La obra del tren maya es un error por donde quiera que se le vea, muy pocos entienden su efecto, todo huele mal y difícilmente podrá tener éxito, en cada rubro dejó mucho que desear.
En su construcción hubo indicios de corrupción que no han sido debidamente investigados, también alteración al medio ambiente que dejará secuelas nocivas por muchos años y décadas.
La planificación de obra fue inexistente, al igual que la debida presupuestación, y aunque pareciera que hay un crecimiento en la actividad económica en la región, ésta resulta más perniciosa que positiva; con la demanda no planeada de mano de obra y servicios a la construcción se incrementaron ficticiamente los precios de la misma, subieron los costos de transporte y de materiales de manera instantánea y temporal y después de dos años, los precios han caído, la mano de obra nuevamente encuentra trabajos con salarios muy bajos, comprensible pues ello no era sostenible.
No se trata de una obra que beneficie al público en general, en tal caso solo a los turistas. A los lugareños no les facilita ni el transporte ni les mejora la movilidad. Tampoco es una obra que se enmarque en la justicia social de hecho es todo lo contrario; socialmente no trae ningún beneficio a los más vulnerables pues ellos no usarán ese medio de transporte, si acaso lo verán como una experiencia atractiva como suele suceder al subirse por primera vez a un juego mecánico.
Se invirtieron más de 500 mil millones de pesos para transportar a unos cuantos turistas extranjeros y unos pocos más nacionales. Aún así, no se incrementó el turismo, tampoco la ocupación hotelera; menos el acceso a los museos y zonas arqueológicas.
Con esa cantidad de recursos, por mencionar un ejemplo, bien pudo generarse un polo de desarrollo con ductos y suministro de gas, combustible y generación de energía alternativa para hacer una zona atractiva a la industria y generar fuentes de empleo mejor pagadas. Ampliar el puerto marítimo para hacerlo de altura y aprovechar las bondades de esa tierra: mar, grandes reservas de agua, piedra, cultivo y mano de obra barata.
No fue así, la “inversión”, fue más un capricho que una buena idea; fue más la necedad de un hombre que el beneficio de millones; fue un desperdicio de recursos, de ejercicio superfluo. Una inversión de ese tamaño en Querétaro o Jalisco, incluso Puebla, hubiera aportado más a México que en la región maya; una obra con ese tamaño de recursos hubiera permitido construir un aeropuerto internacional para transportar 50 millones de pasajeros en un año y no las 600 mil personas que se subieron al tren.
Un derroche mayúsculo, tristemente un fracaso del mismo tamaño.
Redacción