Se acabó. La vida real no es esa película de amor feliz de la que todo el mundo habla, ni ese libro en el que las relaciones son para siempre: amor eterno, amistad inseparable, familia unida hasta el final… En la vida real, el amor, en todas sus vertientes, no siempre es suficiente y despedirse está a la orden del día.
Lo difícil de despedirse es cuando ya no quedan espacios para una posible vuelta, sino que solo restan huecos de vacío entre dos o más personas. Incluso, a veces despedirse llega como ley de vida. En otras palabras, lo complicado de una despedida no es la acción de decir ‘adiós’, es aprender que ese adiós significa prescindir y continuar.
Soltar y dejar ir
Nos han dicho muchas veces que la vida es como una montaña rusa en la que una vez que nos incorporamos tenemos que adaptarnos a las subidas y bajadas que conlleva; pero, por el contrario, nos quieren hacer ver que una vida feliz es aquella en la que las cosas duran eternamente.
En esta contrariedad se encuentra el daño. Nos sentimos desprotegidos cuando descubrimos que nuestra verdad se modifica continuamente, que la felicidad no es constante y que tarde o temprano todos estamos obligados a perder para poder seguir ganando.
Las personas que llegan también pueden irse al igual que cuando llegamos nosotros también podemos irnos. Y cuando se van o nos vamos lo que queda es lo que nos han enseñado y hemos enseñado, bueno o malo: debemos soltar lo que ya no está, aceptar y aprender a seguir viviendo con la parte que nos ha dejado y que nos hace ser lo que somos.
Todo lo que implica despedirse
Despedirse es uno de los momentos más duros por los que pasaremos nunca, dado que implica muchas otras cosas que nos enajenan de nuestro yo y hacen que nos perdamos. Despedirse implica liberar algo que no queremos liberar y que queremos que siga estando ahí.
Despedirse significa querer decir algo que no podemos y que no hemos dicho antes, hacer lo que no hemos podido hacer con los demás, abrazar lo que no hemos abrazado; y, en definitiva, despedirse es vivir todo lo que no hemos llegado a vivir y que siempre echaremos de menos.
Ante esto nos queda la fuerza, el sacrificio y la valentía que todos poseemos aunque no lo creamos. Todos somos capaces de mirar al futuro por más negro que sea y tener el coraje de afrontar el duelo, pues solo así la vida sabrá que estamos preparados para ser felices de nuevo.
Aprender a despedirse es crecer
A veces, ni siquiera nos da tiempo a despedirnos: por ley de vida, alguien a quien queríamos mucho tiene que marcharse, aunque siga estando con nosotros. Otras veces, nos estamos despidiendo antes de ser consciente de ello: nadie es más vulnerable a creerse algo falso que aquel que desea que la mentira sea cierta, diría Jorge Bucay de nuevo.
La prueba de la despedida, como decíamos al inicio, está en vernos a nosotros mismos siendo felices después de decir ‘adiós’. Cuando esto ocurra habremos pasado por todo un proceso de lenta cura interior, de búsqueda de lo que fuimos, queremos y podemos ser para nosotros mismos.
La acción de despedirse realmente llega cuando miramos al pasado con esa persona y nos vemos más grandes gracias a ella: hemos crecido porque todo lo vivido fue bueno hasta el adiós, hemos crecido porque nos rompieron y hemos conseguido reconstruirnos, hemos crecido porque nos hemos dado cuenta de que la vida solo tiene sentido cuando seguimos teniendo ganas de vivirla.
Información:lamenteesmaravillosa.com