Desafortunadamente las relaciones humanas están plagadas de manipulaciones. La mayoría de ellas se dan de forma inconsciente. Las aprendemos sin darnos cuenta y las reproducimos de igual manera. Dos de esos mecanismos manipuladores, que dañan severamente los vínculos personales, son el chantaje y la coacción.
La manipulación, en términos psicológicos, se define como un mecanismo a través del cual una persona logra que otra diga o haga algo, empleando para ello trampas, ardides o engaños. Identifica a las situaciones en las que se utiliza a los demás, o se les convierte en un instrumento para el logro de un fin personal. En muchas ocasiones se manipula deliberadamente, como cuando un político falsea sus propósitos para que voten por él. En otras, especialmente en la vida privada, la manipulación es semiconsciente o inconsciente.
“Conozco a quien lo han educado desde la manipulación, el control, el chantaje, la falsedad, la intimidación y la violencia. Lo paradójico es que los educadores se creen víctimas”.
-Autor desconocido-
¿Cómo ejerces el chantaje o la coacción sin darte cuenta? Cuando adoptas una posición de víctima, por ejemplo. Así logras que el otro actúe en función de la culpa y no de su libre conciencia. También se produce cuando desvalorizas a alguien para que siga dependiendo de ti. O cuando te aprovechas de la debilidad del otro para ponerlo a tu servicio de algún modo.
El chantaje psicológico: un lastre emocional
El chantaje psicológico o emocional es una forma de manipulación y, por lo mismo, un acto violento. Se implementa para lograr el control sobre el comportamiento de otra persona y también sobre sus sentimientos. Como todo chantaje, involucra un esquema en el que se disuade al otro de hacer o no hacer algo, en función de una consecuencia negativa. Es algo así como “Hazlo, pero sufrirás por ello”, o “No lo hagas, pero la consecuencia puede ser desastrosa”.
El chantaje psicológico impide que una persona actúe con autonomía y libertad. De eso se encarga el chantajista. Pondrá muy de presente todo lo que le acarreará al otro el asumir o no un determinado comportamiento. Quiere que su víctima actúe como él quiere, no como lo dicten las convicciones personales del otro.
Hay dos pilares sobre los cuales descansan la mayoría de los chantajes emocionales. Uno es la culpa y el otro es la inseguridad. Se pretende hacer creer al otro que sus acciones o decisiones libres son, en realidad, una prueba de su maldad. O que causarán un grave daño. Así se logra que los demás se comporten como el chantajista quiere. “Vete a tu fiesta… Un día ya no estaré en este mundo y ahí sí vas a lamentar no haber pasado más tiempo conmigo”.
La inseguridad es un rasgo que hace bastante manipulable a cualquier persona. Basta con que el chantajista enfatice en los errores, defectos o riesgos que corre el otro, para que este último actúe como un manso corderito. “Cuando te des cuenta de que no tienes idea de eso, me buscas y yo te ayudo a solucionarlo”.
La coacción, entre lo crudo y lo sutil
En la coacción no solamente se implementan métodos para que una persona haga lo que otro quiere, sino que en este caso se busca que haga algo que va en contra de lo que desea. La coacción involucra comportamientos más violentos que el chantaje, aunque también tiene facetas sutiles. De todos modos, la coacción implica una relación de poder y abuso.
En la coacción hay amenazas directas o veladas. Se vale del miedo de los demás, o de su condición de vulnerabilidad frente a algo. La utilizan frecuentemente las figuras de poder para manejar a quienes están bajo su esfera de influencia. En este caso la víctima es consciente de que está siendo manipulada, pero se siente impedida para reaccionar. Puede ser porque el otro es más fuerte y amenaza con violencia física, o porque tiene mayor estatus y puede causar graves daños.
Mientras que en el chantaje afectivo lo usual es que quien lo ejerce sea alguien querido, en la coacción no necesariamente es así. Proviene no tanto de un ser querido, sino de un ser temido. La víctima no se da cuenta de que tiene recursos para resistir a esa forma de manipulación, sino que se deja ubicar en la posición de alguien indefenso frente a la arbitrariedad.
Tanto el chantaje como la coacción son verdaderos cánceres de las relaciones interpersonales. Lo único que consiguen es falsear los sentimientos o anular a las personas. Puede que el victimario se salga con la suya temporalmente, pero, tarde o temprano, será objeto del efecto búmeran. Los manipuladores suelen terminar atrapados en su propia red.
Información :lamenteesmaravillosa.com
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