Morena, el naufragio de México.
A pesar de observar a López Obrador seis meses en el ejercicio de gobierno y comprobar que en materia de seguridad, salud, transparencia, desarrollo económico, legalidad y política exterior, sí era posible estar peor, Morena ganó las dos gubernaturas en disputa. Ello nos habla de que a nivel ciudadano de a pie, persiste impermeabilidad a la crítica de la figura presidencial.
Reconfiguración del sistema de partidos. Nuestro país camina en el corto plazo a la confección de una nueva competencia política real entre Morena y el PAN; un PRI desplomado a un tercer lugar que corre el riesgo de volverse testimonial; la casi extinción del PRD; y una fragmentación del voto difuminado en el resto de las opciones políticas que las convierte en aliados apetecibles, la mayoría jugando un papel de satélites al gobierno. Si se suman dos partidos que se ven factibles, México Libre de los Calderón y Redes Sociales Pejistas (Progresistas) de Elba Esther Gordillo, los efectos serían favorables a López Obrador: el primero, le quitaría apoyos al PAN; y el segundo, sería un aliado incondicional del gobierno.
Emerge un nuevo bipartidismo. Buena parte del viejo PRI (sectores, organizaciones y cuadros distinguidos de la nomenclatura, como los vicegobernadores) se refugiaron en Morena. Apoyos volátiles, es cierto, pero que le proveen de la estructura suficiente para operar los procesos electorales como correa de transmisión con el gobierno federal, en sustitución operativa de los cuadros de Morena, notoriamente inexpertos y carentes de oficio político. Por otra parte, el PAN es el partido que se perfila con mucha claridad como la oposición al pejismo, aunque nadie (en su sano juicio) podría celebrar que perdieron dos gubernaturas que eran suyas, y sin embargo, es verdad que ningún otro partido fue tan eficaz para enfrentar y derrotar a Morena en el resto de posiciones que estaban en disputa.
Los súperdelegados sí dan resultados como operadores electorales. Desagregando la votación total por partido en el proceso electoral pasado es muy probable que el PAN sea quien más votos haya recibido, pero también es el partido que perdió las posiciones más importantes: las gubernaturas. Arriesgo una hipótesis: además del desgaste del gobierno en Baja California y la extraña muerte de la gobernadora panista Martha Erika Alonso y su esposo el senador Rafael Moreno Valle en Puebla, Morena habilitó a súperdelegados que se constituyeron como centro de gravedad política a partir del manejo presupuestal de miles de millones de pesos en programas asistenciales que consisten en regalar dinero, previo padrón elaborado por los “Servidores de la Nación” (cuadros políticos de Morena). En el resto de elecciones donde prevalecieron lógicas propias de cada proceso (distritos locales y alcaldías), los resultados electorales no fueron del todo favorables para el partido del gobierno.
Sin alianzas, el PAN no gana gubernaturas. El PAN sostuvo el discurso de que les había ido muy bien en las elecciones del domingo. No les quedaba de otra frente a un presidente bully como López Obrador, pero si en verdad se creen su propio speech triunfalista, los panistas están en serios aprietos. Si bien es cierto que atendiendo la votación por partidos el PAN recibió un poco más votos que Morena, al sumar las alianzas del partido oficial (PT y Partido Verde, más de facto lo que quedó de Encuentro Social y el PANAL) este logra victorias holgadas ante el blanquiazul (hablamos de las gubernaturas). De tal forma, que el PAN no puede seguirse presentando, como hace desde hace décadas, a decir que si hubiera hecho alianzas habría ganado. Triste consuelo admitir la ineptitud para expiar el fracaso. Si el PAN quiere ser competitivo en los estados, requiere construir con sagacidad política las alianzas partidistas y sociales más amplias, de lo contrario, preparémonos para los lamentos del tipo: “Yo hubiera ganado, pero me lastimé la rodilla”.
La oposición anti AMLO, no está en los partidos. El mérito de la caída en la imagen del presidente es mayoritariamente de la ciudadanía que permanentemente está generando argumentos en contra de las decisiones equivocadas que toma y su arena son las redes sociales. Proceso lento, paulatino, pero constante y tendencial que suele marcar la pauta a la que se suman con posterioridad los partidos de oposición. Preocupa enormemente que los partidos de oposición a Morena están en crisis: el PRI un día negociando y al otro también, dando su apoyo a AMLO a cambio de impunidad para la corrupción del anterior gobierno y sumido en tal desprestigio que están pensando más en cómo mantener el registro que en competir para ganar.
El PRD desmembrado, desarticulado y disminuido a niveles tan raquíticos que su extinción es tan inminente como lamentable, pues el espectro político perdería al único partido genuinamente de izquierda socialdemócrata que hay en México. Y el PAN, sumido en la vileza de sus soterrados conflictos internos (es más fácil que un panista le dé RT a López Obrador que a otro panista); y distraído de lo verdaderamente importante: la generación de ideas, discurso y programa que oponga una alternativa sólida y congruente frente al populismo presidencial, pero que también sea contemporánea al espíritu laico, liberal y diverso de los tiempos que vivimos.
Estamos inmersos en una nueva devaluación política. La polarización de la vida pública de México, lejos de concitar el involucramiento y participación de la ciudadanía en los procesos electorales, ha provocado lo contrario, y con una participación global de apenas un poco más del 30%, profundiza aún más la crisis de “lo político”. Este fenómeno es particularmente devastador para la oposición porque en escenarios de alto abstencionismo pesa más el otorgamiento de dádivas gubernamentales y las estructuras que las reparten. Hay que decir que este fenómeno también es responsabilidad de la oposición que presentó candidatos desconocidos y/o poco carismáticos a las gubernaturas que se disputaron, y que, por ejemplo, en el caso de Puebla ni siquiera fue capaz de derrotar a un anticandidato como Miguel Barbosa.
Si no se aprenden las lecciones del suicidio electoral, este va a repetirse en 2021. A Andrés Manuel López Obrador ya le quedó claro que no es lo mismo Morena sin él en la boleta, y contra todo sentido del pudor, la sensatez y la racionalidad, es casi seguro que se jugará su resto, para lograr la aprobación de la revocación de mandato para ser la cabeza de la oferta electoral de su partido. De ello depende que pueda mantener la mayoría legislativa que le permite gobernar como un tirano. Se viene la madre de todas las batallas.