La autoestima es una palabra de moda que a veces parece como un dispositivo mágico para entender todo lo que nos ocurre. Es como si todos los problemas se pudieran explicar con una frase hecha: falta de autoestima. Hay una especie de epidemia que se puede resumir diciendo que nos cuesta trabajo querernos a nosotros mismos. Quizás esto ocurre por una razón clara: si no te quieres es porque no te conoces.
La clave está en esa voz interna que comenta todas nuestras acciones, sentimientos y pensamientos. Es esa voz que nos califica, y aprueba o reprueba. A veces olvidamos que esa voz interior ha sido construida por nosotros mismos y que, por esa razón, podemos dirigirla y redirigirla cuando no sea constructiva.
Aprendemos a vernos a nosotros mismos a través de los demás. Por eso, si nuestros padres nos veían como personas incompetentes, fácilmente incorporamos ese calificativo y sus sinónimos a la voz que nos habla y juzga desde dentro. Si nuestros maestros pensaban que casi todos eran más inteligentes que nosotros, también aparecerá algo de ello en ese diálogo interior y así sucesivamente.
El problema es que olvidamos algo que está más allá de cualquier voz: quienes han opinado y siguen opinando sobre nosotros, no tienen la verdad. Lo que expresan y han expresado sobre lo que somos, probablemente tiene mucho más que ver con ellos mismos que con nosotros. Todos llevamos nuestras gafas particulares y cada uno cree que lo que ve es lo que sucede.
Si no te quieres, reconócelo
La falta de amor propio no solamente se expresa como sentimiento de minusvalía o de incompetencia en las diferentes situaciones cotidianas. A veces se piensa que si alguien se expresa con desparpajo y hace notar su presencia con mucha fuerza, es porque tiene una autoestima muy elevada. Pero, por lo general, no es así.
La ausencia de autoestima se manifiesta como temor o miedo a arriesgarte. Quieres mantenerte dentro de los límites de lo ya conocido, porque en el fondo piensas que podrías no estar a la altura de las exigencias en algo nuevo. Ese temor se extiende a tus palabras y tus pensamientos. No te sientes capaz de expresar lo que realmente está en un interior porque temes la reacción de otros. Y, a la vez, tu voz interna te descalifica: “son tonterías”, te dices a ti mismo. Y callas.
Pero la falta de amor propio también se expresa de otras maneras. Por ejemplo, cuando te vuelves servil frente a una figura de autoridad o a una situación en la que quieres cobrar notoriedad. Te importa mucho lo que piense o diga el jefe, el maestro o el experto.
Por eso tratas de ajustar lo que dices y haces, para agradar a esa persona o a ese grupo. A veces también necesitas, desesperadamente que los demás te reconozcan. Por eso gritas y te haces propaganda, siempre en función de obtener algo de los demás.
Solo se quiere aquello que se conoce
Hay una pregunta obvia, que no todo el mundo se formula, ¿realmente me conozco a mí mismo? Y es que el autoconocimiento no es solamente saber que te gusta el color verde y que detestas las manzanas. O que quieres divorciarte y que te encanta el fútbol. El asunto va mucho más allá de los gustos y las preferencias.
Por supuesto, es muy importante reconocer qué es lo que te gusta saborear, cómo te gusta vestir, a qué tipo de reuniones te gusta ir, etc. Por ahí comienza todo. Puede parecer exagerado, pero en verdad hay muchas personas que ni siquiera saben si realmente les gusta lo que comen. Siguen una dieta o no piensan en el asunto y aún no han descubierto por qué. Lo mismo ocurre con esos pequeños aspectos cotidianos como el vestido, el medio de transporte que usas y un largo etcétera.
Sin embargo, más allá de aprender a reconocer lo que nos gusta y lo que no en esos aspectos, debemos indagar sobre la percepción que tenemos de nosotros mismos. ¿Cómo te sientes en relación con tu propio cuerpo y por qué? ¿Cómo cuidas ese cuerpo? ¿Qué piensas sobre la forma como te relacionas con los demás? ¿Sabes cuál va a ser tu reacción frente a diferentes situaciones y por qué?
Quizás al final descubras una verdad que has querido ignorar: te juzgas en función de la mirada de otros y no a partir de parámetros realmente razonables. La mirada de los demás está presente en esa voz interna que constantemente te hace pensar en negativo frente a ti mismo. ¿Qué es mejor, una gallina o un pato?
El pato, dirán los patos. La gallina, dirán las gallinas. Ese es el punto. El pato debe aprender a ser pato y a sacar lo mejor de su condición. La gallina debe hacer lo mismo. Y ambos, desoír la opinión del zorro, que solo los ve como menú.
Información:lamenteesmaravillosa.com