Muchos nos sentimos extrañados por la manera en que se toman algunas decisiones en el gobierno federal. Más allá de un estilo de gobernar diferente al que estuvimos acostumbrados, la realidad es que el país va sin rumbo en la mayoría de los temas y en aquellos que tiene un sentido, todo indica que este gobierno optó por soluciones del pasado que no van a contribuir al progreso social ni material de México.
Se queja el presidente López Obrador de que no hay columnas ni artículos que apoyen su proyecto de gobierno, “no están de acuerdo con nada de lo que estamos haciendo”. Se victimiza ante los analistas que -según él- “añoran el pasado”, sin detenerse a cuestionar las carencias, las insuficiencias y las incoherencias de su proyecto de gobierno. Como en el cuento de Blancanieves, el presidente vive atrapado por el espejo mágico de la reina Grimhilde, víctima de su soberbia, de su ambición de trascendencia histórica y de una corte de aduladores que no le ayudan a gobernar.
Andrés Manuel López Obrador no se detiene a reflexionar en nada de lo que decimos los columnistas y analistas independientes. Nos tiene por enemigos de su proyecto y así nos estigmatiza ante su pueblo, temeroso quizá de que algunos de sus fieles seguidores sí escuchen las razones y comiencen a cuestionar “el proyecto cuatroteísta”.
Existe una pléyade de opinadores al servicio del gobierno que en nada contribuyen al debate público de las ideas y tampoco logran explicar el sentido estratégico de la actuación gubernamental. A lo sumo llenan de calificativos sus textos como verdaderos panegiristas incapaces de sustanciar con argumentos y razones, son simples mercenarios al servicio de la corte.
Ante el peso de las evidencias y la fuerza de los medios independientes como las revistas NEXOS y LETRAS LIBRES, el nuevo régimen que camina en reversa optó por perseguirles, al estilo del viejo que no toleraba la crítica y menos la crítica inteligente. El cuatroteísmo es cada vez más descarado en su verdadera vocación autoritaria.
Habría que recordarles al presidente López Obrador y a sus fieles escuderos revestidos de una imaginaria superioridad moral, que el sentido común no se puede coartar, que el pensamiento libre es fuente de progreso y que la oposición es necesaria para evitar los excesos y los abusos. Quienes cuestionamos las decisiones de política pública emprendidas por este o por cualquier gobierno, no somos enemigos de México ni emisarios de nadie, somos ciudadanos en pleno goce de nuestras libertades.
La corrupción del pasado es el recurso político más utilizado para salvar al régimen. Ante la incapacidad manifiesta para entregarle resultados a la sociedad, la respuesta oficial es desestimar los indicadores y utilizar distractores para evadir la responsabilidad. Es más fácil estigmatizar a los analistas que desmentirles con argumentos, trabajo y resultados. Es más fácil lanzar un escándalo para distraer a la opinión pública que enfrentarla con información veraz y objetiva.
No sería justo que le exijamos al presidente que escuche y sea empático si nosotros no hacemos lo propio. Por ello, en esta ocasión haré el intento de pensar como alguien que respalda al López Obrador y procuraré justificaré su posición. Sé que la adhesión al régimen es un fenómeno que para algunos parecería el síndrome de Estocolmo (término utilizado para describir una experiencia psicológica paradójica en la cual se desarrolla un vínculo afectivo entre los rehenes y sus captores), aunque para otros es una posición política cargada de sentido y significado.
Ante la pregunta de por qué la gente sigue apoyando al presidente López Obrador si el gobierno no tiene pies ni cabeza. Hay varias explicaciones dependiendo del segmento del que se trate. Los más fieles son los que se sentían excluidos del poder político en los gobiernos del PRIAN y que hoy creen formar parte de un gobierno que trabaja para ellos. Otro grupo que apoya al presidente está conformado por los eternos beneficiarios de programas sociales, esos que se ponían la gorra del PRI, luego la del PAN y ahora usan la de MORENA. Un tercer grupo se integra por aquellos que disfrutan el espectáculo justiciero de López Obrador, sienten enorme placer ante lo que consideran la justicia popular que actúa en contra de quienes les robaron.
Existe un factor común en los 3 grupos de simpatizantes y es la esperanza. La retórica de las campañas durante 18 años entrenó a millones de mexicanos a pensar la realidad política en términos del binomio amigo enemigo. Dicha dualidad le resuelve a esos mexicanos una crisis existencial que tiene dos caras; la de conciencia y la de sobrevivencia. La crisis de conciencia se resuelve porque ya hay un enemigo culpable de su desgracia y en esa medida se descarga de la propia responsabilidad por el fracaso material, moral y cultural. La crisis de sobrevivencia se resuelve mediante las transferencias de dinero a cambio de nada o mejor dicho, a cambio del apoyo al régimen. Entonces, el amigo es el que libera de la responsabilidad individual y regala dinero disfrazado de acto de justicia, lo que conduce a una renovación de la esperanza en esos ciudadanos.
Podrán estar equivocados los millones que creen en la política de buenos contra malos y los que viven una fantasía que renueva su esperanza de ser más y tener más sin pagar el precio del trabajo, la responsabilidad y la constancia. Sin duda que un día despertarán de su quimera, al igual que nuestros padres despertaron de la suya en la década de los setenta. Lo único que podemos decirles desde este lado de la conciencia es que el fracaso está garantizado pero tienen derecho a soñar y a experimentar la frustración; la libertad alcanza para eso.
Lamentablemente la libertad regulada desde el gobierno cada vez se estrecha más para quienes no concordamos con él. El presidente tiene miedo de las razones, huye al debate de las ideas, siempre tiene otros datos, y cuando la evidencia es incontrovertible opta por la represión y la persecución. El cuatroteísmo tiene sus cimientos en la esperanza de la gente, por esa razón el presidente se esfuerza en dibujar una realidad alterna que alimente a esa esperanza.
La ventaja del gobierno y del presidente en contra de su oposición política, es que ellos sí saben dónde está su línea de flotación y la cuidan como la niña de sus ojos, mientras que los opositores no atinan a construir un discurso capaz de mover la esperanza de millones de mexicanos. La oportunidad para la oposición, inmerecida hasta ahora, es que la terca realidad se va imponiendo a la retórica, las cajas chinas y las cortinas de humo.
En la opinión de Pepe Zenteno.