Cuando somos niños siempre vemos a nuestros padres como seres todopoderosos que pueden darnos todo lo que necesitamos. Sin embargo, los padres no son más que seres humanos que con sus defectos, virtudes, debilidades y fortalezas.
Dicho de otra manera, los padres son niños que se hicieron grandes y que crecieron con anhelos, que probablemente no tuvieron una infancia feliz y que generalmente hicieron las cosas “lo mejor que pudieron”.
Aceptar esto es un signo de madurez y, aunque recordarlo puede generar añoranza, desvelo y otra gran cantidad de sentimientos encontrados, reconocerlo nos puede ayudar a seguir caminando por la vida y decir adiós a todas aquellas heridas emocionales que cargamos desde la infancia.
Conocer las heridas de los padres para deshacernos del sufrimiento
Convertir a nuestros padres o a aquello que vivimos en nuestra infancia en los culpables de las cosas desagradables que acontecen en nuestra vida adulta es malgastar la oportunidad de responsabilizarnos de nuestra vida.
Dicho de otra forma y en palabras de Bert Hellinger, “Sufrir las cosas es más fácil que solucionarlas”. Esto quiere decir que aferrándonos a nuestro sufrimiento nos atamos a nuestro sistema familiar.
O sea, que el odio y los reproches conforman lazos tan fuertes como el amor, lo cual nos mantendrá siempre a nuestro lado los defectos de nuestros padres. Por eso debemos esforzarnos por comprender las circunstancias que les llevaron a comportarse de un modo u otro con nosotros.
Si aceptamos esto y los dejamos marchar, avanzaremos en nuestra madurez emocional. Para ello Ulrike Dham nos propone que nos hagamos las siguientes preguntas:
-¿Cómo eran sus propios padres?
-¿Eran estrictos y autoritarios?
-¿Hicieron que su padre o su madre fuesen a una escuela y recibiesen una buena educación?
-¿Estaban tal vez enfermos sus abuelos o tuvieron problemas de alcoholismo? ¿Murieron de forma prematura?
-¿Crecieron sus padres en medio de una guerra?
-¿Qué cosas tuvieron que vivir durante aquella época? ¿Tuvieron que huir o que luchar por su vida?
-¿De qué oportunidades profesionales disfrutaron?
-¿Qué es lo que les ha hecho como son hoy?
Aceptar lo que fue y liberarse de ello
Muy pocas personas han sido heridas de tal gravedad en su infancia como para perder su esencia, su capacidad de amar y de transmitir amor. Por eso es probable que gracias a las dificultades que un día vivimos hoy seamos personas fuertes, independientes y valerosas.
Así que podemos aprovechar esto para darnos hoy la oportunidad de derramar aquellas lágrimas que nos ahogan, admitir el agotamiento, el abandono y la ira que un día no manifestamos y aprovechar aquellas oportunidades que se nos truncaron.
Para lograr desligarnos del todo podemos escribirles una carta de despedida a nuestros padres, bien sea por separado o en conjunción según como corresponda y lo necesitados que nos veamos. Podemos usar las siguientes fórmulas:
-Me parece mal por tu parte…
-Te guardo rencor porque…
-Me enfada sobremanera que..
-Me entristeció que…
-Lamento que…
-Recuerdo con cariño que…
-Te perdono que… (pero solo cuando el sentimiento sea sincero)
-Te agradezco que…
-Si hubiera lugar para ello, de aquí en adelante te pediría que…
Del mismo modo podemos acabar la carta escribiendo algo parecido a lo siguiente: “Todo compensa que estoy vivo y tú tienes mucho que ver en ello. Gracias, pero a partir de ahora yo soy quien dirige mi vida y, por lo tanto, te exonero de toda responsabilidad sobre ella…”
Esta carta debe constituir un pequeño ritual de despedida, por lo que debemos idear aquello que nos libere de todas esas emociones que estamos encarcelando en nuestra misiva. Podemos leerla en alto una última vez, quemarla, romperla o meterla en agua y dejar que se emborrone la tinta.
Lo que los niños necesitan es amor
Una gran parte de la gente herida puede llegar a repetir los patrones de sus padres con sus hijos. Por eso es importante que pongamos en práctica la estrategia del “reparenting” o, lo que es lo mismo, ser nosotros la madre o el padre óptimos para nuestros hijos.
Por eso es importante que examinemos concienzudamente cómo nos sentimos y qué estilo de crianza queremos para nuestros hijos. O sea que si se ha sentido una necesidad de amor, de aprecio o de reconocimiento se garantice esto a nuestros niños.
No obstante es importante que nos esforcemos por mantener el equilibrio. Para eso basta con dedicarles tiempo, atención y cariño, no hace falta mimarles en exceso, pues así causaremos en ellos una herida educacional que les dificultará su caminar por la vida.
Tenemos que ser responsables en lugar de víctimas, pues solo nosotros podemos cambiarnos y reeducarnos. Solo así conseguiremos disuadir el sufrimiento y sanar aquellas heridas emocionales de la infancia que aún persisten en nuestra adultez.
Información:lamenteesmaravillosa.com