“Las encuestas son como las morcillas, muy sabrosas hasta que uno se entera cómo las hacen.”
Álvaro Gómez Hurtado
ENCUESTAS COCA-COLA: Uno de los fracasos más grandes en la historia de la economía ha sido, está comprobado, la irrupción en el mercado de la “Nueva Coca Cola” (“New Coke” para los exigentes). El producto, que irrumpió por tan solo 75 días en el mercado, pasó a ocupar un lugar en el museo del fracaso y puso a temblar a la empresa refresquera más grande del mundo. No solo no desplazó a la Pepsi Cola, su objetivo original, sino que provocó un rechazo generalizado e incrementó las ventas de su principal competidor, en forma exponencial.
¿Qué ocurrió? Al igual que en la política, sus creadores al interior de la compañía, AMAÑARON UNA ENCUESTA, que tenía todos los visos de haber sido construida con los requisitos que la estadística y sus técnicas requieren y que mostraba, IRREFUTABLEMENTE, que el 96% de los consumidores de la versión tradicional se trasladaría, sin chistar, a la nueva versión.
Este sesgo, inducido, como la mayoría de las encuestas sobre preferencias electorales que nos abruman y atosigan un día sí y otro también y que se pagan con nuestros impuestos, con todo y sus resultados amañados y engañabobos, nos obliga a meditar que, al igual que la preferencia por la Coca tradicional, el resultado no lo determina una encuesta, sino la preferencia del consumidor en el mercado, en el mundo real, por supuesto.
Todo esto viene a colación porque, desde el Tren Maya hasta la “selección”, vía “encuesta” (sin metodología ni transparencia) de muchos de los miles de candidatos a puestos públicos que nos abruman mediáticamente, pretenden convencernos de que, según ellos y “su” muestreo estadístico -obviamente sin el tamaño y la dimensión necesarios y sin el rigor que exige Gallup- la tendencia es “irreversible” y, prácticamente ya ni siquiera es necesario ir a votar. La “encuesta”, no la campaña, y menos el electorado, ya decidió quien ganará. Esto es cómo preguntar en su hogar quien es el mejor papá o mamá del mundo, ¿creen ustedes que podría ganar la mamá del vecino?
Las encuestas son herramientas fundamentales para recopilar datos y opiniones de la población, brindando entornos valiosos en campos como la política, el marketing y la investigación social. Sin embargo, la manipulación de encuestas es una preocupación constante. En primer lugar, los sesgos pueden introducirse durante la formulación de preguntas, influyendo en las respuestas. Además, la selección tendenciosa de la muestra distorsiona los resultados a gusto del cliente y en contra del consumidor, ya sea para inducirlo o para engañarlo, ya que una muestra no representativa no refleja adecuadamente la diversidad ni la preferencia de la población.
Otro riesgo común es la manipulación de resultados a través de la interpretación selectiva de datos o la presentación sesgada de hallazgos. Los encuestadores o los compradores de encuestas manipulan ciertos resultados para respaldar sus objetivos o para sesgar la información, de manera que favorezca a una determinada perspectiva. Además, en el entorno digital actual, la manipulación puede ocurrir mediante la difusión de encuestas falsas o la creación de campañas para influenciar las respuestas.
Y eso es lo que desafortunadamente ya está ocurriendo, desde las más altas esferas del poder se ejerce un maniqueísmo perverso que habla de resultados irreversibles, ¡desde el primer día de campaña!, en un brutal insulto a la inteligencia y a la capacidad de discernimiento del electorado. El “pueblo bueno y sabio” debe de ser sumiso y crédulo.
La falta de transparencia en la metodología también contribuye a la manipulación. Si no se revela adecuadamente cómo se seleccionó la muestra, y eso ocurre con harta frecuencia, o se diseñaron las preguntas, la integridad de la encuesta está comprometida de origen. En última instancia, la manipulación de encuestas socava la confianza pública en estos instrumentos, destacando la importancia de la vigilancia ética y la verificación rigurosa en el campo de la investigación de opinión.
