Comer dulces tras una ruptura amorosa, devorar la comida en momentos de tensión, excedernos en las cantidades a pesar de que es suficiente para nuestro cuerpo, etc. Esa es la alimentación emocional, una costumbre para la cual no hay mejor definición que los ejemplos.
Creemos que “ser personas normales” equivale a estar en estado de alerta respecto a la comida, que debemos tener terror al chocolate y a la nata, convencidos de que si pudiésemos llegar a manejar “esa feroz hambre interior” alcanzaríamos la armonía. Extraemos de aquí que en muchas ocasiones comer se convierte en una metáfora entre la forma en que vivimos y la manera en la que gestionamos nuestras emociones.
Sin embargo, en muchos casos de ingesta compulsiva la comida funciona como una cortina de humo que no nos deja ver el verdadero problema: la pérdida de control emocional por la necesidad de llenar el vacío relativo a otros ámbitos de nuestra vida.
La relación entre las carencias afectivas y la comida
La comida se puede convertir en sustituta del equilibrio emocional. ¿Cuántas veces hemos pagado nuestras frustraciones dándonos un atracón o comiendo helado de chocolate? La compulsión que nos guía a la hora de comer es, muchas veces, la desesperación a nivel emocional.
Las dietas no funcionan porque la comida y el peso son los síntomas, no el problema. Digamos que el hecho de concentrase en el peso es una manera de no prestar atención a las razones por las cuales tantas personas recurren a la comida cuando tienen hambre. Esto, naturalmente, es reforzado por nuestra sociedad, la cual focaliza su atención en los kilos de más y en las calorías consumidas.
Parece, además, que la pérdida de peso y la consecución de una figura bonita provocará en nosotros la liberación emocional de los hechos dolorosos que hoy nos atormentan. Geneen Roth, autora especializada, hace hincapié en que el exceso de peso es, en sí mismo, un síntoma y que aunque logremos variarlo si no atendemos a las razones de fondo seguiremos sintiéndonos desdichados (y generando grandes fluctuaciones). Os acerco un pasaje que ilustra muy bien esta cuestión:
Alguien acudió una vez a uno de mis seminarios después de haber perdido treinta y cuatro kilos haciendo dieta. Se plantó delante de ciento cincuenta personas y dijo con voz temblorosa:
—Me siento como si me hubieran robado. Me han arrebatado el mejor de mis sueños. Yo creía realmente que al perder peso, mi vida cambiaría. Pero lo que ha cambiado en mí ha sido solamente lo externo. El interior continúa siendo el mismo. Mi madre sigue estando muerta, y sigue siendo cierto que mi padre me pegaba cuando era pequeña. Todavía estoy enojada y me siento sola, y ahora ya no tengo la ilusión de adelgazar.
El círculo vicioso de la alimentación emocional
De alguna manera la preocupación por nuestro cuerpo enmascara preocupaciones aún más profundas, alimentando esto un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.
Para algunos autores el verdadero problema del exceso de peso y de la alimentación emocional es que la comida se convierte en sustituta del amor. Así, como afirma Geneen Roth, “Si dejamos de alimentar al niño maltratado que hay en el interior del adulto solitario podremos nutrir el amor y dar lugar a la intimidad.
De esta manera liberaremos el dolor de la vida pasada y nos instalaremos definitivamente en el presente. Sólo si nos concedemos un espacio para la intimidad y el amor aprenderemos a disfrutar de la comida y dejaremos de usarla como un sustituto”.
En ciertos momentos creemos que comer nos salvará de nosotros mismos, del odio que sentimos, de la angustia de ser quiénes somos y lo de que nos provoca todo aquello que es y no queremos que sea. Esto es una especie de pensamiento mágico que refuerza un círculo vicioso que nos atormenta.
Cuando comemos de manera desequilibrada estamos cuidando mal de nosotros mismos y de nuestro presente. Pero, como decimos, desahogarnos a través de la comida y subir de peso es, muchas ocasiones, solo un síntoma que se recrea en un círculo vicioso. Así, en este sentido, cada vez que comemos de manera compulsiva, estamos reforzando la creencia de que la única forma de tener lo que queremos es dándonoslo nosotros mismos a través de la nutrición.
Por eso, cada vez que damos pie a una ingesta excesiva como consecuencia de un desequilibrio emocional, reforzamos esa desesperanza asociada a nuestro problema que provoca un descontrol aún mayor. Un círculo vicioso en toda regla que se retroalimenta una y otra vez, pues la necesidad de comer nos grita cada vez más, “tapando” así el problema de origen.
La alimentación emocional, sobreingesta o desequilibrio nutricional nos sirve muchas veces como sostén imaginario; o sea que podemos llegar a usar la comida para mantener en pie las cuatro paredes de nuestra casa.
Aumentar y bajar de peso o estar siempre a dieta es como estar en una montaña rusa emocional de manera constante. Una persona que usa la comida para guarecerse se embriaga sin cesar a través del caos, de la intensidad emocional y del dramatismo. Porque, como hemos comentado, comer compulsivamente refleja la escenificación del sufrimiento.
Información:lamenteesmaravillosa.com