Por Kenia Domínguez, Elizabeth Trejo y Yasmín Agustín
Las personas no se imaginan que uno de los carros más vendidos, populares y famosos (por los ladrones) se deje de fabricar en México. Se va y nunca más regresa a tu vida, como los vochitos, así que al verlos circular te sorprenderás y recordarás tu primer coche o tal vez con el que aprendiste a manejar. Para cada uno la grulla significa algo, pero ¿te imaginas una fiesta del adiós? Algo así como la despedida de soltera con muchos regalos, juegos (sin los strippers) y comida.
Después 33 años de ser uno de los autos favoritos de los conductores, incluso desplazó al escarabajo, el Tsuru se retira del mercado; lo dejarán de fabricar en la planta de Nissan Mexicana de Aguascalientes y las razones son varias, a pesar de ser uno de los autos más inseguros no podía irse sin una fiesta de despedida.
La sede fue la agencia Imperio, en Calzada Ignacio Zaragoza, con una ambientación que recordaba a los invitados los años en los que ese auto llegó por primera vez a México en los que la vestimenta tenía un sinfín de colores, los aretes extravagantes colgaban de las orejas de las mujeres y los peinados repletos de espray daban un volumen doble al cabello.
La música ochentera no paraba de sonar, la gente no dejaba de llegar, tampoco se abstenían de beber, pedir más tragos, ni de jugar; a ese ritmo los mojitos se terminaron pronto, las risas llegaron para hacer más amena la noche y las pulseras que se repartieron en la entrada de la agencia no dejaban de brillar y dar un toque retro. Hamburguesas y hot dogs no se hicieron desear más que una estudiante de secundaria en kermés.
Alguna vez escuchamos cierta historia sobre el Tsuru: que se lo compraron porque se graduó, que si embarazaron a alguien dentro de uno, se lo rayó la ex por venganza, que chocó en algún lugar desconocido, que sus amigos borrachos vomitaron la tapicería nueva o aguantó el viaje a Acapulco y demás. Sin duda alguna, uno de los autos más emblemáticos en la historia de cientos de familias mexicanas con su respectiva anécdota.
En el evento se lanzó la edición especial del Tsuru Buen Camino, que no tiene accesorios extras, salvo el nombre; los colores clásicos finales son rojo y blanco y lucían en todo su esplendor en la sala central, al fondo sillas tipo lounge (muy cómodas) blancas; las luces de antro ochentero (me dijo mi papá), así como medio fosforescentes que cambian de azul, verde, verde, rojo y azul hasta marearte más que el ron. La decoración incluyó una especie de aros de resortes, ésos con los que jugabas cuando eras pequeño, estirabas y regresaban a su forma. También había un cuadro Kubrick, que desafortunadamente era el más chafa, al darle vueltas para rearmarlo, puf, reventó y ya no sirvió, ni el gusto se dio alguien de volverlo a armar.
El director de marketing, Javier Morales, nos dijo que es un evento para que los clientes no se sientan abandonados, que no sólo compraron un auto, sino que asistieran a la fiesta y los consintieran, además de que el ambiente se recreó con la época de cuando salió a la venta el Tsuru.
El resultado fue una despedida que dejaba en claro lo satisfecha que estaba la agencia con el modelo, cuya producción alcanzó las 400 mil unidades en nuestro país, que sin importar los malos comentarios que llegó a tener, los niveles de ventas les permitieron posicionarse por varios años en los mejores lugares a nivel nacional.
Las golondrinas sonaron para este auto que tantas cosas dejó a la gente, lejos de ser sólo un vehículo. El Tsuru cierra con buenos números en venta y seguramente para muchos no habrá buenos recuerdos sin mencionar la fiesta final que trajo consigo. Nació otro clásico.
Imágenes de: @VIKUSAN