ENCUESTAS NO, ELECCIONES SÍ: Para no irnos con la finta demagógica, revisemos la encuesta de las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, que no predijo con precisión la victoria de Donald Trump. Varias encuestas subestimaron el apoyo que tenía, lo que resaltó la dificultad de prever resultados electorales, las encuestas “a modo” chocaron con la realidad. En 2020 el fenómeno se dio a la inversa, el favorito de las “encuestas” fue ampliamente rechazado, perdió y generó el intento de golpe de estado del 6 de enero. Al final, ganaron la democracia y el electorado, perdieron Trump y “sus” encuestas.
No es, pues, ético ni recomendable hacer encuestas con el objetivo de engañar a la gente. La honestidad y la integridad son fundamentales en cualquier tipo de investigación o recopilación de datos, pero el mundo postmoderno carece de ética, la encuestocracia y el chapulinéo dominan al bien común, y, por lo visto, al bien público.
Las encuestas son herramientas útiles para recopilar datos y opiniones, pero es crucial recordar que su fiabilidad está sujeta a diversas limitaciones. En primer lugar, los resultados pueden verse afectados por sesgos inherentes al diseño de la encuesta, como la formulación de preguntas o la selección de la muestra. Además, factores externos como el momento en que se realiza la encuesta o eventos inesperados pueden distorsionar los resultados y hacer que no reflejen con precisión la realidad.
Otro aspecto para considerar es la posibilidad de respuestas sesgadas debido a la influencia social o al deseo de complacer al encuestador. La falta de participación o la falta de representación de ciertos grupos demográficos también pueden comprometer la validez de los resultados. ¿A usted ya lo encuestaron o, como siempre, quedó fuera de la “muestra representativa”?
Además, en un mundo cada vez más digital, las encuestas en línea, en las benditas y robotizadas redes sociales, están sujetas a fraudes o manipulaciones, lo que pone en duda la integridad de los datos recopilados.
Analicemos con seriedad, con sentido crítico y en un entorno patriótico sano, las propuestas, ante de emitir el voto que le dará su real valor a las encuestas. Pero en definitiva, que no sea un sondeo impersonal y trucado el que nos quiera obligar a tomar “New Coke”, a construir un aeropuerto inútil o a elegir a una candidata de dudoso origen encuestocrático.
Aunque las encuestas pueden proporcionar información valiosa, es esencial abordarlas con un grado de escepticismo. Comprender sus limitaciones y considerar el contexto en el que se realizaron es crucial para interpretar los resultados de manera informada y evitar conclusiones erróneas basadas en datos potencialmente sesgados o poco representativos.
DE FONDO: Transparencia Internacional, esa sí muy confiable, señala que, desde 2020, México se ha estancado en cuanto a la percepción que la ciudadanía tiene en torno a la corrupción, seguridad, servicios y trámites de tercero y cuarto niveles nos posicionan como el país número 134, de 180 analizados, en materia de corrupción, que incluye “chayotes”, “moches”, “sobres amarillos” y, ¿qué cree usted? ¡encuestas amañadas! Y “bots” mentirosos y epidémicos. Con tan buena referencia hay una razón de suficiencia, como diría Schopenhauer, para no creer en las encuestas. Los índices de inseguridad y de incertidumbre económica revelan que el país maravilloso que se pinta en las mañanas se va anegando, de arriba abajo, ¡cómo no! en el transcurso de las horas. Tres horas de fantasía y 21 horas de amarga realidad.
DE FORMA: Urge corregir la metodología que INEGI utiliza para medir la inflación, contra el 4.45% que expresa “oficialmente” para la primera quincena de febrero, nos encontramos que hospitales, medicamentos y atención a la salud rondan en incrementos del 8% (algunos casos especializados rebasan el 20%). ¿Ya fue usted al súper esta semana e intentó comprar papas y jitomates con tan solo el 4.45% de aumento sobre el precio del mismo mes del año pasado?
DEFORME: Que encuestas, índices y realidades ficticias solo sirvan para engañar a un pueblo que no analiza y que cambia de parecer y de convicciones por tan solo cinco mil pesos que salen de sus propios bolsillos. Aquí se reparte de abajo hacia arriba y ahí se queda la escoba. Triste, pero cierto.