Hoy jueves 12 de marzo, en mi primera participación en éste espacio de Realidad 7, quiero compartirles mi inquietud sobre una rara enfermedad que aqueja a nuestra sociedad desde hace mucho tiempo y ha resultado bastante molesta, ya que ha traído consecuencias nefastas a nuestra sociedad.
La enfermedad a la que me refiero la hemos catalogado como “Síndrome Izquierdoso”.
Ustedes se preguntaran, ¿bueno y que es eso?, déjenme explicarles con mas detalle por favor.
Como ustedes saben el mundo comunista se desintegró como lo que fue: Una larga pesadilla kafkiana. Cayó el muro de Berlín, la hoz y el martillo fueron descuajados de las banderas de sufridas naciones del Este, el tirano rumano Ceausescu fue llevado al paredón, desapareció la URSS, China se vuelve capitalista (aunque sin democracia) y Cuba languidece en una crepuscular dictadura sin destino ni gloria y Venezuela se desmorona ante la mirada atónita de sus habitantes.
Fue como el alba que barre las sombras y disipa los miedos nocturnos. Y sin embargo, como insensible ante estos dramáticos acontecimientos, parte importante de la sociedad occidental, pero particularmente de nuestra sociedad, sigue padeciendo el síndrome izquierdoso.
Se le denomina así a cierta perturbación colectiva que debilita la capacidad de discernimiento del hombre medio y lo inclina hacia la gradual aceptación —irreflexiva, contradictoria, casi infantil— de formas, proyectos, ideas y soluciones utópicas de índole socialista.
Empecemos por los militantes y activistas de esos grupos minoritarios de izquierda que son los del movimiento de regeneración nacional (MORENA) y algunos otros anarquistas violentos, como los que hemos visto en estos últimos meses luchar por la disque “libertad” y el derrocamiento del actual gobierno.
Son como ajenos a la realidad del gran fracaso mundial del marxismo, miles de Mexicanos honestos y bien intencionados entregados a estas ideologías, apasionados exégetas de los derechos humanos pero al mismo tiempo incondicionales admiradores y defensores de Fidel Castro, Hugo Chávez y Andrés Manuel López Obrador, los peores violadores de tales derechos en nuestro tiempo que siguen obsesionados con la paciente obra de demolición de todo aquel conjunto de valores y jerarquías que forman parte de nuestra cultura y estilo occidental de vida: nuestras creencias profundas, nuestra fe religiosa, el concepto de familia cristiana, etcétera.
Curiosamente estos pequeños partidos de izquierda (PRD, PT, MOVIMIENTO CIUDADANO y ahora MORENA) son altamente fraccionables, en parte por el excluyente protagonismo de sus caciques, pero sobre todo por su cerrado dogmatismo que no admite matices ni opiniones divergentes entre sus propios militantes.
Una advertencia: no estamos hablando de los tenebrosos y siempre anónimos cerebros del terrorismo internacional, esos gélidos y deshumanizados profesionales de la revolución permanente cuyo grito de guerra es y ha sido siempre «¡Viva la muerte!», que tanto ponen un arma en las manos de un jovencito idealista como se infiltran en las instituciones religiosas o se asocian con el narcotráfico internacional.
Estas elites siempre actúan en la oscuridad, disponen de santuarios para descansar y entrenarse y pasan astutamente inadvertidas en las sociedades democráticas donde conviven en círculos áulicos y disfrutan de una buena vida y mucho dinero.
No, a lo que me refiero es a ese otro grupo de activistas que todos conocemos, a esos que dan “valientemente la cara” (cubierta con un pasamontañas o con una camiseta amarrada al cuello), a esos que pintan paredes en agotadoras jornadas, que destruyen todo lo que encuentren a su paso y que distribuyen panfletos crispados y apocalípticos y sueñan con la “revolución proletaria”.
Hablo de algunos amigos míos echados a perder (hoy ya hombres grandes y tan necios, amargados y candorosos como siempre) y de tantos otros, jóvenes y viejos bien intencionados, honestos, auténticos en su equivocada causa.
¿Qué los lleva a transformarse en dóciles instrumentos de aquellas siniestras elites, cuyos crímenes y violaciones sistemáticas de los derechos humanos jamás repudian ni denuncian?
El filósofo y economista austríaco Ludwig von Mises advirtió en 1927 que la tendencia de muchas personas hacia la militancia de ultraizquierda tiene raíces profundamente psicológicas. En su libro Liberalismo, este notable pensador afirma que las raíces del antiliberalismo no son de orden racional sino producto de cierta disposición mental generada por dos patologías: el resentimiento, por una parte, y lo que él llamó el complejo de Fourier, por la otra.
