En los nueve meses que el bebé está en el vientre de la madre se encuentra en un ambiente de protección y seguridad, algo muy diferente a lo que le espera en el mundo externo. Cuando el bebé nace se encuentra con un mundo lleno de estímulos, donde depende totalmente en sus primeras etapas del cuidado y la atención de la madre.
Uno de los periodos más sensibles, son los dos primeros años del bebé, puesto que se van sentando las bases de todo su desarrollo posterior hasta la edad adulta. Este periodo es crucial a nivel neurofisiológico ya que se están configurando todas las conexiones y funciones cerebrales.
En las primeras etapas del desarrollo del bebé, se ha investigado y comprobado la gran importancia que tiene la atención, el amor y el afecto por parte de la madre y de los cuidadores en general.
El afecto que recibe el bebé a través del tacto es una experiencia básica y esencial, se trata de una necesidad primaria que ayuda a que se sienta seguro y protegido. Esto influirá en la construcción de su personalidad, en su manera de relacionarse con el mundo y en su desarrollo cognitivo. La falta de afecto y de estimulación en estos dos primeros años de vida puede afectar seriamente su desarrollo cerebral y futuro crecimiento.
El papel de la madre como base de seguridad del bebé
El bebé desde que nace va aprendiendo todo un repertorio de conductas para captar la atención de la madre. Aprende a utilizar el llanto, la sonrisa, el balbuceo y diversas estrategias para poder vincularse con sus figuras de apego. Esta energía instintiva es utilizada a modo de supervivencia.
“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas les da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad y la alimenta a valorar y continuar la relación.”
-John Bowlby-
Dependiendo de las respuestas que dé la madre a las estrategias del bebé para poder vincularse, éste seguirá con la exploración para obtener lo que necesita. En el momento que no lo obtiene haga lo que haga es cuando se irrita, se pone nervioso, se desorienta y se vuelve temeroso.
Estas conductas hacia la madre se pueden apreciar fácilmente, como en el ejemplo del vídeo que se encuentra al final de este texto. Toda expresión emocional de la madre es reconocida por el bebé, captando con gran sensibilidad todo lo que ésta le transmite.
Formación del apego
El vínculo emocional que el niño logra establecer con sus padres es considerado como su primera experiencia en la formación del apego. Y ¿qué importancia tiene la formación del apego? El apego que desarrolle en la relación con sus cuidadores le proporcionará su seguridad emocional con la cual estructurar su personalidad.
Bowlby, que fue quien desarrolló la teoría del apego, dijo sobre la conducta de apego que se trata de: “Cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Esto resulta sumamente obvio cada vez que la persona está asustada, fatigada o enferma, y se siente aliviada en el consuelo y los cuidados. En otros momentos, la conducta es menos manifiesta”.
Básicamente, podemos hablar del apego como la tendencia que tenemos los individuos a establecer fuertes vínculos emocionales con determinadas personas. En la infancia particularmente, estas experiencias con la madre quedan registradas, a modo de referente para las respuestas futuras con el resto de personas con las que se mantengan aproximaciones y vínculos afectivos.
Las funciones básicas que tiene el apego son las de protección, regulación emocional y supervivencia. Tiene como objetivo que podamos alejarnos de nuestra base segura, para explorar el mundo a pesar de nuestros temores, e ir adquiriendo aprendizajes y recursos para la gestión de nuestras emociones, y ser capaces de convertir la culpa en responsabilidad.
Por lo que la relación que mantenga el bebé con la madre puede ser de crucial importancia en las relaciones afectivas futuras. En la edad adulta solemos seguir un patrón para relacionarnos con los demás, y donde mejor se puede observar es en la relación que mantenemos con nuestra pareja.
Fortaleciendo vínculos
Dependiendo del tipo de apego que se haya desarrollado en la infancia (seguro, ambivalente, evitativo, desorganizado), nos enfrentaremos al mundo e interaccionaremos con los demás de una determinada manera.
La predisposición que tenemos para ir hacia otras personas es lo que conforma nuestra manera de vincularnos. Cuando existen dificultades para relacionarse es habitual la desconfianza, las conductas posesivas, la ansiedad por la idea de abandono, la complacencia y la falta de asertividad. También puede existir miedo: al compromiso, a mantener relaciones profundas y a la apertura emocional.
Todas estas conductas tienen que ver con nuestro apego y con cómo se ha ido desarrollando nuestra personalidad. Son tendencias que podemos ir cuestionando conforme nos vamos haciendo adultos, puesto que es posible y deseable que encontremos nuestra propia forma de vincularnos sin que esta suponga malestar ni ansiedad.
Como adultos tenemos la posibilidad de hacernos responsables de nuestras conductas y del modo en el que nos vinculamos; esto supone un aprendizaje constante que requiere de consciencia para no caer en el autoengaño, en la culpa y en el aislamiento.
Podemos elegir, si quedarnos anclados con la queja hacia nuestros padres por el apego que desarrollamos en nuestra infancia, o bien procurar aprender de cada relación y vínculo que mantenemos para hacerlo más satisfactorio y agradable. Tú decides.
Información:lamenteesmaravillosa.com