Por Victor Manuel García Santiago @Vikusan
El cineasta español Luis Buñuel dio a conocer en Los olvidados (1950) una parte realista de la ciudad de México, cuando la mayor parte de las películas de entonces se filmaba en estudios con escenarios construidos exprofeso para retratar, de manera bonita, la pobreza.
Entre esos lugares destacaba una ladrillera, donde en hornos antiguos y con técnicas que todavía se utilizan, se cocía el tabique y se dejaba secar al sol. Poco a poco la urbe expulsó a esa industria que benefició a los dueños, dado el impulso que dicho material para construcción tuvo, además del desuso de la arcilla y el adobe, que durante décadas fue la principal materia prima en los barrios citadinos.
Es conocida la gran cantidad de contaminantes que las ladrilleras generan en el estado de México —principalmente en Coyotepec y Teoloyucan, al norte; e Ixtapaluca y Chalco, al oriente— así como el daño a la salud que ocasionan no sólo entre los habitantes de las zonas cercanas, sino en las familias que se dedican a esa actividad, que son las menos beneficiadas por ese viejo oficio que nadie quiere tener cerca, pues el principal combustible utilizado es las basura inorgánica (plásticos, pañales desechables y llantas viejas), lo que repercute en su calidad de vida.
Además de eso, las condiciones en las que viven son muy malas, pues generalmente los trabajadores y sus familias habitan en chozas improvisadas; a los magros ingresos que reciben, la época de lluvias incide directamente en la producción de ladrillos, pues por la humedad definitivamente no pueden trabajar, además de que sólo los pequeños constructores usan tabique, por lo que se hace necesario cambiar el modo de trabajo y es necesario el apoyo a esas comunidades con actividades alternativas, para lo cual el gobierno difícilmente invierte, ya que sólo toman cartas en el asunto cuando las quejas vecinales llegan al máximo.
Techo es una ONG que apoya a comunidades ladrilleras del norte del Estado de México desde hace ocho años, de manera oportuna pero también muy discreta; actualmente trabaja con más de 120 familias —casi medio millar de personas— con talleres de oficios y autoempleo, construcción de casas y gestión se servicios públicos. En un futuro esa actividad tendrá que modernizarse o incluso desaparecerá, por los nuevos materiales empleados para las grandes construcciones, sin que se afecte a los trabajadores.
Desgraciadamente el prejuicio que ha generado el crecimiento de la mancha urbana y que ahora esos hornos ladrilleros se ubiquen junto a unidades y complejos habitacionales, relega a las comunidades y las hace más marginales. Esos asentamientos informales también forman parte de las ciudades, por lo que su integración es necesaria, si se quiere disminuir la brecha entre ricos y pobres, que parece más acentuada en el México que Enrique Peña Nieto ha ignorado.
Pregunta para el diablo
¿Quién ganará la guerra verbal entre panistas y priístas por la responsabilidad en sus gasolinazos?
Imagen de: @vikusan