Después de su frenética carrera tras la noticia de saberse enferma, María se dirigió a su departamento, al llegar a éste se topó con el conserje del edificio, Don Esteban, -Hola María, ¿Te encuentras bien?- rápidamente y sin subir la mirada María le respondió con un frágil –Sí todo está bien- -¿Fuiste a correr?- –Sí sólo un poco Don Esteban lo necesitaba hoy más que nunca- pero él sabía que algo andaba mal, no era la misma María de siempre, aunque apresurada con ropa de trabajo o vestida de corredora ella siempre tenía una enorme sonrisa que regalaba sin recato a todo el que se le cruzaba. María cogió la correspondencia y rápidamente corrió por las escaleras hacia su departamento, el número 9 y de manera súbita detuvo la llave apuntando al cerrojo de la puerta, miró de nuevo el número y su cuerpo quedó helado al darse cuenta que el día en que se encontraba era precisamente el 9 de julio, el preciso día que recibió la triste noticia, aquel departamento al cual se había mudado hace poco tiempo a vivir sola parecía que le daba la bienvenida a una tortura no sólo física sino mental. María entró, tomó una copa de su vino favorito, encendió el reproductor de sonido y éste dejó escuchar una canción de Nat King Cole, Unforgettable bañó con sus notas de una tensa calma toda la habitación, María tomó de su bolso sus estudios médicos, se sentó en su sofá y con mirada incrédula y un corazón lleno de preguntas sin respuestas, ella sintió como en ese momento un demonio ya habitaba en su cuerpo, uno que le dio una tremenda bofetada en la cara. -Un demonio que llevaba por nombre cáncer de mama- Dios mío cómo es posible que una mujer de 30 años, corredora, que cuidaba su salud, pueda tener algo así, -Se decía María- los reproches y la rabia viajaron esa noche por todo su departamento, pero lo que retumbaba todos sus sentidos, era lo que súbitamente apareció en su mente esa misma mañana mientras desesperada corría tras haber recibido la noticia de su enfermedad, fue tan sólo un instante para recordar cómo pudo salir ilesa y despertar tranquilamente sobre su cama, cuando de niña había caído por accidente a un profundo hoyo, el hecho de recordar que fue gracias a una misteriosa mujer que se acercó y le tendió la mano para sacarla, pero no sin antes hacerle prometer a María que si lo hacía, suspiros de su vida le quitaría, todo eso no sólo la llenaba de angustia, sino de terror de que todo aquello pudiera tener una oscura relación. María se dirigió a su cuarto aquel de 4 paredes color salmón, justo ahí sacó de su cajón la cajita azul donde guardaba todo sus más bellos recuerdos, al ver las fotos de su madre, las de cuando era niña y su padre la cargaba sobre su espalda, incluso vio sus más valiosas medallas. María no pudo más e inundó de llanto la habitación, su mente se llenó de desesperación sólo de pensar lo que podía pasar con su vida, quizá tendría que dejar de hacer muchas de las cosas que le dejaban tiernas caricias en el alma; sus charlas con café, las tardes de ver teatro en la plaza, las sesiones de salsa, visitar a su familia, ya no probar más las delicias que cocinaba mamá, pero sobre todo volver a ése su pueblo natal y ya no poder correr ahí ni en ningún otro lugar con esos sus queridos tenis rotos. Ante ese cumulo de nostalgias, María sólo deseó un interminable abrazo de su madre, uno igual que cuando era niña y se levantaba asustada por las noches y mamá apresurada iba a su habitación y con un profundo abrazo le decía: –Hija todo estará bien, fue un mal sueño, duerme tranquila y recuerda que además de mí también te acompaña Dios- Era muy noche y la necesidad de hablar a su pueblo para escuchar a su madre era inmensa, pero lo pensó una y mil veces no quería preocuparla, tampoco a su padre, ni mucho menos a sus hermanos, cogió su celular y rápidamente marcó a Aurora, sabía en ese momento que su mejor amiga desde la infancia era la indicada para contarle, -Hola María ¿Cómo estás?- -Aurora disculpa la hora, tengo cáncer, por favor necesito que me ayudes a hacer lo que a continuación te voy a pedir…- Todos los sonidos que corrían dentro de esas 4 paredes color salmón simplemente enmudecieron. María García | Tenis rotos