Las soluciones que liberan a la sociedad no son de tipo político, sino civiles. Las leyes políticas se generan para dar libertad a las personas que conforman una sociedad. Las leyes civiles regulan todo lo referente a la propiedad de las personas. Cada vez que nosotros, la sociedad, permitamos que sea la política con sus leyes las que regulen los derechos de la propiedad de las personas, se alteran los factores que permiten que la sociedad avance en libertad. Sea ésta sociedad conformada por empresa, profesión, educación, empleo, mercado, comercio, salario, salud y de asociación política. Todo se altera y se deforma. Se rompe.
Uno de los graves problemas que sufrimos actualmente es este fenómeno de la alteración. Se refleja en que toda la vida de las personas queda sujeta a los tiempos y vaivenes políticos. Los que se reflejan tanto en el Estado, como en los partidos políticos. Que forman parte del mismo en su estructura con en el burocratismo. Así se confirma el “status quo” que prevalece y que se empeñan en defender, a pesar de decir que quieren que cambie. Pero sólo se dicen. Nada más. El mencionado cambio no llega porque no les conviene ni al Estado, ni a los Partidos Políticos.
Los legisladores jamás votarán para bajarse el sueldo o quitar prerrogativas a los partidos. El “status quo” ha de conservarse. No debe de ser tocado con nada. Mucho menos cambiar. A todo esto la sociedad se “acopla” o “acomoda”. De ahí que las sociedades aprenden a vivir de acuerdo a los tiempos. Aprenden a asociarse con las instituciones políticas, estando de acuerdo a sus mismas leyes. Las que promulgan los congresos. Los que se conforman por hombres y mujeres que salieron de la sociedad. Antes fueron ciudadanos y formaron parte de la sociedad. Cambiaron. Se convirtieron en legisladores, legisladoras, en servidores y servidoras públicos.
Las leyes son las que determinarán el acceso a los “bienes” y propiedades que deseamos. Otorgan las “oportunidades” que los ciudadanos estamos buscando y esperando. Sólo que el Estado se vuelve el rector absoluto de la sociedad. Siendo el ente omnipotente y omnipresente que dirige todo en la vida de los ciudadanos. De la sociedad civil. Otorgando oportunidades y acceso a la propiedad a quienes quiere. Este sistema es el que origina el elemento que todo pudre y echa a perder; la corrupción.
Corrupción viene de una palabra latina “corruptio”. La que está compuesta de tres vocablos. Del prefijo; “Co”, sinónimo de junto. Del verbo: “rumpere”, hacer pedazos. Del sufijo: “tio”, equivalente a la acción y el efecto. Así, corrupción es la acción de dos que rompen algo y que tiene consecuencias. Es el acto de depravar, echar a perder, sobornar, pervertir, dañar. Es un vicio.
Puede ser una depravación moral o simbólica. Es una maldición, una desgracia, un cáncer social que está en toda la sociedad y la ataca sin distingos.
La corrupción también se da en las empresas. “Quita todo tipo de incentivos de superación y desalienta la inversión extranjera que justamente no quiere arriesgarse en ese mundo vicioso donde los locales tiene más experiencia y contactos”. (Edmundo González Liaca, La Corrupción, P-159).
La corrupción es una maldición generalizada. Está en todas partes. Pudre todo lo que toca. Genera vicios. Descompone la sociedad, la familia, las empresas, el comercio, la salud, el gobierno, la educación, la religión, la vida misma. Si la corrupción no se castiga se torna corrosiva y afectará a todas las instituciones públicas o privadas. Políticas y empresariales, sindicales y religiosas, deportivas, educativas y por supuesto, medios de comunicación.
La corrupción no se puede erradicar de la vida, sólo controlar. Y la única corrupción que se control hasta casi desaparecerla es la propia. Ninguna otra. Si a ésta se le adhiere la de otras personas, se podrá llegar a evitar su manifestación mayoritaria en la sociedad. Ya que se requieren dos para que sea corrupción manifiesta. Para que se mantenga en el terreno de lo endógeno y no llegue a ser exógena. Ahí, El Meollo del Asunto.
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