Uno de los principios fundamentales de la democracia es la universalidad; es decir, cualquier persona puede votar y ser votado. Sin embargo, los cuestionamientos respecto a quién debería tener la posibilidad de aparecer en la boleta electoral han aumentado. Porque para muchos, los perfiles que buscan acceder a un cargo público deberían contar con ciertos requisitos como son la experiencia, la habilidad o incluso la escolaridad. Exigencias que han surgido derivadas de una clase política incapaz, que no se toma enserio la encomienda de representar o que se duerme en el recinto al cual va a legislar. Sin embargo, la existente crisis de representatividad, que ha desembocado en una orfandad de perfiles con los cuales la ciudadanía se pueda identificar, también es producto de ciertos funcionarios provenientes de la tecnocracia que a la población le quedaron mal; de gente con basta experiencia, pero poca cercanía social; de políticos con títulos universitarios e incluso de posgrados, pero cuya actuación dejó mucho que desear.
Esto, sin duda, explica el descontento con los partidos políticos en general que se plasma en cualquier encuesta que se llegue a consultar. Porque mientras algunos de los que estuvieron en el pasado a los ciudadanos defraudaron, los nuevos que llegaron acabaron por decepcionarlos. El hartazgo con el pasado pronto transitó a una esperanza que poco a poco se fue difuminando. El voto de castigo, para quienes desaprovecharon su oportunidad de gobernar, se convirtió en un castigo para aquellos que su voto fueron a depositar. El cambio verdadero no llegó, la promesa de que harían las cosas distintas no se realizó y la rebelión en la granja no se efectuó.
Por ello, la pregunta sería por qué Alfredo Adame, Blue Demon o “El Travieso” serían más perjudiciales que Enrique Peña Nieto quien tenía grado de maestro. Por qué Paquita “La del Barrio”, quien dice que no sabía qué hacía postulándose pero que hay gente que le ayudará, podría resultar peor decisión que cuando dijo que llegaba a la Secretaría de Relaciones a aprender Luis Videgaray. Por qué Jorge Campos o Patricio Zambrano serían más criticables que Félix Salgado quien ha resultado no sólo ser impresentable, sino un presunto culpable. Y es que un ciudadano se podría sentir identificado con un artista, luchador o cantante y elegirlo como representante; pero la realidad es que, aunque López Obrador diga que se debe privilegiar la honestidad sobre la capacidad, si hay algo peor que un político de profesión, es un político que no tiene preparación.
No obstante, esto no quiere decir que se deberían de erigir limitantes para definir quién podría o no ser un representante, sino que más bien está en los ciudadanos no votar por estos personajes como respuesta a su decepción con los políticos tradicionales o convencionales. Por eso el llamado a los partidos políticos a mejorar a sus candidatos, perfiles preparados pero que no se encuentren de la sociedad alejados; con amplia experiencia profesional, pero también con un buen historial. Pues no se trata de que el ciudadano, frente a la boleta electoral, elija la opción que le parezca menos peor, sino que pueda elegir a quien lo representará mejor. Así, ojalá que la única máscara que se logre quitar no sea la de un luchador que quiera gobernar, sino la del político que con promesas falsas quiera ganar; que “Rata de dos patas” no sea una canción que desde una curul se pueda cantar, sino que sea una denuncia contra el funcionario que la promesa de un correcto actuar se atreva a quebrantar; que el único acto que se llegue a realizar sea el de legislar y no el que un actor de novela pueda protagonizar. México se lo merece y lo necesita.