Columna: El Meollo del Asunto.
Por: Daniel Valles
Disciplinar a los hijos no es sinónimo de castigo, sino de instruirles, de enseñarles, de corregirles.
Cuando papá o mamá disciplinan a sus hijas están enseñando e instruyendo. La manera en que lo hagan es muy importante. Cosechará lo que siembren en sus hijos e hijas.
Cuando el padre o la madre disciplinan en la forma apropiada, la confianza y la seguridad de sus hijos e hijas se fortalecen.
La disciplina consiste en mostrarles una forma amplia, personal de cómo disciplinarse a sí mismos. En el grado que aprendan no necesitarán que los discipline alguien más. Como la policía, los maestros, las figuras de autoridad, etc. Se autogobernarán.
“Quien no corrige a sus hijos no les quiere. Quien les ama les corrige”.
Hoy amable lector o lectora, escribo de corrección y no de castigo. Hay gran diferencia.
Cuando se corrige ha de ser con un propósito correctivo. Y se les corrige sólo cuando lo requieran. Lo que significa que la disciplina debe ser motivada por un esfuerzo para ayudarles a hacer el bien, más que castigarlos por hacer el mal.
La motivación de los padres es decisiva. Sus acciones cuentan mucho y serán recordadas por sus hijos. Mientras estén enojados nunca debe de corregirles. En ese momento el problema no está en los hijos, sino en los padres enojados. Se debe corregir para que regresen al camino recto y adecuado.
En contraste, el castigo nace siempre de una reacción. El castigo es aplicado pensando primero en los padres. La corrección es creativa y se aplica teniendo en cuenta a los hijos.
Cuando los padres castigamos hemos perdido toda posibilidad de comunicar disciplina y corrección. Cuando corregimos representamos al amor. Cuando castigamos estorbamos la disciplina; cuando corregimos la favorecemos.
El objetivo de la corrección en los hijos no es el castigo. Se corrige para que actúen correctamente. Para evitar la rebeldía. Corríjanles sin exasperarles. Edúquenles con disciplina e instrúyanlos en el amor.
El objetivo de la disciplina no es causar dolor sino darle fin al egoísmo. Hemos de corregir sin amargura para poder conseguir el fruto que se espera en los hijos, en las hijas.
La ira despierta ira, la amargura engendra amargura. La disciplina debe ser en justicia y debe estar dirigida contra la actitud del niño o la niña que abierta o encubiertamente se levanta contra la autoridad del hogar. Autoridad que papá y mamá tienen. La que hay que administrar con responsabilidad. ¿Cómo? Siendo justos e igualitarios. Siempre congruentes.
Entre el padre y madre ha de existir una gran cooperación en la educación de sus hijos. Presentar opiniones iguales, para casos iguales.
Si el padre menosprecia a su esposa enfrente de los hijos, ellos también lo harán y viceversa. Hemos de evitarlo. Dialogar en privado las diferencias para que los hijos vean un solo frente en común.
Un paso importante para poder comprender el propósito y efecto de la disciplina es el promover el perdón, la reconciliación y dar ejemplo de ellos.
Estos son ingredientes primordiales para poder disciplinar y educar correctamente a nuestros hijos e hijas en la familia. Y eso es, El Meollo del Asunto.
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