Cuando las emociones se conjugan no solo dentro de la mente, sino en el alma, cuando todo parece que no tiene color, justo ahí estará Dios.
La gran carrera está en puerta, aquella que le ha quitado al corredor varias horas mentales, también le ha regalado suspiros que llenan de aliento al cuerpo cuando se encuentra casi desfallecido por un entrenamiento, aquella carrera no es cualquiera, se trata del maratón de Boston, el más emblemático del mundo.
Para este maratón, el corredor se ha enfocado de manera distinta con respecto a otros maratones, cuando lo piensa lo vive, cuando lo sueña lo agradece, cuando lo siente lo enaltece, así ha sido ese proceso de varias semanas para llegar a tan ansiada mañana.
Por el otro lado “el antagónico” que lleva por nombre cáncer, la madre del corredor tras un proceso de larga lucha contra esta enfermedad, parece que ahora el antagónico ha sabido golpear más fuerte, se escabulló a otros sitios de su cuerpo, la batalla ahora ya no sólo se libra desde su hogar, sino desde un cuarto de hospital, la línea de batalla es también apoyada por enfermeras y doctores, pero estos sólo abren camino para que la guerrera una vez más libre las sucias artimañas del antagónico.
Pero hay alguien aún más poderoso tras todo esto, que no sólo abre camino, sino que lo traza y pone los pies sobre él, para que sea recorrido de la mejor forma, el camino del corredor se conjuga con varios aspectos, la inminente carrera y la batalla que libra su madre con ese maldito monstruo llamado cáncer.
El corredor se encuentra al lado de la cama de su madre, las paredes blancas del cuarto del hospital se convierten en el lienzo perfecto para dibujar sus recuerdos, el corredor deja que viajen libremente, algunos son tristes pero otros son sumamente felices.
El corredor sin querer escucha a un médico dar a un familiar de otro paciente el diagnóstico y posibles consecuencias que esperan a esa familia, la mente lo traiciona y hace de esas consecuencias sus consecuencias, su espíritu recrudece y es entonces cuando las lágrimas se convierten en su más grande compañía, pero la alegría de los recuerdos felices con su madre, son los que secan cualquier rastro de humedad en su rostro.
Entonces… -¿Qué decir, qué pensar, qué orar?- Cuando el corredor tiene postrada a su madre en aquella cama de hospital, por su mente empieza a correr: -Dios has tu voluntad, que ya no sufra más- pero el demonio del “pesimismo” aparece y golpea a la mente: -La fe mueve montañas y tú deseando la voluntad, has dejado de pelear- el corredor se encuentra en esa catarsis que quema, que dinamita el cerebro.
Ahora toca el turno de un ángel, uno que se postra sobre una línea de meta y le susurra al corredor: -Alcanza el objetivo, lleva el espíritu de tu madre en ese maratón, cada paso, cada kilómetro bríndate al máximo y hazlo como si fuera tu última carrera, en tu mente dibuja cada kilómetro y milagrosamente cada uno de ellos imagina que le devuelven ese mismo kilómetro a tu madre, pero en este caso transformado en kilómetro de vida- suena alentador, pero finalmente el demonio que lleva por nombre “irresponsabilidad” aparece diciendo: -¿Y si pasa algo en tu ausencia?- es ahí cuando todo se vuelve a desquiciar.
Cuando los ángeles y demonios corren uno al lado del otro, la historia puede ser perturbadora y es justo ahí cuando El corredor no sabe que pedirle a Dios, esperar, dejar pasar o brindarle el maratón a su madre, mover la mente y el espíritu para hacer que el mejor de los milagros pase y esa medalla más que un pedazo de metal, madre y corredor la celebren juntos agradeciendo a Dios, que difícil no sólo para el corredor, sino para el ser humano, la impotencia de sentir y pensar que te encuentras a unos pasos de la mejor carrera de tu vida, pero la mujer que te la dio, está llorando lágrimas de angustia y dolor.
Korridori Merino | La vida que corre por tus venas.