Casi al finalizar la primera hora del domingo 12 de julio nos dieron la noticia −no tan sorpresiva− de que Joaquín El Chapo Guzmán Loera escapó por segunda vez de un penal de máxima seguridad, de los que hay unos cuantos en el país. El gobierno federal tardó cuatro misteriosas horas en anunciarlo, pues tenían la esperanza de que apareciera.
Al usar el término “cárcel de alta seguridad” uno se imagina la típica escena de presos controlados por bloques, grilletes con GPS, detectores, cámaras, vigilancia eficaz por todas partes, perros preparados para seguir el rastro y un largo etcétera, pero olvidamos que esto no es en México. El Chapo Guzmán era la presea con la que el gobierno de Enrique Peña Nieto presumía su eficacia en materia de seguridad, que hoy queda por los suelos; al presidente no le importa el qué dirán en su propio país, pues se fue a Francia con su numerosa comitiva a pesar de las críticas, mientras que a nivel internacional la prensa se lo ha comido. Eso sí le preocupa.
Un kilómetro y medio de túnel directo a su celda y un trabajo eficaz coordinado desde el mismo penal son muestra del poderío económico con el que se compraron terrenos, infraestructura, planos, obreros, silencio y muy probablemente el apoyo desde la cárcel; la fuga parece de película, pero en realidad fue muy discreta y elaborada desde el mismo momento en que el capo fue trasladado en febrero de 2014.
Mucho se habló de no extraditarlo a Estados Unidos, ése fue el primer error (o muestra de complicidad) del gobierno federal; bajo el argumento de la sobrevalorada soberanía lo dejaron en México para juzgarlo, lo cual no sucedía aún. El escape ocurrió en un bastión priísta, la zona poniente del Estado de México, donde los herederos del Grupo Atlacomulco dicen que mandan.
Lo que sigue es esperar a que la gente olvide, que Peña Nieto circule felizmente por tierras galas −de todos modos en el mundo se sabe que el gobierno es corrupto− y que nos den otro golpe mediático, al fin el dólar está en su mejor momento.
Con la experiencia vivida será difícil ver de nuevo a El Chapo detrás de las rejas, ya que buscará una manera de no dejarse atrapar de nuevo. Si un narco venido a desgracia como Rafael Caro Quintero no ha aparecido, aun cuando su poderío económico y de influencia pareciera mínimo, menos lo hará el Houdini de las cárceles, que demostró que no hay encierro que le quede grande.
En el mismo reclusorio conviven otros grandes huéspedes como La Barbi y La Tuta, a quienes no los invitaron a salir. Esperemos que ellos no sólo hayan ido ahí también de vacaciones.
Pregunta para el diablo
¿Estaba en el guión que se fugara después de las elecciones?