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Martes, 23 Diciembre 2014 15:02

"Letras Eléctricas" el verdadero México

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México ha logrado posicionarse como uno de los únicos lugares en el mundo (donde además se presume que no hay guerra) en el que los muertos y los desaparecidos son lo mismo, donde las cifras de gente invisible se platican como si se estuviese hablando del precio de un barril de petróleo; un país que vive entre el oprobio de los discursos y las mentadas reformas estructurales, donde las cifras de mujeres desaparecidas se ocultan para no causar daños colaterales. Es difícil saber a quién temerle, si al crimen organizado, a los políticos o a las fuerzas del orden; pero eso no es lo peor, lo peor es que nos hemos acostumbrado a tener que discernir entre enemigos y no entre ciudadanos. Aquéllos que nos deberían representar nos dan la espalda, los que deberían protegernos nos extorsionan y, entre los dos, hacen un equipo invencible que solapa y alimenta al crimen organizado.

Las fosas clandestinas se han vuelto incubadoras de rabia y cementerio de corrupción, se asumen con la frialdad que sólo los políticos pueden presumir. Como los vendedores ambulantes (hago esta desafortunada comparación porque ambos son incómodos para las clases en el poder), los padres y madres que buscan a sus hijas e hijos han emergido como una nueva clase social, que por inapelables razones han abandonado sus empleos para buscar a sus familiares, ante la ineptitud de las autoridades, a quienes en muchos casos han superado, sin presupuestos millonarios ni tecnología de punta.

El Estado no es sin la Sociedad Civil, pero sí puede jugar tretas para engañarla. Con tristeza e indignación observo cómo el hallazgo semanal de cuerpos despojados de toda dignidad se ha convertido en una cosa casi normal, irrelevante por su regularidad. Hemos llegado a un punto en que nos indigna la muerte de algunas personas y nos alegra la de otras, aunque las primeras hayan hecho daño en algún momento y las segundas hayan tenido méritos. Hemos confundido nuestro sitio de ciudadanos con el de porteros de un cielo que no existe.

Hoy la indignación se mide con la viralización de las tragedias. Si de algo se entera todo mundo entonces es punible y se debe llegar hasta las últimas consecuencias, es menester cacarear que el que no apoya es cómplice o ejecutor, o por lo menos esperar a que la información se esconda. En tanto, miles de personas pueden pasar años debajo del lodo sin que nadie lo note. Esto no tendría nada de malo, las euforias suelen imitarse,  lo malo es que estemos atenidos a esa pertenencia de masa, a molestarnos sólo por lo que nos piden que nos molestemos, a llorar cuando el de enfrente llora porque si no estamos siendo culpables de su dolor, a marchar como un acto de convivencia y no de protesta. La protesta y la voluntad de cambio es una actitud, no una actividad.

El debate se ha visceralizado, las preguntas son idiotas. Los políticos de izquierda condenan al gobierno todo, los de derecha detectan más gravedad en un paro estudiantil que en un crimen perpetrado por el Estado. Peor aún, existen hombres como René Bejarano que se jactan de haber descubierto el hilo negro de la matanza de Ayotzinapa, ufanándose de haber conocido los antecedentes desde hacía tiempo, en lugar de avergonzarse por no haberlos hecho saber. También está el senador Javier Lozano, quien asegura que, tras el paro de la UNAM, ya se está poniendo grave la cosa, como si fuera más grave no producir que no existir. O el señor Alemán, quien asegura que por haber un cuarteto de integrantes en las filas de un movimiento social de decenas de miles hay algo criminal en ello, ¿quién le ha dicho que un movimiento social tiene que estar compuesto de gente sin una posición política?, a mi parecer, debe ser justo lo contrario. Las frases obtusas pululan: “si no marchaste no te quejes”, “no sirve de nada”, “ni siquiera fue en mi estado”, “los ayotzinapos también son bien malandrines”, “qué bueno, seguro eran narcos”, “yo sí estoy cambiando al país”, “hay que ser solidarios”, “el movimiento está tripulado”, “sigue siendo un peligro para México”, “son unos revoltosos inadaptados”, y un largo etcétera que no vale la pena mencionar.

Para muchos la solución sería estar todo el día gritando en la calle hasta que los mismos que tomaron la decisión de matar a los estudiantes se reivindiquen y salgan a pedir perdón; para otros la solución es no hacer nada y mantener el statu quo hasta que la violencia los alcance. Como sociedad nos hemos hecho un nudo del cual parece casi imposible salir, por lo menos en las décadas próximas.

Quienes aseguraron que en el 2000 hubo transición, en 2006 no hubo fraude y que en 2012 no hubo una influencia definitoria de la televisión en los comicios, estarán hoy muy orondos de sus aseveraciones.

Aquéllos que cometen fechorías, ordenan asesinatos, calumnian, denostan, monopolizan, secuestran o cobran cantidades millonarias por alzar la mano, pueden estar tranquilos, pues en caso de ser descubiertos bastará con que tramiten esa figura tan recurrida entre los mexicanos más ominosos: el amparo. Mientras tanto, aquéllos que no tienen recursos para pagar un abogado o tiempo para realizar trámites absurdos que duran meses, deberán andarse con cuidado para no terminar en la cárcel. Hay que seguir moviendo a México…hacia el precipicio. A los mexicanos influyentes los amparan jueces federales, a los mexicanos pobres, es decir la mayoría, “que Dios los ampare”.

 

 

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad de quien las escribe, no reflejando así las del portal www.realidad7.com

Imagen de: eslamoda.com

 

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