El microbús acaba de traspasar la línea imaginaria que divide el Centro histórico del popular barrio de La Lagunilla, entre vestidos de presentación y novias. Dos madres jóvenes de clase platican preocupadas, pues se acerca el Día de Muertos y los hijos ya hicieron su pedido anual: dos disfraces de los personajes de moda de una caricatura japonesa enriquecida por una popular aplicación; eso ejerce presión por satisfacer a los vástagos, incluso más que los juguetes de Reyes. Van a un local que desde hace más de 30 años se ocupa de fabricar disfraces y ropa típica, con una meteórica trayectoria que pasó del fracaso de negocios previos al éxito.
La historia de Típicos Camarillo, en la calle de República de Honduras 52 se remonta a más de medio siglo en la capital. Durante los años sesenta del siglo pasado la familia Camarillo migró de Ciudad Obregón, Sonora, a la capital mexicana, tras la quiebra del restaurante que manejaban en la antigua central de autobuses. Aquí el abuelo Moisés comenzó a vender sandías, amasó capital y compró un par de locales para continuar el giro culinario en el mercado San Camilito, en la emblemática Plaza Garibaldi. La infancia de la segunda generación prosperó entre música, carpas, teatros y cantantes. Una vez relacionado con otros comerciantes y autoridades, le es posible comprar un restaurante en el Mercado Lagunilla Ropa, construido en 1957 por instrucciones del Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu.
Ya en la década de los setenta los cinco hijos Camarillo —tres varones y dos mujeres— emprendían rumbo. Como toda bella historia próspera, también llegó el tiempo de vacas flacas, con el diagnóstico de cáncer de próstata del señor Moisés. El deceso casi terminó con el patrimonio familiar.
Un nuevo comienzo
Con el cuarto hijo, Juan, quedó sembrada la semilla del fénix, pese contar sólo con un local en la planta baja del restaurante, se abrió camino y una pequeña lonchería resurgió, atendida también por su madre Carmen. Tras mucho esfuerzo, se hicieron de un lugar en “el tianguis más grande de Latinoamérica”.
La lonchería parecía llegar a su fin, cambiaron el giro a ropa, vendieron peruanas de lana, hasta que también se desvaneció la remuneración, por lo que don Juan comenzó a aprender la confección de prendas con una exiliada española, Angelita; al darse cuenta de lo innovador del giro y la oportunidad en las ventas, cambió por última vez y de manera definitiva el giro. Desde entonces elaborar disfraces, ropa típica y accesorios es una pasión que no sólo satisface a la familia. La primera prenda confeccionada por él fue un vestido de Jalisco, mientras buscó por su cuenta nuevas técnicas de costura, bordado y terminados; la agilidad y destreza de artesano innato fueron el nuevo inicio de la fábrica de sueños.
¿Quién quieres ser?
Ésta sería una pregunta complicada para Alicia, personaje de Lewis Carroll, en medio de un mundo taxonómico indescifrable y pintoresco, escolta de un ensueño. La misión utópica es recrear esos mundos al adquirir un disfraz. “Para los adultos, usar un disfraz es una forma inconsciente de lo que quisiéramos ser; sin embargo, depende del disfraz y la historia de vida del sujeto para poder tener una conclusión más certera… en los niños es totalmente diferente, ya que puede ser una herramienta para la terapia de juego y siempre lleva un objetivo”, explica la psicóloga Georgina Montes de Oca, encargada del taller escuela para padres por parte de la SEP.
Existen otras explicaciones respecto al uso del disfraz un tanto eclécticas, incluso surrealistas como la de Alejandro Jodorowski y su psicomagia. Moisés Camarillo, tercera generación, ha escuchado de los clientes que “se disfrazan y eso les hace sentir otra persona, una más desinhibida… los niños sueñan con ser el personaje que les gusta y aquí hacemos realidad su sueño”.
Lo más importante es permanecer en el gusto del cliente, por ello, se estilizan los vestuarios de folclor, para que el cambio de los bailarines sea rápido, se truquean los de teatro por la misma razón. Mantenerse vigente es el resultado de años de experiencia, de la capacidad de migrar a los nuevos medios de información.
“El negocio es noble, de forma regular se consideran cinco temporadas importantes en el año; festivales de primavera, del día de las madres, clausuras de curso; aquí hay un pequeño receso para continuar con la fiesta patria, pero la más apreciada es el Día de Muertos-Halloween, para terminar con pastorelas. No menos importantes son el Día del Niño, carnavales, día de la raza, revolución y Reyes Magos”.
