Noche tras noche escuchaba como sollozaba sobre su cama, una de esas noches me acerqué a su puerta y le pregunté: ¿Amor está todo bien? -Sí mamá, no pasa nada- sabía que algo mal estaba pasando en su vida.
Los días pasaron y las cosas fueron empeorando veía como llegaba todos los fines de semana en estado de ebriedad y la historia se volvía a repetir, gradualmente veía como su cuerpo iba perdiendo peso y su estado de ánimo iba decayendo.
MI preocupación cada vez era mayor, como madre es difícil ver a alguien que lleva tu misma sangre irse por un tobogán, es algo que sin duda te arrastra también, despertaba todas las noches y pensaba que era una pesadilla, al poco instante me daba cuenta que era una realidad.
Ya no podía más, desde que su padre murió, como tú sabes… tuve que ser para mis hijos no sólo nube que acaricia, sino sol que miras de frente aunque te queme, así que enfrenté la situación, me dirigí a su cuarto, toqué su puerta y sin más ni más entré, como madre sólo hice lo que sentí en ese momento, le di un abrazo tan profundo, tanto como las 36 noches que escuché desde mi cama su sollozar.
-Mamá no te preocupes, saldré de este bache, sabes… Mi relación concluyó de una forma cruel e intempestiva, perdón por no contarte antes, esto es como una lanza que entra caliente justo en el corazón, pero estaré bien te lo prometo-
Tomó mis manos y me miro a los ojos, como madre sabes que cuando esas promesas son hechas de esa manera, sabes que son dichas por el corazón y sobre todo con la voluntad de Dios.
¿Y sabes qué? –Así fue- ahora veo como cada mañana le gana al sol, me platica miles de cosas: de carbohidratos, distancias, lesiones etc. La verdad poco o nada entiendo, pero veo su entusiasmo y eso me da tranquilidad porque respiro su felicidad.
Su cajones están llenos de ropa para correr, tiene tantos tenis que resulta difícil creer que con todos pueda correr, los domingos muy temprano entra a mi cuarto y me deja un tierno beso prendido sobre mi cara, tomo su mano y de forma alarmada me dice: -No, no, no te despiertes mamá, ya me voy a entrenar-
He estado en muchas de sus carreras, debajo del sol, entre una multitud y mis rezos siempre son para que termine una vez más, que por nada se detenga allá atrás, a veces cruza algo que llama “arco de meta” si vieras con cuantas lágrimas, que sólo me recuerdan lo profundo que es su fortaleza.
Una mañana de abril, estuve en algo que llamaba maratón, no sé cuánto mide, pero si sé cómo se vive, se vive con un abrazo al final uno donde vuelves a recordar hasta lo bonito que fue un día ser mamá.
Me siento tan feliz y orgullosa, por ser La madre de una “persona corredora” una que a diario me recuerda que los tiempos de Dios son perfectos y el día que se le cruzaron ese par de tenis en su vida, fue uno de esos días llenos de perfección.
Después te contaré más de sus carreras.
Aquella “persona corredora” a la cual refería esa madre, toma un momento, su hijo se acerca y le pregunta: ¿Por qué lloras? –Nada hijo, simplemente hurgué en los cajones de la abuela y me encontré esta carta que hace muchos años escribió y pretendió enviar a su hermana Carolina, la enfermedad la venció y esa mañana ya no pudo ir al correo postal- ¿Te entristeció? –No hijo al contrario, me hizo darle una vez más gracias a Dios por haberme convertido como decía la abuela en una “persona corredora” y con esto reafirmo, que allá desde el cielo, cerquita de Dios, tu abuela se llena de felicidad cada que una meta vuelvo a cruzar, pero sé que también se llena de un infinito orgullo y emoción, porque ahora hijo… Tú también eres un corredor.
Korridori Merino | La vida que corre por tus venas.