Lyon, Francia, 1998. Recién había jugado la selección tricolor contra Corea del Sur en el estadio para 35 mil personas al sur de la pequeña ciudad, distante a 500 kilómetros de París. Ese día es recordado por los aficionados mexicanos por la Cuauhtemiña del ahora ilustre político examericanista, pero para los franceses es un capítulo de risa.
Días después la encargada del módulo de información turística y su hermosa hija se sorprendieron al ver a un solitario mexicano perdido. Ellas me contaron la anécdota nacionalera en tierras francesas, de otra manera lo hubiera creído pero no habría podido conocer los juicios sobre ciertos hábitos que tienen muchos compatriotas.
Las hordas futboleras —más de 30 mil personas— caminaron al estadio los cuatro kilómetros de la estación central de Lyon, a pesar de que dispusieron servicio de autobús gratuito. Porras, gritos y fiesta se vieron durante el recorrido, los franceses lo calificaron como un verdadero carnaval. Cuando empezó el partido lo único que quedó en el camino fueron las toneladas de basura que servirían como señal para hallar el regreso.
Los anfitriones nos calificaron justamente de sucios y bárbaros. Bolsas de comidas, golosinas, envases de cerveza y botellas de vino, todo tirado en la vía. La sorpresa e indignación de los pobladores fue inmensa. Lo bueno fue que antes de empezar el duelo se esfumó la mala imagen.
La ceremonia de los himnos nacionales puso a temblar a la pequeña ciudad, pensaron que nadie haría caso como hooligans. Treinta mil almas tricolores se unieron en una sola, cantaron hasta las lágrimas, con la mano derecha cruzada hacia el corazón, como se estila, y con una fuerza tremenda. Con lágrimas de emoción sentían haber correspondido la invasión de 1862 y así mostrar el cariño por la tierra lejana. “¿Cómo es posible que los mexicanos sean tan sucios y tan bárbaros pero quieran tanto a su país?”, me preguntó la joven.
El capítulo leonés, digno de un estudio sociológico, no terminó ahí. Se impactaron más al escuchar al unísono el Cielito Lindo durante gran parte del juego, luego vendría el festejo tras la victoria conseguida con gran pasión. Ya ni contar cómo quedaron las avenidas al regreso en la estación del tren.
En México somos como en Lyon, pero mejorados. Desgraciadamente cada día son pocas las cosas que podemos festejar. Para este aniversario de la independencia de nuevo quedará como escenografía la típica basura de las calles, las llantas quemadas y como aderezo la violencia y desesperanza que padecemos desde hace mucho. Ojalá algún día tengamos mejores motivos para hacer fiesta.
Pregunta para el diablo
¿Y qué opinan ustedes como franceses de haber perdido la batalla del 5 de mayo?
Hemos tenido tantas batallas ganadas como perdidas que en los libros de historia es sólo una más.
Imagen de: @Vikusan