de ser lo primero, para convertirse en vaivén que no puede uno controlar.
De pronto se puso fuerte. Todos nos miramos; ¡temblor! Exclame, “earthquake”, le dije al gringo que estaba al lado mío y que estaba con cara de “what”.
Cayó entonces una lámpara grande al piso y se quebró. Cayó otra y otra. Para la segunda, ya había tomado mis cosas y me dirigía a la puerta de salida. La gente gritaba, lloraba, rezaba, oraba, pero querían salir.
Todo cambió. Era un temblor muy fuerte y estaba estrujando el edificio entero en el que nos estábamos.
Ahora me he repagado a una columna de concreto. Fuerte, maciza. A como pude llegué a ella. El vaivén se detiene en mi cuerpo por el efecto, pero sigue temblando. No parece detenerse. Caen más lámparas. Caen techos, se rompen cristales. Se escuchan gritos. Hay caras de asombro en la gente, pero más, de impotencia. Nada puede hacer uno ante una fuerza de tal magnitud. Somos tan poca cosa.
El movimiento ha cesado. El asombro no pasa. Hay gente desesperada. Mujeres que lloran y avientan todo porque quieren salir a donde se sientan seguras. Los hombres tratan de calmarlas. El personal hace su trabajo y dirigen a la gente. “No se alarmen”. Nos avisan que han dado la orden de evacuar el edificio. Procedemos.
Los “ríos” de gente se empiezan a dejar ver. Todos hacia una sola salida. Los puedo ver claramente desde el tercer piso donde ahora me encuentro. He bajado un nivel por la escalera. Me dirijo a la salida. Todos en orden, todos en calma. No nos hemos dado cuenta de lo que ha sucedido afuera.
Al salir de la zona de seguridad empezamos a ver los daños al edificio terminal. Vidrios rotos, el plafón de los cielos se ha caído en algunos lugares. Estamos ahora en segundo nivel. “No pisen el suelo de vidrio”, dice el oficial. El camino se ha hecho más angosto. Poco a poco la tragedia se va haciendo grande, notoria y cada vez más grande.
Bajamos todos por la rampa por donde circulan los autos y ahí, la tierra se ha partido y lo que era una fuente ahora hay un socavón que se tragó la fuente y partió la tierra, el pavimento. “Estuvo fuerte”, me dice David Faitelson, periodista deportivo con el que he venido caminando desde el interior del aeropuerto. Estaríamos juntos las siguientes seis horas. Hasta que nos llaman para entran nuevamente al aeropuerto. Ilusos de nosotros.
Pensábamos que podríamos salir de México, tomar un avión e irnos a casa. Que importaba fuera a media noche. Entramos solo para recibir la noticia de que todos los vuelos estaban cancelados. Que habríamos de iniciar un proceso para re-documentar y que habría que hablar a un número para recibir atención.
El número hasta el momento de escribir este texto, 10:15 am, del miércoles, saturado. No hay respuesta. Es entendible, pero todos nos queremos ir.
A las 9 de la noche dejo el aeropuerto. Sé que mis colegas están bien. Llego a mi habitación y enciendo la TV. No he visto nada de noticias. Solo videos que me llegaron al celular. Me doy cuenta de la gran tragedia que estamos viviendo. De edificios que se han caído a dos cuadras de donde vive uno de mis hijos. Gracias a DIOS está bien. Había hablado con él 4 horas antes.
Veía ahora el tamaño de la tragedia. Confirmaba los rumores. Empezaba a sentir de nuevo el dolor que tuve en el estómago en la madrugada del martes. Uno tan intenso que no me dejó dormir.
El sentimiento de empatía, impotencia, asombro y frustración se hace presente. Sentimiento de dolor, de angustia. Todo se ha combinado para provocar que ahora se entre las personas que estamos ahí, se hable con franqueza y hermandad. Que se trate con gente que no se conocía. Que se platiquen los temas relacionaos, pero no haya jocosidad.
El ambiente es tenso. De emergencia. Pero de empatía. Estamos juntos en esta desgracia de la que por la voluntad de DIOS estamos platicando y ahora yo escribiendo.
Mi fe ha aumentado con dos terremotos que me han tocado vivir.
Las cosas volverán a la normalidad aunque ya nada será igual. Habrán de venir las reconstrucciones, las culpas, los remordimientos, las gratitudes, la solidaridad de la gente.
Yo debo conseguir un vuelo a casa, pero tengo una pregunta aún sin contestar. Para el siguiente año, al llevar a cabo el memorial por las víctimas del sismo, se tendrá que decidir la hora en que éste se realice. ¿Será a las 7:19 am, o será a las 13:14 hrs? Ahí El Meollo del Asunto.
Twitter: @elmeoyodlasunto
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Red: www.danielvallesperiodista.com
Imagen de: México 19/Sep/1985
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