Autor: Diego Ibarra Sánchez
Centenares de cabezas blancas se aferran a las vallas colocadas sobre Calzada de Guadalupe, unas más viejas que otras —incluso algunas más jóvenes— entre gritos y porras anuncian la espera del Papa Francisco. El sol cae con fuerza sobre los feligreses, quienes ansiosos y felices quieren oír noticias sobre su santidad. Niños, niñas, señoras, abuelitas, jubilados y grupos de escuelas religiosas están reunidos por una sola causa: poderlo ver tan sólo cinco segundos.
Avanza el tiempo y el sol cada vez es más fuerte. El olor a viejito sudado aumenta y aún faltan por llegar más personas. Los vecinos de las colonias Industrial, Joyas, Guadalupe Victoria y los alrededores de la Basílica hacen la salida gloriosa de sus gélidas casas con bancos, sombrillas rojas, verdes y azules que cubren a los católicos, a los no tanto y a las cámaras profesionales, todos detrás de la primera fila de ancianos y niños; se oyen los disparos de los aparatos, uno tras otro, click, click de prueba para estar listos en el momento esperado. Era la hora conocida por las señoras maduras como “el tiempo de invierno, cuando el sol quema pero no calienta”.
“Francisco Primero, eres el mero mero”, las porras sin parar de las siempre católicas amas de casa de la Industrial, refugiadas del sol en su balcones, señoras gritonas como en un concierto de los Rolling Stones o One Direction; la voz de cada una resuena y llama a unírseles, el llanto imparable de los bebés que sólo piden sombra y menos ruido. Los seguidores se juntan, conversan sabiamente sobre lo bueno que era el Papa Juan Pablo II, parece que se conocen de muchos años.
El fondo musical es opacado por porras y gritos. “Se ve, se siente, el Papa está presente”; la fe vuelve en forma de rayos solares, muchos extienden las manos para recibir un poco de él. ¡Las cámaras están listas! Falsa alarma, una patrulla finge ser de la comitiva. La gente vuelve a su sitio, cansada, sedienta; algunos vecinos van y regresan corriendo a su casa por agua, un banco, una botana o por una escalera más alta para alcanzar a ver mejor.
“El Papa apenas viene por Circuito”, se oye por ahí. “El Papá está en Bellas Artes”, corren los rumores de su ubicación, “está cerca de casa de Regina; no, cerca de las tortas”, tratan de ubicar las direcciones dentro de su jerga y cotidianeidad. La tensión crece, se avientan, no importa edad ni religión: todos quieren ver a su santidad.
Segunda falsa alarma, otra patrulla y un par de motos pasan; se percibe el cansancio en las personas, las sombrillas empiezan a cerrarse, los banderines cuelgan sin ánimo y el calor cobra víctimas: “estamos cansados, mamá. Espera, hija, ya casi llega el Papa. Pero mamá, yo no quiero verlo…” Niños en los hombros de sus padres y madres malabarean con las cámaras, los ancianos son arrojados al frente por sus familiares, como niños en guardería: “Me cuida a mi mamá, que no se vaya a ir, por favor”.
En las pantallas instaladas en Calzada de Guadalupe cada vuelta del Papamóvil genera emoción, se empiezan a juntar más pegados a la improvisada valla; la presión, el calor, los gritos y los cantos vuelven con fuerza. “El Papa ya llegó a Calzada, pasó por el Chedragüi; ahí viene, ahí viene”. Las personas arrebatan el centímetro que queda para poder ver a su santidad más cerca. “¡Ya viene, ya viene! Los gritos de furia, cantos más fuertes, las sombrillas se alzan y están listas para volar, los banderines se agitan con fuerza, el ruido de las cámaras aumenta, click, click, la gente no puede controlar su emoción y los niños lloran todavía más.
Todo acaba
“¡Ya viene, ya viene!” La carrocería blanca y negra se presenta. Patrullas, autos y motos abajo y helicópteros sobre las cabezas de todos; más banderines, globos, cantos y más euforia; por fin su santidad cruza por donde alguna vez nuestros antepasados prehispánicos caminaron, por donde Bernal Díaz del Castillo hizo pasar a los conquistadores, según sus narraciones. Francisco cruza delante de nuestros ojos: blanco, alto, sonriente y canoso en su papamóvil. “Te quiero, Papa”. Alguien retrocede 20 años y grita: “¡Juan Pablo, te quiero!”
En segundos todo culmina: “¿lo viste? ¡Está muy bonito!” El momento es aprovechado por los buitres que negocian con fotografías, gorras, rosarios, algunos depositan su dinero en la mercancía; se acabó la fiesta, la gente vuelve a ser la misma indiferente de antes que regresa a su hogar extasiada y eufórica; olvida de nuevo a su semejantes, camina lento, sin hablarse entre ellos y menos a sus vecinas. “Ya se fue el Papa, vamos a los tacos”.
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Imagen de: @vikusan