La mayoría de las madres quieren lo mejor para sus hijos. Solo en casos excepcionales, que generalmente involucran graves patologías, esto no se aplica. El problema es que muchas madres confunden lo que es lo mejor para sus hijos, con sus propias necesidades.
Es muy frecuente que las madres se sientan invadidas de miedo por la suerte de sus hijos. ¿Cómo no temer en un mundo en el que hay peligros, que van desde una caída y su respectiva raspadura, hasta situaciones impensables como el secuestro, o la muerte por algún virus recién descubierto?
En sí, el problema mismo no es el temor, sino la estrategia para enfrentarlo. Una mamá temerosa puede transformar sus miedos en una prudencia razonable, pero también puede sucumbir a ellos y convertirse en una “mamá gallina”.
Las “mamá gallina”
Se le dice coloquialmente “mamá gallina” a todas esas madres que quieren mantener a “las crías” bajo sus alas, “acurricaditos”, como dice la canción infantil. Buscan extender un manto protector que los aísle de todos los riesgos y peligros que puedan correr en el mundo.
Su intención consciente es perfectamente comprensible: lo que quieren evitar es que sus pequeños pasen por experiencias desagradables, o quizás traumáticas. No quieren que se vean expuestos a situaciones duras, que los puedan afectar física o emocionalmente.
Estas madres sienten que sus hijos son seres sumamente frágiles. Por supuesto que, en gran medida, todo niño lo es, dado que no ha alcanzado su pleno desarrollo físico y psicológico y por eso es vulnerable a múltiples riesgos. La “mamá gallina” quiere asegurarse de que ninguno de esos riesgos alcance a sus hijos.
Una de las técnicas que utilizan las “mamá gallina” es advertir constantemente a sus hijos sobre los peligros del mundo. “Si te acercas a la estufa, puedes quemarte”. “Cuidado al jugar con el balón, puedes caerte y romperte un hueso”. “No salgas a la calle, hay gente que roba niños”.
Así que, aunque su intención sea muy tierna, finalmente terminan elaborando un catálogo de terror para sus hijos. Les enseñan a moverse por el mundo en función del miedo. Bueno, eso de “moverse por el mundo” es un decir, porque finalmente los incitan más bien a no moverse, ya que casi toda situación entraña un riesgo.
Cuando los chicos van creciendo y reclamando espacios cada vez más amplios para actuar en el mundo, las “mamá gallina” se tornan controladoras y culpabilizantes. Establecen mecanismos para tener bajo su vigilancia a los hijos permanentemente y toman sus intentos de autonomía como una agresión hacia ellas.
Los hijos de las “mamá gallina”
Las “mamá gallina” creen que lo que desean es la felicidad de sus hijos. Tienen un concepto de “felicidad” que es ausencia de contratiempos. Piensan que si logran llevar a los chicos hasta la edad adulta, sin que los haya rozado el sufrimiento, habrán hecho un gran papel.
Lo contradictorio del asunto es que los hijos de este tipo de madres finalmente terminan viviendo todo lo contrario. Sufren un exceso de tensión emocional, derivada de la ansiedad que siente su madre, que todo el tiempo está advirtiéndole, imaginando las peores situaciones y, por lo tanto, invadiéndolos de temor.
Por eso no pueden disfrutar de casi nada. Cuando están muy pequeños no quieren contrariar a su madre y por eso convierten sus advertencias en mandatos que deben seguir al pie de la letra. Si la relación no es buena o las demandas maternas llegan a ser excesivas, ocurre todo lo contrario: el niño desafía constantemente los peligros como método para reclamar independencia.
Tanto el niño muy pasivo por obediencia, como el muy inquieto por desafío, terminan atrayendo nuevos problemas. Les cuesta trabajo confiar en ellos mismos y en el mundo. No logran adaptarse creativamente a las situaciones de dificultad y desarrollan su exploración del mundo con fuertes sentimientos de inquietud. Es muy frecuente que estos niños se conviertan con los años en adolescentes difíciles.
Así se escribe una historia en la que nadie sale ganando. Tanto la madre como el hijo van a desarrollar un patrón de relación que alterna la extremada dependencia con episodios de ruptura abrupta. La culpa estará en el centro de todo y ninguno de los involucrados tendrá paz.
Las “mamá gallina” también se llaman “gallina” por su apego terco a los miedos. Subestiman las capacidades de sus hijos y proyectan en ellos su propio sentimiento de impotencia. No entienden que cada ser humano tiene una vida propia y que esa vida incluye dificultades, problemas y situaciones de riesgo y de peligro que todos debemos aprender a sortear.
De hecho, lo que nos convierte en adultos es haber aprendido a superar dificultades, errores y problemas. Eso es lo que otorga confianza en lo que somos y podemos hacer. Eso es lo que diferencia a un adulto “pollito” de un adulto sano y fuerte.
Información:lamenteesmaravillosa.com