Los clientes se acercan curiosos e incluso excitados al cerciorarse que existe cualquier tipo de disfraz o se manda a hacer el que quieren para el próximo cumpleaños de los niños. Los disfraces de línea son modelos que llegaron para quedarse como personajes de Disney. Van desde la talla bebé a la extragrande, de adulto; la variedad es impresionante, tan sólo de éstos son 30 modelos diferentes, ni qué decir los de Stars Wars.
Pero no todo parece malinchista. Los vestuarios típicos son más específicos y la oferta es amplia, pues tan sólo el estado más rico en variedad es Oaxaca, en la tienda se aprecian atuendos en bustos plásticos del baile flor de piña y tehuana —con sus coloridas flores y telas— Pinotepa, Huautleco, china oaxaqueña, además de los vestuarios clásicos como de jarocha, charro, chiapaneca, michoacana, parachico. Por sí mismos recuerdan el orgullo de ser mexicano y no sólo para bailables, sino en prendas de uso diario.
El cliente es recibido por los propietarios siempre en actitud servicial y paciente, necesaria para este negocio, a veces muestran muchas prendas y no hay venta, pero por la atención muchos regresan. Cuando levantan un pedido se acuerda el material, costo, tiempo de entrega, se hace la toma de medidas y se pasa al taller como si fuera una comanda. Con la ayuda de otros artesanos, considerados proveedores de materia prima, se complementan los vestuarios; de este negocio dependen de manera indirecta más de cien familias, por eso se les trata con el mismo cariño y respeto.
Destreza y habilidad para la responsabilidad social
Igualar una prenda a un dibujo, no es cosa fácil, los efectos de un traje de Maléfica, por ejemplo, son acentuados virtualmente, la hora de la verdad es en la mesa de corte. Ahí se elabora el molde, se prepara un marcador (especificaciones de medidas, materiales, habilitación de la tela y tendido) para corte, pasa a costura en diferentes máquinas (recta, over o bies) y se deshilacha para finalmente plancharse y empacarse.
El taller de costura es un lugar mágico, atiborrado de texturas, huele a tela nueva; hay frascos con piedritas, cuentas, rollos de listón de diferentes anchos, lo mismo que resortes, limpia pipas, toda una estantería de ensueño, casi una pequeña mercería Esto se cuenta en un par de líneas, pero el señor Juan requiere tres días para hacer una prenda. Se montan telas para ser “botadas” y dar una apariencia de tres colores y dimensiones, además de hacer correcciones sobre la marcha.
“Vender es un arte”, decía la abuelita Carmen, por lo que la cuarta generación, ahora perfilada al negocio, independientemente de los estudios profesionales, se ocupa y preocupa de retribuir lo que ha recibido de la sociedad. Constantemente buscan actividades que requieran apoyo de vestuario y presten un servicio a la comunidad.
El Antiguo Palacio de Medicina, dentro de la Noche de Museos, capacita a pasantes y médicos, para el recorrido. Hacerlo más atractivo y divertido fue un reto, por lo que gratuitamente se les proveyó de atuendos de fraile dominico prehispánico. El chiste era hacer un ambiente de tiempos de la Inquisición. Una casa hogar requirió vestuario para las obras teatrales de sus pequeños y se les dio, a grupos de la tercera edad también se apoya con facilidades de horario y materiales. La gratitud y la responsabilidad social es sembrada en cada uno de ellos, cuando dan fruto recuerdan a don Juan que este negocio resurgió de entre las cenizas.
Inversión que atraviesa el mundo
Mientras haya pequeñitos los anhelos perdurarán. Todo en la vida son fragmentos de felicidad, instantes cortos que hacen de los recuerdos un bien inteligible. Un niño feliz seguramente será productivo en diversos ámbitos de su vida. Un niño frustrado, será un adulto reprimido y seguramente resentido con la sociedad, a muchos de ellos, vecinos del barrio, se les vio crecer hasta formar un hogar o desarrollarse profesionalmente, a muchos otros que les decían que era “muy cara la ropa que pidió la maestra” ahora son delincuentes. Es inherente al mexicano la pasión por celebrarlo todo.
Las prendas confeccionadas han llegado a países lejanos como China, Corea, España, Ucrania y Japón. Las fiestas mexicanas e híbridas se han convertido en una verdadera tradición, en festividades inherentes al mexicano que comparte su belleza con el mundo.
Si pasas por la Lagunilla es obligación ver Típicos Camarillo, un taller familiar que parece un pequeño museo.
@TipicosCamir
Información: VCM
@ViviAzriel
Imagen: Twitter