La periodista y escritora María Luisa Mendoza, mejor conocida como "La China" murió el viernes por la mañana a sus 88 años de edad.
María Luisa nació en 1930 en la ciudad de Guanajuato, estudió Letras Modernas en la UNAM, a lo que sumó posteriormente la carrera de Escenografía en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Se recuerda a la escritora, principalmente por la calidad de su prosa que tenía presente en sus novelas, cuentos, biografías y reportajes, destacando obras como la antología “Trompo a la Uña”, su autobiografía “María Luisa Mendoza. De cuerpo entero: Menguas y contrafuertes” o la novela “Con él, conmigo, con nosotros tres”.
Durante su trayectoria obtuvo galardones como el Premio Nacional de Periodismo y el Premio “Bernal Díaz del Castillo”. Además destaca su trabajo en El Universal y El Sol de México.
En cuanto a la política, fue extitular de Conaculta, así como diputada federal por Guanajuato en la LIII legislatura.
En este sentido, Miguel López Azuara comparte el siguiente texto sobre La China Mendoza:
Era fuego líquido que ardía espontáneamente. Antes de que llegara la sentías venir como torbellino con una cauda de lejanas palabras disparadas aceleradamente y una risa pueblerina alegre y fuerte. Oiga usted.
Era La China por sus rizos infantiles.
María Luisa Mendoza Romero nació en la entonces muy recatada ciudad de Guanajuato en 1930, y las enfermedades la mantuvieron niña presa en su habitación.
Empezó leyendo para matar el tiempo, pero se le hizo hábito, para nada de religiosa, y no tardó en hacerse escritora, periodista, conferenciante, decoradora de interiores graduada en la Universidad Femenina, escenógrafa y casualmente diputada, en la morosa estrategia de empoderar a la mujer, pero no tanto.
Además de leer y escribir, vivía viendo teatro y cine, oyendo música, viajando y reuniéndose con sus amigas la Riqui Parra, Blanca, Lorenza, Yolanda, la Chaneca Maldonado, Angélica y su inseparable prima Luchitei.
Amaba a su perro Lord Koechel, nombre que se ganó por orinarse sobre un disco Deutsche Grammophon de Mozart, y con él iba a todos lados, cargándolo como cachorro de Mandarín. “Saluda a tus primos”, le indicaba poniéndolo en el suelo al entrar a casa. El perro avanzaba con su impresionante mandíbula inferior de pekinés adelantada.
En el Bosque de Chapultepec, como coordinadora general, metió en cintura a los ambulantes abusivos que adueñados del parque ya cobraban hasta por los coches estacionados, y estimuló actividades culturales y deportivas.
Era audaz, desinhibida y arrolladora. A menudo causaba situaciones embarazosas por su desenfado, pero siempre se sorprendía de que la gente en general privilegiara las formas sobre el fondo.
Entró a mi vida familiar del brazo de un amigo y paisano con quien se casó en una noche de juerga y sin papeles, con el valor real de su propia palabra, en algún lugar del Estado de México y de madrugada. En 1960 bautizó a mi hijo Miguel y muchos años después, cuando la conoció, mi nieta Lorenita, de 12 años, maravillada le reprochó por qué no había conocido antes a esa increíble madrina. A ella no le importaba que entre sus casas hubiera 350 kilómetros de distancia.
A las solemnes y muy pertinentes palabas de despedida que merece en su fallecimiento, añado sin mayores pretensiones un bosquejo de la imagen que nos deja, con el cariño de su amigo de siempre y su compadre.
Adiós, querida China, y gracias por tu grata amistad y generoso afecto.
Con información de López Dóriga.
Imagen de Cultura.gob.mx
Redacción por Miriam Peralta.