Quienes hemos sido víctimas de la inseguridad que desde hace mucho se vive en el país sabemos que el común denominador en esos actos es el uso excesivo de la violencia, aun cuando siempre los maleantes tienen las de ganar. También es digno de notar que en los pocos casos en que si alguno llega a ser capturado en flagrancia, se sabe que ya ha tenido varios ingresos al reclusorio.
La indignación al momento de ser atracado es enorme, pareciera muy fácil que alguien se gane la vida al quitarnos lo que nos ha costado mucho sacrificio y esfuerzo. Sin embargo, el sentido de supervivencia nos obliga a actuar de manera precavida y no oponerse. Desgraciadamente los ladrones no piensan igual y lo que menos les importa es no lastimar a alguien.
Una característica de la gente que se dedica a asaltar es su baja autoestima, amén de su desadaptación social ocasionada por diversos factores. La frustración por el modo de vida que llevan y el futuro nada halagüeño los orilla a humillar y lastimar a las víctimas por la necesidad de sentirse superiores, lo cual aseguran con un arma. En casi todas las historias de asaltos lo primero que impera son las palabras altisonantes, después las amenazas, seguida por las agresiones a cachazos o puñetazos sin que haya razón para ello, por el simple hecho de intimidar; por último, lastimar a la persona que tuvo el infortunio de cruzarse en su camino, aunque entregue sus pertenencias.
En menor medida han surgido vengadores anónimos, que al viejo estilo de Charles Bronson buscan evitar el ilícito, aunque pocos son exitosos y cuando lo son la reacción de la comunidad es otorgarles el trato de héroes y colmarlos de lisonja. Por último, en el escalón principal están quienes ejercen la justicia automática y amenazan con linchar maleantes o incluso lo hacen. Lo ocurrido hace unas semanas en Ajalpan, Puebla, nos deja conmocionados, sobre todo cuando se trata de personas inocentes.
Si la violencia se evita con violencia todos perdemos, aunque para muchos no hay otra opción. Es triste que por un teléfono o un automóvil alguien salga lastimado, incluso si no hay resistencia al asalto; la rúbrica de los malhechores es ser despiadado y de paso matar su propia envidia hacia el que trabaja duro, lo malo es que ésta resurgirá y lo dejará más frustrado.
El sistema penitenciario beca a los asaltantes en la universidad del crimen más cercana y terminan por vivir de nuestros impuestos para que al salir tengan mejores técnicas. El círculo vicioso parece que no terminará: el gobierno se preocupa por los grandes capos, pero por los matones de bajo rango —la mayoría jóvenes—, nadie hace algo.
Pregunta para el diablo
¿La frustración religiosa generará otra gran guerra?