No es el tiempo el que nos hace entender que las derrotas merecen que miremos de frente y renovemos nuestro espíritu.
Son los daños y las punzadas en el estómago los que le dan la vuelta a nuestro mundo y desmantelan nuestra vida. Y es que salir dolorido o herido de una batalla es la mejor manera de comprender que en la vida hay tantas razones para sufrir como uno quiera.
El dolor tiene un color tan triste como los caminos llenos de hojas secas quebradas por el paso de sus transeúntes, pero es tan necesario para regenerarnos como lo es el otoño para la floración de nuestros árboles.
Cuando el cielo se nubla solo una mirada sabia forjada en la melancolía puede apreciar su belleza y su motivo. Y es que la lluvia, como las lágrimas, tiene el poder de limpiarlo todo y de ayudarnos a contemplar lo que nos rodea con claridad.
La sabiduría más allá del paso de los años
Por su parte, los años nos dan la perspectiva que otorga haber acumulado batallas perdidas y sentimientos encontrados. El tiempo nos abraza con el equipaje que ofrece pensar en uno mismo y haber tenido que lamer nuestras heridas.
Los años y los daños forman un equipo perfecto para construir terrenos a los que sembrar con cada paso. Digamos que nos ofrecen la posibilidad de disfrutar de una mirada experimentada que pueda ver más allá de la visión, de los ojos y del tiempo.
No es necesario llegar a la tercera edad para saber que nuestro conocimiento puede ir más allá del filtro de la mente. Entre las cuatro paredes de la sabiduría se encuentra un solar de intuición emocional, un oasis de enseñanzas y un paraíso para la madurez.
La madurez emocional no es como la física. Nuestro cuerpo se desarrolla irremediablemente con el paso de los años. Envejecemos y nos arrugamos sin poder evitarlo. No podemos afirmar que los años llevan consigo un desarrollo psicológico paralelo aunque, obviamente, también tiene mucho que ver.
Hay cientos de manuales que nos enseñan a desarrollar habilidades que ni siquiera imaginamos, sin embargo no hay ninguno que nos ayude a manejarnos en la vida. Nadie nos dice cómo tenemos que crecer emocionalmente, sino que lo aprendemos por ensayo y error (o sea, cayéndonos y levantándonos).
No tener una vida fácil nos enseña a transitar por los caminos más complicados que existen, los de uno mismo. Y es que no se trata de amueblar nuestra cabeza con piezas de la mejor calidad, sino de estudiar nuestro corazón y nuestras emociones.
Sí, los daños y el dolor que estos ocasionan nos ayudan a desarrollar nuestra inteligencia emocional, a aceptar lo que viene, a fluir y a mirar hacia nuestro interior sin miedo, guiñándole un ojo a todas aquellas situaciones complicadas que un día nos hicieron caer.
A veces la impermanencia de lo esencial nos golpea con fuerza y desmorona nuestro castillo, pero aún nos queda todo un recorrido vital al lado de esa parte de nosotros que sufrió o que sufre. Por eso la tenemos que cuidar…
Información:lamenteesmaravillosa.com