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Miércoles, 06 Enero 2016 09:10

Las lágrimas de un padre.

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Parecería extraño, leer de las lágrimas que un padre derrama por sus hijos. En una cultura tan feminizada como en la que vivimos actualmente, no tienen cabida. Donde el valor de la mujer, que sí es mucho y nadie lo puede negar, se ha ponderado hasta el extremo de nulificar el valor del hombre. Hasta en la nueva película de “Star Wars”, la trama gira alrededor de mujeres. Los hombres pasan a segundo plano y no hay igualdad de género. La cultura posmoderna denigra al hombre de tal forma que se le llama “rata de dos patas”, “animal inmundo”, “maldita sabandija” y la gente se ríe. Hasta los hombres. No porque esto sea verdad en todos, sino por vergüenza tal vez. Por pena e impotencia. Mas por lo mismo, el hacer notar que un hombre, un padre de familia también tiene sentimientos nobles y derrama lágrimas por sus hijos es algo que se antoja de mal gusto, mentira o intrascendente. A quién le importan estas lágrimas. Las de un padre. Que finalmente es un hombre. Y quién nota o se atreve a destacar el llanto sentido y real que se ahoga en el pecho de un hombre por sus hijos. Poca gente. Casi  nadie.

        Es tan difícil ver a un padre llorar por sus hijos. Pero es porque no se dejan ver. Porque cuando lloran siempre están solos. Si lloran lo hacen en silencio, de forma queda. Pero la partida de un hijo, de la forma que sea, le duele tanto como le duele a la madre. Llanto es llanto. Lágrima por lágrima es la misma agua que brota de los ojos de una mujer como de un hombre. Pues éstas se derraman cuando el alma de la persona se conmueve. Las lágrimas no son signo de debilidad en un hombre. Es síntoma y evidencia que ama de la misma forma que ama la madre.

        Así como mujeres y hombres no somos iguales al ir de compras, ambos tenemos diferentes técnicas de vida para las diferentes situaciones y aspectos en los que nos vemos inmersos. Las mujeres van por toda la tienda como hacen las abejas que polinizan las flores. Los hombres vamos por lo que vamos de manera directa. Pocas veces sabemos cuánto cuestan las cosas. De igual forma las mujeres lloran de una forma, los hombres lloramos de otra. Pero ambos tenemos sentimientos que nos acongojan. Que nos aprietan en el pecho y nos hacen llorar.

        Ver al hijo que se va a vivir a otra ciudad, lejos de casa y de uno, nos causa llanto. Provoca que se humedezcan los ojos y brote el líquido que luego rodará por las mejillas. Siempre las separaciones son dolorosas. Hasta cuando se van de vacaciones. Sabemos que regresarán, pero tenemos una duda por ahí dentro. Es lo mismo que se acciona cuando los hijos se van de casa. Esto es algo que los hijos no entienden hasta que son padres y de cierta edad. Porque es cierto, no es lo mismo ser padre a los 20 años de edad, que a los 60. Se ha vivido tanto que ya se pueden dar uno los lujos que llegan con el madurar. Con el tiempo y el entendimiento de la vida. Como el permitirse llorar cuando se despide uno de sus hijos. A los que de igual forma quiere tanto el padre como la madre.

        Es una premisa falsa del feminismo, como todas las que postula, que los hombre no sabemos ser buenos padres. Nuestro instinto nos lleva en una forma diferente a la de la madre. Pero es así como estamos “alambrados”. Para proteger, para proveer, para luchar y luego sentir. Es una deformidad, cuando por desgracia la mujer tiene que hacer de padre y madre. La sociedad ha sufrido mucho por ello y está sufriendo más aún porque los padres han tenido que hacerla de mamá. No es que no quieran. Ni que no puedan. Lo que pasa es que no estamos hechos para ello. Es como si alguien quisiera clavar un clavo con unas pinzas. Se puede hacer, pero no es la herramienta adecuada. Así hombres cuando deben de hacer de mamás y mujeres que deben de hacer de papás.

        No pretendo querer escribir hoy y aquí sobre la feminización de la masculinidad. Sólo deseo dejar palpada una cosa: las lágrimas que un padre derrama por sus hijos y que son tan reales y verdaderas, como las de su madre. Y lo sé bien. Acabo de secar las mías al ver a mi hijo marchar a su destino. Recién me han brotado al recordar a todos mis hijos que viven lejos, en otra ciudad. Será la época, o será el sereno, pero una cosa es cierta; que el sentimiento que tengo en mi pecho no es de su madre, ni es de nadie más. Es mío. Es el de un padre que lloró por su hijo que partió a vivir lejos en otra ciudad. Nada más. Y eso es, El Meollo del Asunto.

 

 

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