A la primera patología Mises no le atribuye mucha peligrosidad. La describe de la siguiente manera:
«Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también padecerán. ¡Cuántas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!»
Esta actitud mental, sin embargo, puede ser combatida por medio de la lógica, según nos lo explica el propio Mises, haciéndole ver al resentido que lo que a él le interesa es en verdad mejorar su propia posición, sin tener en cuenta que los otros prosperen aún más.
El complejo de Fourier, en cambio, es cosa mucho más seria, ya que se trata de una verdadera enfermedad mental. Von Mises, que no era psicólogo pero sí un agudo observador de las acciones y conductas humanas, estudió esta perturbación mental (apenas advertida por el propio Freud) y la describió de la siguiente manera:
«Muy difícil es alcanzar en esta vida todo lo que ambicionamos. Ni uno por millón lo consigue. Los grandiosos proyectos juveniles, aunque la suerte acompañe, cristalizan con el tiempo muy por debajo de lo ambicionado.
Mil obstáculos destrozan planes y ambiciones, la personal capacidad resulta insuficiente para conseguir aquellas altas cumbres que uno pensó escalar fácilmente. Diario drama es para el hombre ese fracaso de las más queridas esperanzas, esa paralización de los más ambicionados planes y la percepción de la propia incapacidad para conseguir las tan apetecidas metas. Pero eso a todos nos sucede.
«Ante esta situación, uno puede reaccionar de dos maneras: odiando la vida por haberle negado la realización de los sueños juveniles, o siguiendo adelante con renovadas esperanzas. Aquellos que aceptan la vida como en realidad es no necesitan recurrir a piadosas mentiras que gratifiquen su atormentado ego (…) Si el triunfo tan largamente añorado no llega, si los hados, en un abrir y cerrar de ojos, desarticulan lo que tantos años de duro trabajo costó estructurar, no hay más solución que seguir trabajando como si nada hubiera pasado. El neurótico, en cambio, no puede soportar la vida como en verdad es. La realidad resulta para él demasiado dura, agria, grosera. Carece, en efecto, a diferencia de las personas saludables, de la capacidad para seguir adelante, como si tal cosa. Su debilidad se lo impide. Prefiere escudarse tras meras ilusiones».
Tras lo cual Mises llega a la conclusión de que la teoría de la neurosis es la única que puede explicar el éxito de las absurdas ideas de Fourier, aquel socialista loco que sostenía en sus escritos que los bienes ofrecidos por la naturaleza eran superabundantes y no necesitaban ser economizados para asegurar a todos la abundancia y prosperidad. De allí deriva la confianza marxista en la posibilidad de un ilimitado incremento de la producción sin otro requisito que suprimir la propiedad privada.
Pero Mises va aún más lejos. Sostiene que la mentira piadosa tiene doble finalidad para el neurótico. Lo consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole, por otro, la perspectiva de futuros éxitos. El enfermo se consuela con la idea de que si fracasó en sus ambiciones, la culpa no fue suya sino del defectuoso orden social prevalente.
Espera que con la desaparición del injusto sistema logre el éxito que anteriormente no consiguiera.
Contra esto no se puede emplear la lógica. Ello explicaría el por qué es imposible convencer a un marxista aún cuando utilicemos los más sólidos argumentos para demostrarle su error. El neurótico se aferra de tal manera a su utopía que de tener que optar entre la ensoñación y la lógica, no vacila en sacrificar esta última, pues la vida, sin el consuelo que el ideario socialista le proporciona, resultaría insoportable.
Efectivamente, el marxismo le dice al fracasado que de su fracaso él no es responsable, sino la sociedad. Este consuelo le permite recuperar su pérdida de autoestima, liberándolo del sentimiento de inferioridad que, en otro caso, lo atormentaría.
Recordemos que los textos socialistas no sólo prometen riqueza para todos, sino también amor y felicidad, pleno desarrollo físico y espiritual y, oh sorpresa, la aparición de abundantes talentos artísticos y científicos. Precisamente León Trostsky escribió lo siguiente en su ensayo Literatura y revolución:
«En la sociedad socialista el hombre medio llegará a igualarse a un Aristóteles, un Goethe o un Marx. Y por encima de tales cumbres, picos aún mayores se alzarán».
Hasta el próximo jueves…
General Thade.
@Harlixenford
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