El mundo actual nos expone a situaciones de difícil intervención, especialmente porque escapan en gran medida a nuestro control. Es el caso del paro, de las amenazas terroristas o del cambio climático. Por eso, necesitamos de estímulos afectivos y emocionales que nos reconforten en entornos cada vez más fríos y distantes. Necesitamos caricias…
Esto no quiere decir que lo que necesitemos sea una permanente lista de consejos sobre cómo manejar nuestros sentimientos y emociones. Tampoco que lo mejor sea encontrar oportunidades para distraernos de las dificultades diarias y de las ansiedades a largo plazo. Los dos son importantes -oportunidades y consejos- pero se quedan cortos si solamente con ellos pretendemos alimentar a nuestro corazón.
En realidad, la clase de estímulos que nos ayudan a permanecer fuertes son todos aquellos que nos permiten sentirnos reconocidos y apreciados. Las caricias, son por excelencia ese alimento que necesita nuestra mente para crecer y ser más resistentes frente a los problemas.
El mundo de las caricias
El mundo de las caricias no solo está compuesto por roces físicos (aunque estos son una parte fundamental en este universo). También lo conforman las palabras y todos aquellos gestos afectuosos que podemos regalarnos. Hay miradas y voces que acarician con su calidez. Hay palabras que son como una caricia para el alma.
De hecho, en la psicología transpersonal se asume que las caricias también pueden ser “negativas”. A este campo corresponden los gestos de reconocimiento poco sinceros y también los de rechazo u hostilidad.
¿Cómo pueden ser caricias esas actitudes? Lo son porque implican un reconocimiento del otro, aunque sea negativo. En el extremo opuesto del mundo de las caricias está la total indiferencia, que significa la ignorancia de la existencia del otro: una equiparación con le vacío que desnuda a la persona ignorada -frente al que ignora- de emociones y sentimientos.
De todos modos, las caricias que son capaces de nutrir y de enriquecer son las que podemos llamar “caricias genuinas”. Esas expresiones a las que incluso los animales son muy receptivos. Esos pequeños gestos que hacen de un momento simple un instante especial.
El hambre de caricias
Las caricias son tan importantes para el ser humano que una persona puede incluso enfermar y morir si no cuenta con al menos un mínimo margen de caricias, especialmente en nuestros primeros años. No ser acariciado entristece primero y luego deprime. Deprime primero y luego mata.
En el mundo actual parece haber un gigantesco apetito de caricias, que no es reconocido del todo conscientemente. Esto se nota claramente en el uso de las redes sociales, por ejemplo. Muchas personas publican no tanto para expresar lo que piensan y sienten, sino para lograr ese “Me gusta” que conforta y valida.
Todas las acciones orientadas a llamar la atención de los demás, probablemente parten del hambre de caricias. Es una forma de gritar “aquí estoy”. Es una forma de pedir que los demás reconozcan nuestra existencia, porque, finalmente, no dejamos de ser unos mamíferos evolucionados, que necesitan desesperadamente de los otros.
Acariciar y ser acariciado
No todos sabemos acariciar, ni todos permitimos que nos acaricien. En realidad, son pocos los que están suficientemente entrenados en este arte tan particular. La pregunta que surge entonces es: ¿por qué si todos necesitamos caricias, algunos obstaculizan el camino que las hacen posibles?
La respuesta es una sola: por miedo. Es el miedo el que nos lleva a levantar grandes barreras frente a los demás; a mostrarnos como seres perfectamente autónomos e independientes, aunque anhelemos ardientemente tener vínculos estrechos con otros.
Se promueve constantemente la idea de que lo ideal reside en la total independencia, el la ausencia de condicionamiento por parte de los demás. Lo cierto es que la idea ha calado tanto que muchos luchan diariamente por hacer realidad esa fantasía, como si la lucha por defender la independencia se pudiera sustentar eternamente en ese “llevar la contraria” característico de los adolescentes.
Pero, como dice la máxima, se convierten en “robles que primero se quiebran, antes que doblarse”. Si bien eso puede ser visto como una gran virtud en ciertos ámbitos, lo cierto es que el precio emocional que se paga es muy alto.
Las personas verdaderamente fuertes no nacen del trato rudo o de la independencia a ultranza. Todo lo contrario: quien cuenta con un entorno que es capaz de prodigarle caricias, con toda seguridad tiene más recursos emocionales para enfrentar la adversidad. Acariciar y ser acariciado es un recurso que engrandece y hace más dichosa la existencia.
Información: lamenteesmaravillosa.com