Julio Ríos @julio_rios
Es verdad que la terrible situación de inseguridad que vive nuestro país no nació ayer, es la lamentable culminación de un proceso histórico que durante todo el Siglo XX se fue asentando lentamente, primero en unas regiones del país y que luego se apoderó de la nación y explotó de forma cruda a partir de 2006 con terribles capítulos. Pero también es verdad que la clase política solo ha pateado el bote, lo cual es representativo de la manera en que los funcionarios abordan muchos temas de la vida pública.
Es decir, en temas de política pública, los políticos -salvo honrosas excepciones- prefieren las acciones que les hagan ganar aplausos en lo inmediato, en lugar de emprender ejercicios responsables que sienten las bases para estrategias de largo plazo, cuyos resultados serían eventualmente capitalizados por otros personajes.
Esto ha llevado a que las autoridades de todos los niveles den bandazos con la intención de borrar de un plumazo lo que sus antecesores emprendieron, aunque en realidad terminen cayendo en el gatopardismo. Es decir, cambian todo para que nada cambie y en materia de seguridad, lo vemos casa sexenio.
Los bandazos
Por ejemplo, Vicente Fox optó por la creación de la Agencia Federal de Investigación (AFI), una especie de super policía que estuvo encabezada por Genaro García Luna y la cual estuvo acompañada de un ejercicio propagandistico en los medios de comunicación, con instrumentos como la realización de una telenovela donde los agentes de esta corporación aparecían como paladines de la justicia. También se caracterizaron por crear montajes televisivos de supuestas detenciones de delincuentes. El caso más celebre el de la captura de Israel Vallarta y Florence Cassez, cuya trama es harto conocida.
Felipe Calderón, por su parte, apostó por la Policía Federal, antes conocida como Policía Federal de Caminos. Si de por sí, esa corporación no gozaba de la simpatía de los ciudadanos, en ese sexenio terminó por consolidar su mala fama. A eso se le suma que la Secretaría de Seguridad encabezada por el entonces poderoso Genaro García Luna fue muy cuestionada y a que el presidente panista, en su afán de legitimarse luego de las acusaciones del fraude electoral, comenzó con la militarización del país al encomendarle a los soldados las labores de seguridad pública.
Enrique Peña Nieto apostó por la Gendarmería, un supuesto cuerpo de élite que jamás terminó por cuajar. También dejo al ejército en las calles y añadió una nueva herramienta: "sugerir la línea editorial" a medios de comunicación para que, al menos en la primera mitad de su sexenio, no se informara de hechos de violencia y con ello se redujera la percepción de inseguridad en México.
Fue así como llegamos al sexenio de López Obrador con la esperanza de que era posible encontrar una forma distinta de abordar el problema. Las primeras señales eran esperanzadoras. Se organizaron mesas para proponer esquemas de justicia transicional, abogando por la creación de comisiones de la verdad como en Sudáfrica o Argentina, con la idea de convocar a una gran reconciliación nacional. Sobre todo, se esperaba que el candidato de Morena cumpliera una promesa que predicó durante varios años: regresar al ejército a los cuarteles.
Quien sabe de que se enteró López Obrador que el ejército, no solo continuó en las calles, sino que se le encomendaron cada vez más tareas, como el control de aduanas y la construcción de aeropuertos. Y como sus antecesores, López Obrador creo una nueva institución, que si bien, nacía con mejor reputación que la AFI o que la Policía Federal, en realidad era un cuerpo militar disfrazado de policía civil. Nos referimos a la Guardia Nacional
Las maromas y la hipocresía política
Fue esquizofrénica la actitud que tomaron los bandos políticos durante la discusión de la iniciativa para prolongar la presencia del ejército en las calles hasta el año 2028. Y por supuesto, también fue hipócrita.
Hipócritas quienes exigían retirar al Ejercito de las calles y de la noche a la mañana, ya defendían la estrategia de militarización, al grado de que la aprobaron en la Cámara de Diputados. Obviamente hablo de las huestes del presidente López Obrador.
Pero también son hipócritas quienes en 2006 sacaron al ejército a las calles para realizar labores de seguridad y ahora se rasgan las vestiduras y la garganta gritando "No a la Militarización", a pesar que fueron ellos mismos alentaron.
No me sorprende que los políticos un día digan una cosa y días después digan otra. Sería ingenuo fijarnos en ese punto. Lo que pasma es que sea en tema de seguridad donde se politice y se mezclen intereses personales para tomar la decisión legislativa. Aunque en este caso hay que agregarle el tema del temor, pues hay que recordar que existe una Espada de Damocles que pende sobre la cabeza del presidente del Partido Revolucionario Institucional Alejandro Moreno.
Con esta iniciativa, se supondría que el gobierno gana tiempo para, ahora sí, acompañar un proceso de fortalecimiento de las policías municipales y estatales. Pero sobre todo, le sacude una gran bronca a quien llegue a la presidencia de la República en el siguiente sexenio y en lo político, colapsa la coalición electoral y legislativa “Va por México”, integrada por PRI, PAN y PRD. A menos que llegue otro dirigente tricolor que enmiende el camino.
Perdimos tres lustros valiosos
Durante estas dos décadas en que la violencia ha lacerado a nuestro país, se ha afirmado por parte de las autoridades, que el ejército está en la calle mientras se purga y se profesionaliza a las policías locales, que son el eslabón más débil de la cadena y no tienen la capacidad para combatir a los delincuentes. Esta misma estrategia ha sido recomendada por académicos, especialistas y organizaciones de la sociedad civil.
Pero da la casualidad que nunca han hecho eso, porque es una tarea de largo plazo y a los políticos eso no les gusta, en esa mezquindad de que sean otros los que presuman los logros en el futuro. Es así como ya perdimos 16 años y ahora, estamos en el peor de los mundos. Ni policía profesionalizada, ni ejército en los cuarteles
Y como el problema está peor que nunca, ya no nos podemos dar el lujo de una solución de largo plazo. La situación es desesperada y exige resultados inmediatos. El mismo presidente se encontró con que el problema era más grave de lo que se creía y por eso, dice cambio de opinión.
Claro que existen dos versiones. Una, la más sencilla, que como todos los políticos prometió e ilusionó a la sociedad de forma irresponsable con la promesa de regresar a los soldados a los cuarteles. La otra, tiene que ver con que en realidad nunca tuvo esa intención, pero lo pregonó a los cuatro vientos por una estrategia de pragmatismo electoral. No sabemos cuál fue, pero para el caso, da lo mismo.
A muchos no nos gusta que el ejército continúe en las calles. Pero la realidad, es que hoy por hoy y a corto plazo, no hay otra alternativa.
Ojalá - y se que no hay muchos elementos para ser optimista- ahora sí este nuevo plazo (en caso de aprobarse en el Senado) sirva, de una vez por todas, para apaciguar al país, realizar ese fortalecimiento de las corporaciones policiacas y estas retomen el cauce del mando civil.
Si no ocurre de esa manera, estaríamos hablando de una doble tragedia.